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La seguridad no tiene vocero

Es cierto que las guerrillas tienen ahora un nuevo aire derivado de un cambio en las estrategias y de un proceso de reorganización. Desde finales de 2008 aumentaron las acciones y crecieron las bajas de la Fuerza Pública.

León Valencia
14 de julio de 2012

Quizás nunca había estado al frente de la seguridad del país un equipo con tan alto nivel profesional y tan altas calidades técnicas. El presidente, el ministro de Defensa, el comandante de las Fuerzas Armadas, el director de la Policía y los dos consejeros de seguridad son una nómina de lujo por el conocimiento del conflicto y por la eficacia mostrada en acciones policiales y militares en los últimos años. También sabrían tramitar un eventual proceso de paz.

Pero no hay vocería política diaria que transmita confianza; que responda de manera permanente a las inquietudes de la población; que se ocupe de la percepción ciudadana; que enfrente a la derecha del país, empeñada en golpear al gobierno acusándolo de darle la espalda a las Fuerzas Armadas y de contemporizar con los terroristas. El vacío es más grande ahora con la salida del general Óscar Naranjo.

El presidente Santos, decidido a darle prioridad en la agenda a la economía, las relaciones internacionales y las reformas, no quiso asumir un protagonismo especial en el tema a lo largo de estos dos años y solo en las últimas semanas se le ha visto muy activo en el desplazamiento a las regiones y en el contacto permanente con los generales. Aspiraba a que mediante unas líneas gruesas de orientación a las Fuerzas Militares y a la Policía se pudiera sostener la ofensiva sobre las guerrillas y el crimen organizado y mantener una percepción favorable en la ciudadanía.

El ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, tiene la formación y la apariencia de un gran ejecutivo, los militares lo consideran de la casa y ha cumplido un formidable papel de enlace entre las tropas y el presidente Santos. Pero no ha logrado establecer una conexión especial con la población, no ha podido conjurar el miedo que trae el asedio del conflicto en muchas regiones del país. No ha jugado ese papel político al cual está destinado un civil a la cabeza del Ministerio.

No se le puede pedir al general Alejandro Navas que cumpla esta misión. Es un militar querido y acatado por los soldados, con un perfil indiscutible de tropero y, quizás por eso, bastante parco y mesurado al hablar. Rasgos parecidos tiene el general José Roberto León Riaño. Conoce bien los secretos de la seguridad urbana, algo muy importante en este momento, pero está lejos de la capacidad de comunicación de Naranjo. Tampoco tienen ese papel los consejeros Sergio Jaramillo o Francisco Lloreda. A ellos les corresponde una labor de asesoría directa al presidente, no una vocería pública en materias tan delicadas.

La necesidad de llenar este vacío es enorme. Es cierto que las guerrillas tienen ahora un nuevo aire derivado de un cambio en las estrategias y de un proceso de reorganización. Desde finales de 2008 aumentaron las acciones y crecieron las bajas de la fuerza pública. En los tres años que van de 2009 a 2011 se presentaron un poco más de 7.300 bajas entre muertos y heridos, y eso, por donde quiera que se le mire, es una cifra alarmante.

Es cierto que se han reactivado y se han reagrupado las fuerzas paramilitares que quedaron por fuera de las negociaciones de Santa Fe de Ralito y ahora tenemos no menos de siete bandas criminales que hacen presencia en 2009 municipios y controlan territorios y mercados legales e ilegales, incluso en zonas claves de las principales ciudades del país.

No hay duda, esto es grave, los hechos son graves. Pero no aparecieron con Santos. Empezaron en los dos últimos años de Uribe. Lo nuevo es un salto en la percepción de inseguridad. Eso sí se produjo en este gobierno. Y a eso debe atender Santos con prontitud y con audacia.

Mantener la actitud de los últimos días es imprescindible. El presidente tiene que estar presente en acciones y eventos que apunten tanto a contener los hechos ciertos de violencia como a mejorar la percepción. Tiene que acelerar los acercamientos de paz. Pero tendría que pensar en un ministro de Defensa con un mayor oficio en la política y en la comunicación de resultados.