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La vara de nuestra mediocridad

¿Qué pasó con la promesa de las élites colombianas de seguir el camino chileno?, se pregunta Jorge Giraldo., 77281

Semana
7 de febrero de 2006

Hace 15 años Chile era el tema preferido en Colombia por los círculos políticos, económicos y del llamado "tercer sector". Cuando Colombia empezó a hacerse un país políticamente civilizado (en 1991), Chile expresaba las promesas y los miedos de las élites colombianas de todo tipo. La liberalización económica, que aquí denominamos "apertura", la privatización de muchas empresas y las reformas de pensiones y salud, se hicieron mirando a la estrella solitaria más que siguiendo los modelos del Norte. César Gaviria -que en esa época representaba la nueva derecha (y hoy la vieja)- era el líder de ese cambio y, seguramente, de la imagen que se imponía desde el Sur.
Esa promesa no fue aceptada incondicionalmente por la izquierda tradicional, es decir esa miscelánea de proteccionistas, estatistas, cepalinos, que ayer como hoy sigue monopolizando las banderías izquierdistas. Decían, entonces, que seguir el camino chileno era la ruina, la pendiente hacia el abismo de la dependencia y la miseria. Allí estaban -para decir nombres, como a veces me piden- don Eduardo Sarmiento y el actual senador Jorge Robledo, por supuesto.
A principios de 2006, Chile es una realidad tan asombrosa que ahora sí podemos aceptar el título de milagro que algunos especialistas previsores le colgaron desde aquel entonces. Chile se ha convertido en una democracia avanzada, en el país más exitoso en la lucha contra la pobreza, la economía más abierta y pujante de América, con una izquierda inteligente y una población de alta autoestima. Todas esas características desconocidas en los demás países de Latinoamérica.
Pero no me preocupa Chile, me preocupa Colombia. ¿Qué pasó con la promesa de las élites colombianas de seguir el camino chileno? La apertura colombiana fue mal hecha por abrupta y tímida: a la carrera y sin preparación; en un acuerdo que funcionó con Venezuela y una parálisis total ante Mercosur o Alca. La liberalización fue excesiva hasta el punto de que siempre el Estado chileno fue mayor que el colombiano. La promesa de la seguridad social se quedó a mitad de camino.
¿Qué pasó con los fantasmas de la izquierda tradicional colombiana? ¿Qué pasó con el pánico frente a un "neoliberalismo" que emergía sobre el trabajo preparatorio de Pinochet? Nada, o sea menos todavía. Quince años de crecimiento continuo y vigoroso de la economía chilena; una apertura comercial que mantiene a Chile con un intercambio variado; la pobreza más baja de América Latina (18%) con la meta socialista de eliminarla; todo ello demuestra que el coco esgrimido por el proteccionismo decimonónico es una mentira. ¿Con qué cara Horacio Serpa o Jorge Robledo espantan hoy a los incautos con el monstruo del TLC?
Chile abordó el camino de la reconciliación nacional con una calma pasmosa. Aún hoy tiene una agenda pendiente en el plano legislativo para culminar el desmonte de las leyes establecidas por la dictadura. Los chilenos se han embarcado en un gradual cambio cultural en sus relaciones con el Ejército y la Iglesia, tan vitales para la dictadura. El proceso judicial de Pinochet ha sido tan lento que parece un plan premeditado para restarle toda legitimidad, de tal modo que pueda ser enterrado sin ningún honor. La señora Bachelet se negó reiteradamente a hacer política electoral sobre el cadáver de su padre.
Aquí todo va por la vía contraria. La meta de la reconciliación pasa a un segundo plano y se impone la pose de los vengadores. No se acepta acá ninguna gradualidad porque los colombianos creemos en los milagros antiguos, los que no hace uno sino que se los hace la divinidad. El pacto de 1991 se pisotea todos los días para sostener la animosidad y la sensación de país ingobernable que nos embriaga. Ah, y todos quieren multiplicar votos con la impudicia de las tragedias de otros: El uno con el cadáver de su padre, el otro con los secuestrados de las Farc, el de más allá con el miedo al retorno guerrillero.
Chile está muy lejos, ¿empezamos a hablar de Bolivia?

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