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La televisión

El tema de la televisión, la del Estado y la privada, es el reflejo de todos los demás temas de la política y la economía en Colombia

Antonio Caballero
27 de agosto de 2001

Puede servir para algo la televisión pública en Colombia? Sí, claro: debería. Para eso existe, para eso es pública. Y la televisión, a pesar de ser uno de los inventos más desperdiciados de la historia, es un invento prodigioso y potencialmente revolucionario en todos los sentidos del término: comparable al remo o al arado o al condensador eléctrico.

Debería, pues, servir para algo: para educar, para informar, para entretener, o para todo a la vez; y no sólo, como es lo habitual, para embrutecer y para vender.

Pero no hablo de la televisión en general, invento desaprovechado y asombroso, sino de la televisión pública, y en Colombia. Y lo hago porque a fines de este mes de noviembre hay un debate sobre el tema en la Universidad Nacional, y he estado leyendo unos papeles al respecto. Muy interesantes, pero… cómo diría yo: ingenuos. No parecen escritos en Colombia.

Pues se trata de discutir sobre el papel que debería cumplir en Colombia la televisión pública, y los autores de estos papeles que he estado leyendo parecen haberlos escrito en la luna (“o más allá”, como diría Rubén Darío con su intuición poética). Se sorprenden, en efecto, de que la televisión pública en este país no le sirva sino a sus dueños: los gobiernos de turno, los políticos, y, secundariamente, los sindicalistas de Inravisión. Como si no se hubieran percatado de que eso mismo sucede con todas las cosas públicas que existen en Colombia. Con el Estado en su conjunto. En teoría en los textos constitucionales y en los discursos de los dueños de los textos constitucionales— el Estado colombiano existe para que les sirva para algo a todos los colombianos. No sólo en sus tentáculos del espectro electromagnético (Inravisión, Audiovisuales, la vergonzosa comisión llamada Comisión Nacional de Televisión), sino también en todo lo demás: la Policía, el sistema educativo, la Corte Constitucional, el Ministerio de Salud, Telecom. Pero vemos en la práctica (y cada día lo vemos más) que nada de eso les sirve de nada a los colombianos en general, que lo sostienen con sus impuestos (hablo, claro está, de los que pagamos impuestos) y que no le sacan el menor jugo. No hablo de un sueldo, o de un contrato: hablo de la protección de la Policía, del acceso a la educación o la salud, etc. El Estado colombiano no es nuestro. Es de ellos.

Por eso las cosas que escriben los promotores del debate sobre el tema de la televisión del Estado podrían decirse también, sin cambiar ni una coma, de cualquier otro de sus órganos: de Ecopetrol o del Congreso, o del cuerpo consular, o del Datt. Cito: “Carencia de un marco conceptual… ausencia de una cohesión de políticas… desmedido gasto público… incoherencia de los criterios para fijar contraprestaciones y obligaciones… coexistencia de diversos regímenes jurídicos… falta de planeación y de políticas de desarrollo…”. ¿No les parece estar leyendo algo sobre el proceso de paz, o sobre la lucha contra la droga, o sobre la universidad? ¿O sobre la política agraria, o sobre la banca estatal?

Añaden una nota sobre “la televisión prestada por particulares”, que no se refiere, como podría parecer, al caso de que una señora le ceda por un rato su televisor a la vecina, sino al negocio de las programadoras y los canales privados. Y dicen de ella que “debería cumplir con obligaciones derivadas de su naturaleza de servicio público, tales como el acceso de las audiencias a diversas propuestas e información, la garantía de la continuidad de los servicios, el respeto a los derechos de las audiencias, el ejercicio de su responsabilidad social”. ¡Qué palabras! No sé si se dan cuenta: obligaciones, servicio, acceso, garantía, respeto, derechos, responsabilidad. ¿En qué país creen que viven?

Es que no toman en cuenta eso que, en un añadido posterior que hubiera debido ser la base anterior, definen en media frase: todas esas cosas, o falta de cosas, “sumadas a la real situación del sector entre otros, son aspectos que afectan la prestación del servicio”.

La “real situación” del sector, de todos los sectores, es catastrófica en Colombia. Porque los dueños del sector, de todos los sectores, no quieren que sea distinta. En su ceguera política, en su codicia a corto plazo, prefieren la catástrofe al bienestar general, la guerra a la paz, la fuga a la tranquilidad. El tema de la televisión, la del Estado y la privada, no es sino el reflejo de todos los demás temas de la política y la economía en Colombia. Cuando el general Rojas Pinilla trajo la televisión hace ya medio siglo, la teoría era perfecta: educación, información, entretenimiento, independencia. Parecía tan perfecta como, digamos, nuestro plan de protección del medio ambiente y los recursos naturales, o como nuestros códigos de justicia, o como nuestros proyectos decenales de educación. Pero después, en la práctica, el general sólo usó la televisión para echar discursos.

Pero, en fin, que se discuta. A ver si del debate del 26 de noviembre sale algo más que un discurso.

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