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La teoría de lo absurdo

Por cuenta de quienes construyen opinión desde una orilla política, un correo entre dos oficiales en retiro que exponen justas inquietudes fue convertido en una particular conspiración.

Semana
22 de mayo de 2012

El martes 15 de mayo, día del atentado al doctor Fernando Londoño, en el Canal Capital dos invitados a un programa de opinión: Jairo Libreros, experto en seguridad, y Lilia Solano, de la ONG “Justicia y Vida”, sin ningún reparo sugirieron que las Fuerzas Militares podrían estar comprometidas, de alguna manera, en ese luctuoso hecho. Otros analistas y líderes de opinión apuntaron a fuerzas oscuras, a la mano negra, a la extrema derecha, y los más atrevidos insinuaron un autoatentado, todo con un claro objetivo: deslindar a las FARC del hecho criminal.

Y es que al analizar el atentado, se deduce que este no podía esperar, pues era el día políticamente correcto, en medio de un debate polarizado por el inicio del TLC y la animadversión de un amplio sector de la sociedad por la propuesta del Marco Legal para la Paz, un texto que parece, cada vez más, un acuerdo anticipado con grupos irregulares que una iniciativa política.

En medio de esas condiciones propicias, como las denominaba Alfonso Cano, se atentó contra una persona que representa a un importante sector de opinión, se asesinaron dos de sus escoltas y se causaron heridas a 40 personas. En una suma de torpezas y atropellados señalamientos, canales de televisión e informativos buscaban culpables a diestra y siniestra, para luego ir construyendo una versión producto de afanes, especulaciones y voces oficiales.   

Hacía solo unos días Piedad Córdoba dirigente de la Junta Patriótica, había denunciado un  atentado que se estaría fraguando en su contra, y señalaba que se adelantaría con tecnología de punta y la intervención de militares en retiro. Así las cosas, se empezaban a mencionar estos últimos como un factor de desestabilización, sin precisar, claro está, quienes o cuantos eran los retirados, sencillamente todos quedaron cobijados por ese manto de duda.

Pero faltaba algo que pudiese desviar la atención de la opinión pública hacia ese sector particular, fue entonces cuando apareció “misteriosamente”, en Canal Capital, un correo entre dos oficiales en retiro, el general Eduardo Santos y el mayor Jorge Galvis. En él, estos soldados de la vieja guardia expresan su inconformismo por la forma como  el presidente está dirigiendo al país en un mensaje reenviado, sin prevención alguna, a todos sus amigos.

En un tono coloquial, como lo afirmó el general Jaime Ruiz, presidente de Acore, estos antiguos oficiales se refieren a problemas que no escapan a la crítica de cualquier ciudadano, sin importar su condición. Allí hablan de la inequidad en la distribución de las regalías, la mediocridad con que se ha manejado el desastre invernal, la ineficacia del sistema de salud, el abandono del campo, pero además el evidente incumplimiento salarial a los militares en actividad y en retiro, es decir, una serie de temas que pueden estar en boca de cualquier colombiano.

En un aparte del escrito, el mayor Galvis, habla de poner las cartas sobre la mesa al gobierno, y exigirle “cumplir sus obligaciones o de lo contario removerlo del cargo”. Tan desprevenida expresión, común en cualquier tertulia provincial, fue elevada a la categoría de conspiración y “ruido de sables” por parte de líderes de opinión como León Valencia y Alfonso Gómez Méndez, siendo cuidadosamente seleccionado el texto que interesaba y evitando mencionar esas otras inquietudes sociales, que no creo sean ajenas a esa particular cofradía.

De igual manera la ONG Arco Iris, en su portal, presentó la noticia bajo el inquietante título “Este es el correo donde militar propone ‘remover’ a Santos del poder”. Vale decir que quien no conozca detalles, imagina que sí existe el deseo de “tumbar” a Santos y que este proviene de un militar activo, pues no se aclara su condición. Lo cual ha sido hábilmente recogido por otros medios, especialmente alternativos, para mostrar el peligro que corre el establecimiento frente a tamaño desafío.

Pero, además, y me parece extraño por la condición de sus analistas, esa misma ONG señala en un comentario para El Espectador, que “Si bien el correo puede ser el intercambio epistolar entre lunáticos… en un país donde las fuerzas oscuras, la mano negra y otros sectores criminales siguen actuando, merece una rápida y urgente investigación”. Un mensaje descalificador, pues tratar a un contradictor como lunático no es propiamente respetuoso ni con la dignidad de las personas, ni con ese disenso a que todo colombiano tiene derecho.

Lo que sí debe quedar claro es que los militares no sólo están para poner muertos, heridos,  viudas y huérfanos, pues es algo que han hecho por más de 50 años, yendo a la tumba en medio del exclusivo dolor de los suyos, arrastrando graves secuelas en sus cuerpos por el resto de sus días, pero además, muchos de ellos, inmersos en complejos y costosos procesos judiciales por cuenta del conflicto que enfrentan.

Pero si bien constitucionalmente los activos no pueden deliberar, ya en retiro o pensionados la situación es distinta, por tanto no se les puede tratar como proscritos, ni ciudadanos de segunda, mucho menos pretender que estén inhabilitados para ejercer sus derechos políticos y ciudadanos, aun si ese es el esperanzador sueño al que algunos apuntan con firmeza, en esa nueva Colombia  que proponen las FARC.

Retirados los hay en altos cargos públicos y privados, son maestros, líderes empresariales y comunitarios, profesionales en todos los campos, magister, doctorados, columnistas, diputados, alcaldes, concejales, asesores, consultores y expertos en seguridad. Pero, además, son hombres de familia a quienes les duele ver como se teje, con cuidadosa filigrana, una agenda de opinión para señalarlos, indiscriminadamente, como miembros de esa incierta mano negra o de extrema radical. 

Al escribir esta columna no puede uno saber que dirá el presidente Santos a los oficiales activos y retirados en el Teatro Patria, en una reunión a la cual están citados y que ojalá no se cancele. El escenario no puede ser más simbólico, quizás es coincidencia que allí haya pronunciado su famoso discurso a las Fuerzas Armadas Alberto Lleras, el 9 de mayo de 1958, en momentos en que recibía fuertes críticas del estamento castrense. En esa ocasión, Lleras recordó a los militares en actividad que “La política es el arte de la controversia, por excelencia. La milicia, el de la disciplina. Cuando las Fuerzas Armadas entran a la política, lo primero que se quebranta es su unidad porque se abre la controversia en sus filas“. Un discurso que se ajusta ayer y hoy a quienes portan las armas de la República, pero no a quienes están en condición de retiro.

Lo cierto es que hablar de “ruido de sables” o “conspiraciones” no es casual, tal vez quienes lo hacen buscan desviar la responsabilidad sobre unas FARC que, en una semana, asesinaron  12 soldados en La Guajira, huyendo a Venezuela; secuestraron un número indeterminado de niños en Putumayo; hirieron civiles y policías en la Gabarra, y volaron con una mina a una abuela y su nieto de 4 años en Puerto Asís. Todo apunta a configurar una especie de “lavandería de imagen”, con la ingenua pretensión de acercar a ese grupo terrorista, cada vez más criminal y decadente, a un posible escenario de paz.

En definitiva, las condiciones propicias de que hablaba Cano se están dando, la marcha sigue su avance y aplastará como una locomotora a quien se interponga. Cada quien hará lo suyo, incluso recrear teorías del absurdo en aras de alcanzar el objetivo final, que ojalá, y así quisiéramos muchos, no fuese confundir a la opinión, sino abrir un verdadero camino hacia la paz.


* Historiador militar.

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