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La realidad aburrida

Seguimos hundidos en temas como Uribe y su campaña electoral, ese invierno para el cual nunca han estado preparadas las autoridades, los apocalípticos trancones...

Antonio Caballero
13 de mayo de 2006

Me comenta un amigo que últimamente están muy aburridos mis artículos. Y me gustaría saber qué opina algún enemigo. Y sin duda tienen los dos razón. Yo mismo me quejo de lo aburrido que está el mundo, aunque cada día esté también más peligroso. Y de lo aburrido que está el país, cuya peligrosidad también aumenta. ¿Qué quieren entonces los lectores, amigos o enemigos? ¿Comentarios ingeniosos sobre las guerras y los desplazamientos, sobre el calentamiento global que derrite los casquetes polares y sofoca a millares de especies, sobre las religiones, sobre el DAS, sobre las pataletas del Presidente? Habría que recurrir al humor negro. Al humor, literalmente, de patíbulo, como lo llaman los ingleses: el de los condenados que intercambian cuchufletas en los minutos anteriores a su ahorcamiento.

No es fácil hacer chistes cuando el país más poderoso de la tierra, que está empantanado en una guerra sin salida en Irak y no consigue tampoco sacar los pies de otra guerra que de antemano consideró ganada en Afganistán, parece decidido a embarcarse en una tercera en Irán, para que una tercera catástrofe haga olvidarse de las dos anteriores. ¿Tercera? No: quinta al menos. Pues hay que contar también el creciente fracaso de la guerra contra las drogas, y el fracaso en todos sus aspectos de la llamada guerra contra el terror, que ha multiplicado en todas partes los actos de terrorismo. La nacionalización de los hidrocarburos bolivianos tampoco es un tema particularmente amable: es la tercera vez que un gobierno de Bolivia intenta recuperar sus riquezas naturales, y tampoco esta vez va a ser fácil. No lo ha sido en ninguna parte: ni en Venezuela, ni en México, ni en Irán, ni en Nigeria, ni en Argelia, ni en Irak, ni en Arabia. Ahí cabe un chiste, sí, aunque no sea mío: es el de un dibujante norteamericano (Oliphant, tal vez) que muestra a dos petroleros tejanos indignados:

-¿Y por qué diablos creen esos árabes que tienen derecho a vivir encima de nuestro petróleo?

Pero ¿qué van a hacer ahora? ¿Asesinar a Evo Morales? ¿Invadir a Bolivia? Por algún pretexto baladí de protocolo la reina Victoria de Inglaterra mandó que la Royal Navy cañoneara La Paz a mediados del siglo XIX, en plena arrogancia imperial británica. Su Primer Ministro le explicó que allá no llegaban los barcos, y ella no lo podía creer. Al presidente George Bush le va a pasar lo mismo.

Salvo que salga al quite su amigo Álvaro Uribe y le brinde el territorio de Colombia para lanzar la invasión, como lo hicieron los príncipes de Arabia Saudita para la invasión de Irak. Pero ¿ven ustedes? Seguimos hundidos hasta las narices en los temas aburridos. Uribe y su campaña electoral, y los uribistas, cada día más encantados de ver que a su jefe no le tiembla el pulso ni en lo de los paras ni en lo del DAS ni en lo del fraude electoral ni en lo de la dosis personal de las drogas prohibidas por sus amigos de los Estados Unidos. ¿Habrá temas peores? Sí, el invierno: ese invierno para el cual nunca, desde que yo tengo memoria, han estado preparadas las autoridades de Colombia, como si no sucediera dos veces cada año desde hace millones de años. O los apocalípticos trancones de tráfico que, aunque no tan antiguos como los aguaceros y las inundaciones del invierno, existen desde hace decenios en las calles de Bogotá. Y ningún alcalde ha podido con ellos.

También podría hablar de la malla vial. O de la despenalización del aborto. O de la excomunión anunciada por los obispos para quienes despenalizaron el aborto.

Pero entiendo. A los colombianos no les gusta que les hablen de cosas desagradables, si encima tienen que vivirlas. Eso explica por qué los periódicos que dan información sobre la realidad cotidiana tienen cada vez menos páginas, y en cambio son cada vez más gordas las revistas de farándula.

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