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La vanidad de los príncipes

El prestigio de los príncipes se mide en su capacidad de jugar a la guerra. los príncipes se arman por vanidad.

Antonio Caballero
12 de septiembre de 2009

Brasil le hace a Francia una gigantesca compra de armamento y salen felices los presidentes Lula y Sarkozy, cogidos de la mano, posando para las fotos. Venezuela le hace a Rusia otra compra de armamento no menos grande, y los presidentes Chávez y Medvedev posan no menos contentos para su foto respectiva. Desde el punto de vista del francés y del ruso la satisfacción se comprende: están vendiendo las armas y cobrando una millonada por ellas. Pero el brasileño y el venezolano ¿para qué las compran? ¿No podrían gastarse sus millonadas respectivas en algo más útil?

Aquí debería venir la retahíla habitual sobre los hospitales y demás cosas útiles. Hasta un jefe de Estado (es decir, un comprador de armas) como el peruano Alan García insinuó en la reciente cumbre de Bariloche que esos gastos constituyen un despilfarro injustificable. Pero no. Y él lo sabía. Lo que pasa es que la cumbre era televisada, y hablaba para la galería.

Hugo Chávez ha explicado varias veces que sus compras de armamento se hacen en defensa propia. Siente que Venezuela, por cuenta tanto del mal ejemplo de su "revolución bolivariana" como de sus ingentes reservas de petróleo, está bajo la amenaza de un ataque del imperio norteamericano. Lula, por su parte, expuso un argumento parecido con respecto a las compras del Brasil, aunque sin citar al enemigo. Refiriéndose a los inmensos yacimientos petrolíferos descubiertos hace un par de años bajo las aguas territoriales brasileñas dijo, sin referirse a nadie en particular: "El petróleo ya fue motivo de mucha guerra y mucho conflicto, y no queremos eso". No les falta razón a los dos, claro. Pero ¿acaso le sirvieron de mucho a Saddam Hussein sus colosales gastos en armamento (comprado a la Unión Soviética) para defender el petróleo iraquí cuando los Estados Unidos se inventaron un pretexto para invadir el país? Sin embargo, no es que Chávez se haga la ilusión de que sus tanques rusos van a defender la franja del Orinoco, ni que Lula piense que sus submarinos franceses protegerán de intrusos el fondo del Atlántico. Las explicaciones de los dos presidentes no son convincentes porque no son ciertas. Como García en Bariloche, hablan para la galería. Sus verdaderos motivos para armarse hasta los dientes son otros.

El primero se resume en la frase sibilina del ruso Medvédev al anunciarles a los periodistas el acuerdo con Chávez: "No voy a engañarlos: este tipo de contratos no siempre se firma en público". Me trajo a la memoria el escándalo que se armó aquí hace veinte años cuando el entonces presidente Virgilio Barco se refirió "en público" (ante una periodista argentina) a la compra de armas por parte de Colombia y Venezuela. Reveló que le había propuesto a su colega venezolano Carlos Andrés Pérez reducir el despilfarro de los dos países pasándoles a sus respectivos militares el importe de las comisiones de la compra de armas sin necesidad de comprarlas. De esa revelación imprudente le vino a Barco la fama de que era bobo o estaba loco. Porque, aunque era una propuesta de hombre sensato, no podía ser una propuesta de hombre de Estado. Los hombres de Estado saben que las armas no se compran únicamente por las comisiones (que también existen en los hospitales, por ejemplo), sino porque son más útiles que los hospitales. Dan prestigio: el prestigio de los príncipes se mide en su capacidad de jugar a la guerra.

Pero el motivo más profundo es otro. El general Charles de Gaulle, que participó en dos guerras mundiales en las que su país, armado hasta los dientes, fue derrotado, y se encargó de liquidar la guerra colonial de Argelia en la que Francia, pese a su superioridad de armamento, tampoco obtuvo la victoria, explicó la necesidad de que se armara también con armas atómicas a sabiendas de que, si llegaban a usarse, quedaría aniquilada por completo:

— Estar armado es necesario para ser invitado a las conferencias de desarme.

Los príncipes se arman por vanidad. Mírenlos en la foto.