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LA REELECCION

Semana
30 de agosto de 1999

Sorpresivamente saltó a la arena pública la semana pasada la liebre de la reelección
presidencial. No se sabe si promovida por el propio gobierno, pero en todo caso avalada por este, la
propuesta pretende que en Colombia podamos extender por medio de una elección el período presidencial
de cuatro a ocho años, sin necesidad de saltarse por lo menos un período, como sucedía con la reelección
que permitía la Constitución del 86.Argumentos en contra de la figura de la reelección, y sobre todo de la que
se permite en el período inmediatamente siguiente, hay muchos. Para comenzar, una de las ilusiones
políticas que con mayor cuidado cultivamos los colombianos es la que surge de la certeza de que del
gobierno de turno podemos librarnos en un plazo determinado y cierto. Quizás por este factor es por lo cual
en Colombia la desesperación que producen los presidentes malos o las dificultades por las que atraviesa el
país, por graves que ellas sean, no producen cosas más terribles de las que nos suceden, como golpes de
Estado, revueltas populares u otras locuras semejantes. Ante realidades inamovibles, como desde hace
años viene siendo la crisis colombiana, un período presidencial de cuatro años es una olla express con su
correspondiente válvula de escape del descontento popular. En Colombia sí que es cierto el adagio acomodado
de que no hay gobierno malo que dure más de cuatro años ni colombiano que lo resista. Así no sea cierto, el
pueblo colombiano se ha acostumbrado a asimilar el fin de sus males y de sus precariedades con el cambio
de gobierno que ocurre cada cuatro años. Es algo así como la gripa: que por mal que uno se sienta, se sabe
que algún día termina. Prueba de que Colombia no es un país de talante reeleccionista es que en este siglo
no ha habido sino una sola reelección, la de López Pumarejo, que no logró acabar su segundo período
presidencial. Carlos Lleras intentó infructuosamente hacerse reelegir dos veces, y López Michelsen una.
Pero ninguno de ellos lo intentó en el período inmediatamente siguiente, cuando es probable que, sin
importar los niveles de su popularidad, probablemente lo habrían conseguido. La razón es que el poder
presidencial en Colombia es inmenso, no solo en burocracia, sino en materia presupuestal y en el manejo
de los medios de comunicación. Prueba es que Ernesto Samper alineó estos tres elementos para mantenerse
en el cargo. Pero más prueba aún es que, a pesar de su enorme impopularidad, Samper siempre estuvo
dispuesto a jugarse su permanencia en el poder con plebiscitos y referendos, porque estaba absolutamente
seguro de que los ganaría.Por este factor me parece casi impúdico que el gobierno avale una propuesta de
reelección en la que en primer lugar estaría en juego el nombre de Andrés Pastrana, y más aún en
momentos en que su popularidad viene siendo avasallada por los problemas no resueltos del país. Lo
elegante hubiera sido, si se quiere apoyar la propuesta, avalarla pero a partir del próximo período, para que
el mismo gobierno que eventualmente empujará la iniciativa en el Congreso no sea el primero que llegue a
usufructuarla.Pero además, existe el argumento de que las reelecciones presidenciales tienden a perpetuar el
partido de gobierno y a taponar las generaciones que vienen, en un país como el nuestro donde el deseo de
sangre nueva ya hace que hasta Horacio Serpa parezca una cara vieja. Y si es cierto que el poder
presidencial le otorga una ventaja enorme al candidato-presidente, futuras candidaturas como las de Noemí
Sanín, Alvaro Uribe o Juan Manuel Santos sufrirían un tremendo revés.En Estados Unidos, donde el
presidente no controla ni la burocracia, ni el presupuesto, ni los medios como lo hace un presidente
colombiano _aquí el Presidente aparece en los medios como un derecho, mientras que allí Clinton sólo
aparece cuando las cadenas lo invitan_, está demostrado que la ventaja del candidato presidencial es
enorme, comenzando por la de que el propio Clinton hace campaña en el avión presidencial, mientras que su
contrincante tiene que comenzar por levantarse los millonarios recursos que implica el desplazamiento político
a través del territorio.Pero la prueba de la ventaja presidencial en una campaña de reelección la tenemos
aquí al lado, en el Perú, en Brasil y en Argentina. Puede que ni Fujimori, ni Cardoso ni Menem hubieran
sido reelegidos en momentos en que gozaban del colmo de su popularidad, aunque sí en la cúspide de su
poder presidencial, lo que aparentemente es más definitivo.Pero la reelección presidencial, estableciendo
controles para evitar la ventaja de la posición del gobernante de turno, también tiene grandes argumentos a
favor. La medida de prohibir la reelección presidencial (o la de alcaldes y gobernadores) pertenece a
esa misma rama familiar de medidas como el voto obligatorio y eso que llaman 'la libertad vigilada', que
son contradictorias con el fin que pretenden promover. Así como la libertad vigilada no es libertad, la
democracia sin posibilidades de reelegir a sus gobernantes o con la obligación de votar tampoco es tan
democracia.La reelección, además de confirmar el concepto de que la democracia se consolida sobre la
libertad y voluntad populares, es un premio que los gobernados les entregan a sus buenos gobernantes, o
un castigo que se les aplica a los malos. Es una forma de aprovechar la experiencia adquirida en el poder, y
de estimular la responsabilidad de los gobernantes ante la posibilidad de que por su obra de gobierno
puedan ser llamados a cuentas.Volviendo a la iniciativa parlamentaria conocida la semana pasada, es obvio
que tiene nombre propio: o es para reelegir a Andrés Pastrana, o para reelegir a César Gaviria. Pero existe
un argumento muy malo por el cual vale la pena darle una buena pensada a la iniciativa. El de que de pronto,
una vez aprobada, salte el conejo del cubilete y tengamos otros cuatro años de Ernesto Samper.

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