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La quimera de la reelección

Por quedarse otros cuatro años, Uribe puede estar debilitando las posibilidades de éxito de su gobierno, opina María Teresa Ronderos, editora general de Semana, quien responderá preguntas de los lectores en el Foro de Discusión.

Semana
11 de diciembre de 1980

"El presidente Uribe está cometiendo un suicidio político al buscar que lo reelijan", dijo un agudo analista ex integrante del gobierno actual. Este comentario, bastante raro tratándose de un admirador del Presidente, captura un interrogante que ha venido creciendo en la atmósfera política de las últimas semanas: ¿puede Uribe arriesgar su obra de gobierno por perseguir la reelección? En otras palabras, si Álvaro Uribe está haciendo un mal negocio, sacrificando un legado histórico por cuatro años más de Presidencia.

La duda se sustenta en varios argumentos. Para empezar, el gobierno lleva ya seis meses concentrado más en la reelección que en la obra de gobierno, y es muy probable que esos esfuerzos sigan siendo prioritarios por seis meses más, hasta no ver aprobada por el Congreso la reforma constitucional que le permitirá presentarse de nuevo a elecciones en 2006. Las otras reformas urgentes, como la pensional y la prometida gran reforma fiscal de fondo, quedaron pendientes por ahora, y es probable que sigan así hasta diciembre.

Muchos dirán que lo importante es que Uribe tenga cuatro años más, precisamente para hacer estas reformas con profundidad y calma. Pero se olvidan que primero, el reloj fiscal del país corre velozmente con 13 billones de pesos por financiar para 2005, y el hueco sólo promete crecer exponencialmente debido a que el sistema público de jubilaciones se quebró. Y segundo, que en política todo cambia. Lo que hoy es una certeza: que el 70 por ciento de los colombianos quiere reelegir a Uribe, en dos años es incertidumbre. La popularidad de los gobernantes es volátil. No es sino mirar por ejemplo la de Ernesto Samper, que hasta finalizar el primer año: un 63 por ciento aprobaba su gestión, y al terminar su mandato apenas marcaba 32 por ciento. Al contrario le sucedió a Enrique Peñalosa en Bogotá: al primer año tenía 18 por ciento y finalizó su período de alcalde con 70 por ciento de aprobación a su gestión.

El argumento entonces de quienes creen que Uribe es un presidente excepcional es que por eso mismo debe enfocar todo su esfuerzo en lo que puede hacer hoy y ahora. El enorme capital político con el que cuenta Uribe y su talante valiente de metérsele a resolver los problemas que durante años nadie había querido tocar, como Telecom, la reforma al ISS, Emcali, etc., es una suma feliz de coincidencias que debe ser aprovechada para cambiar lo que no se ha podido cambiar en años.

Así, si en lugar de estar gastando tiempo en desayunos para convencer a los parlamentarios de votar por la reelección, si en lugar de estar desmontando la meritocracia para volver a la repartija partidaria de siempre, el Presidente le pone toda la energía a resolver de una vez por todas el tema pensional, puede pasar a la historia. Lo mismo se puede decir de sanear y hacer equitativo el sistema impositivo, o de disminuir en forma estructural y permanente el gasto público, etcétera. Lo otro, perseguir la quimera de la reelección es un camino culebrero e incierto.

Estas mismas negociaciones con el Congreso además le han ido desperfilando su imagen de antipolitiquero, un ingrediente clave en la receta de popularidad de Uribe. Es decir que haber tenido que ceder a la voracidad clientelista y contratista de los congresistas, así sea en menor grado que otros presidentes, le resta puntos a Uribe frente al electorado que lo había visto como alguien distinto de la política tradicional.

Otra estrategia de gobierno que hasta ahora ha sido altamente rentable como los consejos comunitarios de los sábados, bajo la luz de la reelección, se empieza a ver como meros actos promeseros de campaña. Además introducen desde ya una inequidad de oportunidades frente a los futuros contrincantes en la elección presidencial. ¿O es que a los otros candidatos también les podrán dar todo el sábado en directo en televisión?

También sufre el equipo. Las personas con las que se gobierna son más, más expertas en diversos temas y menos cercanas al Presidente pero más amplia su representación, que las personas con las que se hace una campaña electoral. Un Presidente en campaña prematura (pues como tiene que cambiar las reglas de juego desde ya, de rebote inicia su campaña con dos años de antelación) tiende entonces a darles mayor juego a los 'imaginólogos' y relacionistas públicos que a los expertos. Esto debilita la asesoría técnica que requiere para tomar decisiones de gobierno difíciles. Otra razón más por la que el espejismo de una posible reelección debilita la garra del gobierno hoy.

Por último están las consecuencias sobre la nuez del gobierno Uribe y también de la simpatía por él: la seguridad. Dijo uno de los comandantes en Ralito por estos días que ellos no tenían afán en negociar, total tenía seis años más de gobierno de Uribe para llegar a un acuerdo. Este es otro potencial logro de Uribe -hacer paz y justicia con los grupos paramilitares- por el que pasaría a la historia. Pero la perspectiva de una reelección les resta urgencia a las conversaciones y debilita una poderosa herramienta del gobierno para conseguir sus términos: el tiempo que se agota y la angustia de que el próximo presidente no les abra la ventana de oportunidad que les ha brindado este.

Así mismo, cuando se trata de enamorar votantes, la presión por los resultados en materia de seguridad es mucho mayor. Esas exigencias sobre los organismos de seguridad están llevándolos a cometer errores que alienan los corazones y las mentes de los pobladores, cuyo respaldo es indispensable para desterrar a la guerrilla.

Vale la pena entonces preguntarse si al buscar la reelección el gobierno Uribe se está pegando un tiro en un pie. En aras de esta pretensión está desperdiciando un enorme capital político que hoy tiene contante y sonante para poner en marcha su audaz vocación transformadora. Pero además ha desdibujado su talante anticlientelista, ha menoscabado estrategias de liderazgo exitosas, ha debilitado el peso técnico de sus decisiones y puede socavar su iniciativa de paz con los paramilitares.

El ex funcionario uribista parece tener razón. Al buscar con ahínco la estrategia de la reelección, los integrantes del sanedrín de Uribe, cegados por su propio entusiasmo y cierta dosis de ambición, sin darse cuenta, pueden están llevando a su líder a un suicidio político.

*Editora general de SEMANA



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