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La simonía

La compra del poder es más peligrosa para la institucionalidad del país que un simple robo al erario, como esos de que se acusa a tantos contratistas.

Antonio Caballero
6 de agosto de 2011

Dice el expresidente Álvaro Uribe:

"El exministro Andrés Felipe Arias no se ha robado un peso".

No sé si sea un exceso seguir escribiendo columnas sobre Uribe a estas alturas, viéndolo loco de remate agarrado a ese Twitter en el cual, según asegura su evangelista José Obdulio Gaviria, es posible decir en unos pocos caracteres cosas tan profundas como las reveladas

por los evangelistas originales. "Mi paz os dejo, mi paz os doy": cosas por el estilo. Pero no, no es un exceso: el exceso es Uribe, que al cabo de ocho años de poder no ha conseguido entender que ya no tiene ninguno. Dijo uno de estos días, rabioso: "A mí no me eligieron para ser expresidente". Creía, en su delirio, que lo habían elegido para que fuera presidente toda la vida, y por eso compró con toda naturalidad su primera reelección e iba tan campante para la segunda. Y hoy no puede consolarse cuando ve que él es el único de todos los colombianos que no puede ser elegido presidente por sentencia de la Corte Constitucional. Todos podemos: yo, tú, nosotros, vosotros, ellos. Él no. Y trina de la rabia.

Dice ahora, pues, que su antiguo ministro Arias no se ha robado ni un peso. Puede ser. Pero no es de eso de lo que se le acusa. Se le acusa de haber beneficiado a través del programa Agro Ingreso Seguro de su ministerio a varios terratenientes que a su turno lo beneficiaron a él con contribuciones para su campaña presidencial. Dice su acusadora, la fiscal Viviane Morales:

"Todo permite inferir que (Arias) utilizó el programa AIS como plataforma política para su campaña presidencial".

La defensa que le hace su antiguo jefe Uribe es la habitual en él: consiste en contestar lo que no se le pregunta y en negar algo distinto de lo que se le imputa. Hace un mes, ante la Comisión de Acusaciones del Congreso, manoteaba indignado negando que fuera un asesino cuando lo que le reclamaban era que hubiera mandado espiar ilegalmente por el DAS los teléfonos de sus malquerientes. Y ahora, cuando el actual gobierno emprende investigaciones sobre la corrupción heredada, se sale también por la tangente hablando de "falsos positivos", como si no recordara -se lo recuerda Osuna en una caricatura- que los originales "falsos positivos" con sus cientos de muertos ocurrieron bajo su gobierno, y que estos que él señala ahora, los de la corrupción, no son falsos sino verdaderos: están ahí, son hechos probados. Y ahora, Arias.

Como escribí aquí hace ocho días, Arias es solo el síntoma de una enfermedad grave, que es la manera uribista de hacer política. Lo que intentó hacer Arias a través de AIS fue comprar el poder con recursos desviados del Estado. Exactamente como su modelo Uribe había comprado su reelección con notarías ofrecidas por sus ministros. La compra del poder es más peligrosa para la institucionalidad del país que un simple robo al erario, como esos de que se acusa a tantos contratistas, para comprar un avión privado o un apartamento con piscina en Dubái. Es también corrupción: pero corrupción con consecuencias políticas. Es simonía: ese pecado nefando que cometió Simón el Mago cuando quiso comprarles a los apóstoles de Cristo el poder de hacer milagros.

Como puede verse, no se trata de un pecado nuevo. El único perfeccionamiento que se le puede atribuir a Arias es que, a diferencia de Simón el Mago, quiso pagar la cuenta con plata que no era suya.

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