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La soledad de Andreotti

Toda la historia de la humanidad demuestra que honorabilidad y poder son dos cosas mutua y rigurosamente excluyente

Antonio Caballero
31 de mayo de 1993

LA SORPRESA PROVOCADA POR LAS acusaciones contra el honorable Giulio Andreotti viene justamente de ahí: del título de "honorable" con que se adornan protocolariamente los diputados italianos. Se supone que el poder es honorable porque de tal se disfraza para incrementar su legitimidad, y en consecuencia su estabilidad. Y la sorpresa producida por lo de Andreotti muestra que el disfraz funciona. Los gobernados, eternamente cándidos, siguen confiando en la honorabilidad del poder, contra toda evidencia. Pues toda la historia de la humanidad demuestra, por el contrario, que honorabilidad y poder son dos cosas mutua y rigurosamente excluyentes.
Así, no es sorprendente, sino natural, que Andreotti haya sido acusado de terribles cosas. No puede asombrar a nadie que un hombre que lleva medio siglo en la primera fila de la política italiana, que ha sido dirigente de un partido la Democracia-Cristiana que desde que terminó la Guerra Mundial ha mantenido el monopolio del poder en Italia, que ha sido ministro de todo 30 veces, y siete presidente del Gobierno... No puede asombrar a nadie, digo, que un político así acabe a la postre acusado de planear y ordenar grandes crimenes de Estado.
Pues no son ya las antiguas y vagas acusaciones de siempre: complicidad con la mafia, con la CIA, con el Vaticano, con la Logia P-2 de la masonenría (suponiendo que todas esas instituciones no sean una sola, como sospechan los autores de política ficción, única política verosímil). Esta vez son denuncias precisas por los asesinatos de Aldo Moro y del general Dalla Chiesa. Pero, como es apenas natural, los crímenes de Estado no se cometen solos: los ordenan quienes mandan en el Estado. Que los haya ordenado también Giulio Andreotti, que lleva media vida mandando el Estado italiano, sólo puede sorprender a quien ignore todo de la historia de Italia, desde el asesinato de Remo por Rómulo hasta el del juez Falcone por alguien que todavía no conocemos. Nunca han cesado los dueños del poder de cometer crímenes de Estado, ya fueran emperadores o Papas, ya fuera Cavour o ya fuera Mussolini. ¿Por qué Andreotti iba a ser menos? Toda la literatura que ha producido Italia en dos mil años se ocupa de ese tema: Virgilio, Dante, Sciascia. Y, por supuesto, la misma constante reina en todas las historias y todas las literaturas del mundo.
Lo único llamativo del caso Andreotti es que no son grandes autores, como Suetonio o Shakespeare, los que lo acusan de grandes crímenes, sino pequeños mafiosos "arrepentidos". (Y refugiados en los Estados Unidos, en donde, como es sabido, buscan y encuentran amparo todos los mafiosos arrepentidos del mundo). Y eso resulta, en cierto modo, reconfortante. Porque es un síntoma más de lo único bueno que nos ha traído el fin de la Guerra Fría: el hastío y la desconfianza de los gobernados frente a sus gobernantes. Tiene más peso la palabra de un pequeño mafioso que la de un poderoso ministro. Tanto que, para reforzar la suya, Andreotti ha tenido que recurrir al testimonio de los miembros de su escolta, que según él se hubieran enterado de sus reuniones con los jefes de la Mafia. Pero ¿por qué va a tener un guardaespaldas más credibilidad que su jefe? Pues por eso, porque no manda.
Pero ¿manda Andreotti? Es decir ¿todavía manda? Porque aunque sea natural que un poderoso hombre de Estado sea acusado de crímenes de Estado, lo cierto es que no es normal. Suetonio escribía las atrocidades de Tiberio o Nerón en tiempos de Adriano, y Shakespeare las de los York y los Lancaster en tiempos de los Tudor; los crímenes de Stalin los denunció Kruschev, y los de Hitler sólo se conocieron después del hundimiento de su Reich. Por eso la pregunta de fondo no es si Andreotti es culpable o inocente, si no otra: ¿por qué lo han abandonado?

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