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La silla vacía

El alambique mágico de las urnas a donde son llevados los votantes, arreados por la amenaza o comprados por unos pesos, transmuta en legitimidad la podredumbre.

Antonio Caballero
19 de abril de 2008

Confieso que no he entendido en qué consiste la llamada -una vez más- "reforma política". Eso de la silla medio vacía o medio llena, del umbral, del dintel, del vano de la ventana. He leído a políticos y a politólogos, y no entiendo. Lo más parecido a una explicación que he visto hasta ahora es un dibujo del humorista 'Matador' que se titula 'La silla vacía' y muestra a un acrobático padre de la patria parado en un solo dedo sobre el filo de su curul parlamentaria, y sonriendo. Pero ni siquiera esa brillante caricatura es una explicación. Es sólo una ilustración de lo que pasa.

Estudiémosla con detenimiento. (El Tiempo, jueves 17 de abril, página 1-19).

"Para-político", dice en el dibujo un texto con flechita, que señala a un político profesional -su corbata lo delata- haciendo maromas: se sostiene verticalmente en el aire sobre el dedo índice de la mano derecha, balancea muy arriba sus bien calzados pies, y agita el estirado brazo izquierdo, como si saludara. ¿Para-político? Sí. Pero tanto 'Matador' como sus lectores sabemos pertinentemente que al menos la mitad de los políticos del Congreso (más docenas de gobernadores, alcaldes, directores de institutos, embajadores, etc.) son para-políticos. "Parauribistas", para usar el término que acuñó el senador del Polo Jorge Enrique Robledo. Obsérvese, si no, ese dedo poderoso sobre el cual se apoya con todo su peso el monigote contorsionista de 'Matador': es un dedo tan fuerte, tan estirado, tan derecho, tan duro, tan inflexible, tan vertical como el férreo dedo índice de la dura mano derecha del propio presidente Álvaro Uribe. Un dedo que no sólo no se dobla ni un milímetro hacia atrás (mírenlo ustedes en la foto en que el Presidente advierte, señala, regaña, amenaza), sino que tampoco se dobla hacia adelante: más rígido y más sólido en su rigidez que las cuatro patas de la curul del dibujo. Pues conviene no olvidar que los votos para-políticos que llevaron al Congreso o a las suplencias del Congreso a todos los políticos que ahora están cayendo presos son exactamente los mismos votos que llevaron a sus respectivos cargos al presidente Álvaro Uribe y a su vicepresidente Francisco Santos. Y conviene no olvidar que ellos lo sabían. Santos no dudó nunca en vaticinar que los enredados iban a ser varias docenas. Y Uribe, sin vacilar, se apresuró a pedirles precautelativamente que votaran los proyectos del gobierno mientras no estuvieran en la cárcel.

Ese es el dedo, pues. Y ya vimos la sonrisa feliz del para-político equilibrista: sonríe con abandono, con los ojos cerrados, feliz como un pájaro que canta. Recuerda al senador Luis Humberto Builes, del partido uribista Cambio Radical, que exclamó gozoso mientras se lo llevaban preso: "¡Estoy feliz! ¡Me voy de vacaciones!".

¿Y cuáles son las cuatro patas que sostienen la curul?

Son la violencia y el miedo, el dinero y la corrupción. De ahí vienen los votos. El alambique mágico de las urnas electorales a donde son llevados los votantes, arreados por la amenaza o comprados por unos pesos, transmuta en legitimidad la podredumbre. Sobre esas cuatro patas reposa todo el sistema. Y eso viene de atrás: de mucho antes de la aparición del imperioso dedo índice del presidente Uribe, de mucho antes de los escándalos del 'proceso Ocho Mil' sobre la financiación mafiosa de la campaña presidencial de Ernesto Samper. Esas cuatro patas son las que habría que suprimir: el problema está en la base.

Entre tanto -es decir: por mucho tiempo- la conclusión provisional es la que saca doña Dora Acevedo, una señora del servicio de aseos del Congreso citada por SEMANA:

-Hacía rato que no me tocaba desinfectar unos baños tan sucios.

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