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La sombra del faraón

Tanto el Presidente como el guerrillero se retratan como son, sin afeites ni retoques. Y la comparación es aterradora: un burro amarrado y un tigre

Antonio Caballero
26 de febrero de 2001

Esta semana pudimos conocer los colombianos dos magníficos autorretratos, el uno en la revista Cromos y el otro en la revista Cambio. El primero es el del endeble presidente de la República, Andrés Pastrana, que se muestra tal cual es en una entrevista de Marianne Ponsford. El segundo, el del recio jefe del Bloque Oriental de las Farc, el ‘Mono Jojoy’, que se desnuda en un ‘instructivo’ enviado a todos los frentes de su organización. Tanto el Presidente como el cabecilla guerrillero se retratan como son, sin afeites ni retoques. Y la comparación entre los dos pone los pelos de punta. De un lado, un burro amarrado. Del otro, un tigre.

El burro amarrado no parece darse cuenta de su condición. Al contrario, se toma por un gigante. Hasta el punto de que se refiere a sí mismo en respetuosa tercera persona: a veces con un cortés “Andrés Pastrana”, a veces con un reverencial “el Presidente”. Otras veces recurre a la segunda persona del plural: un mayestático o pontificial “nosotros”. Y cuando se le escapa un simple “yo”. O un “uno”, el tratamiento suena indebidamente confianzudo. Pero hay que ver las banalidades, las tonterías, las boberías que va enhebrando tan grande personajote al hilo de la entrevista.

De las Farc, por ejemplo, que en los dos años largos de su débil presidencia han crecido militar, económica y territorialmente como nunca en su historia, dice que le asombra “su torpeza política”. Pero reconoce a la vez su ignorancia sobre el tema, que es el central, y quizás el único, de su propio gobierno: “No puedo hablar de las Farc en los últimos 40 años, pero en lo que me ha tocado vivir a mí…” (etc.) Y es sin embargo tal su ignorancia también sobre lo que a él mismo le ha tocado “vivir” (como Presidente al menos), que se atreve a llamar “absoluta desinformación” la de un periódico que dice “que las Farc controlan la zona de distensión, que el presidente Pastrana le entregó la zona de distensión a las Farc, que ahí no hay autoridades, que allí se produce la mayor cantidad de droga del mundo”. ¿Es que nadie le ha contado que todo eso es cierto?

No conoce el país que gobierna, pues. Pero ¿sabe al menos en qué consiste gobernar? Tampoco. Para él, el tema grandioso y terrible de la soledad del poder, que ha obsesionado a todos los gobernantes de la Historia, se reduce a un problema de atenciones sociales: “Cuando la gente invita a cenar al Presidente se arma un lío, que a quién tenemos que contratar, que cómo lo atendemos… Lo que no se dan cuenta es de que uno sigue siendo el mismo, y lo que quiere (…) es poder salir a compartir con sus amigos, tomarse un trago”. En cuanto al apetito de poder, lo confunde con la mera sed de sueldos: “De haber querido el poder por el poder, hubiera sido ministro cuantas veces hubiera querido, hubiera sido embajador cuantas veces hubiera querido”. Le pregunta la directora de Cromos por las lecturas que han influido en su formación política, y el Presidente se descuelga con esto:

“Las biografías, porque creo que allí las experiencias son reales. La de Churchill. Por ejemplo. Y las de los Papas son muy interesantes”.

¿Cuál biografía, de las mil que se han escrito sobre Churchill? ¿Y la de cuál Papa, de los mil que ha habido? No lo dice el Presidente. Pero añade: “También libros de historia. Temas como el de Ramsés, de Egipto, que ahondamos cuando tuvimos la oportunidad de nuestro año sabático en Harvard”. Incluso ahora, cinco o diez años más tarde, no ha terminado de ahondarlo: “Estoy leyendo una biografía de Ramsés, muy interesante, sobre todo la primera lección de su padre enseñándole al hijo en aquella época las experiencias de cómo puede ser el gobierno”. Y al leer estas ingenuas declaraciones de nuestro primer mandatario no puede uno no enternecerse involuntariamente pensando en el niño Andrés cuando se columpiaba en las rodillas de su padre Misael, cuya doble papada, en efecto, evoca irresistiblemente la imagen de la doble tiara del Alto y del Bajo Egipto del faraón Seti I, padre del gran Ramsés.

Espeluznante.

Porque en esas manos estamos. Y en las otras también, en las del tigre. El ‘Mono Jojoy’, jefe militar de las Farc, que en su ‘instructivo’ publicado por Cambio se retrata a sí mismo como un hombre de hierro: inteligente y sin escrúpulos, informado, astuto, capaz, con autoridad y con las ideas claras. Un hombre que sabe para dónde va, y que para allá está yendo. El otro, aunque no lo sabe, también va para allá. Y entre los dos allá nos están llevando a todos los colombianos. Al fin y al cabo, los dos son creación nuestra: la vacuidad narcisista del establecimiento y la ferocidad rencorosa de la guerrilla.

Yo no he “ahondado en el tema de Ramsés” tanto como el estudioso Andrés Pastrana. Pero por lo que sé de aquel implacable faraón cuya momia sonriente todavía asusta en el Museo de El Cairo, que aplastó a los hititas y les cortó las manos a los nubios y las cabezas a los hycsos y sometió a su propio pueblo bajo el peso ciclópeo de sus propias estatuas monolíticas que tres mil años no han conseguido borrar del paisaje de Egipto, creo que es más parecido al fiero y realista ‘Mono Jojoy’ que al atontolinado e iluso niño Andrés. Más parecido al tigre carnicero, que al burrito amarrado.

Ojalá me equivoque.

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