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La perversión del periodismo

Una cesárea es una cirugía mayor. Se practica desde la antigüedad, con técnicas rudimentarias, pero con posibilidades nulas de supervivencia para la madre

Semana
8 de abril de 2006

En la biografía que encabeza el libro Últimas noticias de la guerra se dice que Jorge Enrique Botero, su autor, "es ante todo un reportero". En esa misma nota se reseñan los premios que ha recibido como periodista, y su libro, con el ambiguo cabezote de testimonio, aparece bajo un membrete, Debate, que ha publicado trabajos serios de periodistas latinoamericanos. Es evidente que Random House Mondadori ha hecho todo para hacernos creer que se trata de una obra más de periodismo de su prestigiosa colección. Primera falla, y hay otras mucho más graves, sin contar con que al libro le faltan o le sobran 25 tildes.

Cuando se lee periodismo hay un pacto tácito entre el escritor y los lectores: no habrá mentiras, no vamos a leer inventos, no vamos a leer ficciones. Está bien que el periodista use técnicas literarias de narración, adornos retóricos, incluso nombres ficticios cuando las fuentes lo exigen (y haciendo explícito el cambio de identidad). Pero una crónica no puede permitirse la libertad frente a los hechos que tiene una novela. Si la crónica inventa, deja de ser tal, y se convierte, si mucho, en novela. En el caso de este libro no llegamos ni a eso, y el mismo Botero lo dice: estamos frente a una "telenovela mayor" (p. 98).

Creo que todo libro contiene en sí mismo su propia definición. La de este dice así: "una versión corregida, manipulada y aumentada" (p. 91) de historias contadas al autor, que este no pudo verificar. En entrevistas a SEMANA, a El Tiempo y a varias cadenas radiales, Botero reconoce que hay muchos inventos en su libro. Dice, por ejemplo, que "la historia de los hermanos es cierta", pero que uno sea el padre del niño "fue una manera literaria de contar la historia". También admite que el escenario en que pone la situación más dramática (el supuesto parto por cesárea de Clara Rojas), el bombardeo del Ejército "es fruto de la febril imaginación del narrador".

Una vieja estrategia para meter mentiras grandes es admitir una mentira pequeña. Se admite que algo es falso, el bombardeo, para que se crea la mentira mayor. No estoy diciendo que lo del hijo de Clara Rojas sea mentira; eso no lo sé. Pero lo del nacimiento por cesárea tal como lo cuenta Botero, tiene que ser falso. En la entrevista reivindica como verídico el parto por cesárea realizada con instrumentos de cocina. En el libro la rajan en una trinchera, sin anestesia, "con el cuchillo de pelar tomates" (p. 125) desinfectado "con el agua de la cantimplora" (p. 124).

Cualquier periodista tiene que ser escéptico, por principio, y también los periódicos y las revistas que les hacen eco estas barrabasadas deberían serlo. ¿Cómo no consultar, al menos, con un tocólogo? Una cesárea es una cirugía mayor. Puede que se la practique desde la antigüedad, con técnicas rudimentarias, pero en tal caso con posibilidades casi nulas de supervivencia de la madre. Si el parto de Clara Rojas, en caso de que lo haya habido, fue como Botero lo cuenta, la infección habría sido inevitable y fatal. Además, eso de que la cosieron con cualquier hilo… En una cesárea se cortan la piel, el músculo, el peritoneo, el útero, y luego se van cosiendo en el orden inverso, con hilos especiales que se reabsorben. No se pueden ir dejando pedazos de pita adentro sin que la paciente se infecte.

Una ginecóloga experta, que ha practicado cientos de cesáreas, Natalia Aguirre Zimerman (la autora de ese conmovedor testimonio sobre Afganistán), cuando trabajaba en las selvas de Sudán y llegaba una paciente a la que había que hacerle cesárea, se veía obligada a dejar morir al bebé, porque sin mínimas condiciones de asepsia la madre se muere después de una operación así. Para que venga ahora Botero (o sus fuentes guerrilleras) a contarnos que con un cuchillo de cocina "estaban dando a luz las últimas noticias de la guerra". Literatura barata, que no se debería permitir ni siquiera en una obra de ficción, por pecado de inverosimilitud.

El secuestro es un crimen abominable, y otro crimen es convertirlo en una telenovela rosa. El supuesto testimonio periodístico de Botero les da voz solamente a dos hermanos guerrilleros, a una guerrillera que trajo al mundo al niño, y a un periodista, él, que le cree a una amiga que, después de meter hongos, ve visiones de secuestradas felices en brazos de amorosos guerrilleros. Estos delirios, en mis tiempos del colegio, se llamaban "honguizas", y aquí nos están vendiendo estas honguizas como si fueran piezas periodísticas. No hay respeto por la profesión del periodismo, ni por los lectores, ni por un tema serio y urgente como el del intercambio humanitario. Si al menos para eso sirviera este libro; pero ni siquiera, pues todo se disolverá en morbo y en chismes de peluquería, sin compasión por las verdaderas víctimas: las secuestradas, bien sea que hayan tenido niños o no. Un niño que además no es, como habría dicho 'Tirofijo', "mitad de ellos y mitad de nosotros". Si hay niño de Clara Rojas, es de ella y nada más, y los dos deberían estar, ahora mismo, en libertad.