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MARTA RUIZ

La verdad de Mora

El cabo del Ejército Carlos Eduardo Mora ha pagado caro el haber contado la verdad. Sin futuro profesional en el Ejército, bajo custodia permanente y encerrado.

Marta Ruiz, Marta Ruiz
5 de abril de 2014

Las FARC y el Gobierno están de acuerdo en que para el cierre del conflicto se necesita una comisión de la verdad. Habrá que ver cómo, cuándo, dónde, quiénes y con qué mandato se conformará. De eso dependerá que sea la verdad del “hagámonos pasito” entre los guerreros, o una verdad que le sirva a la sociedad para mirar críticamente su pasado. Hasta ahora, sin embargo, contar las verdades de la guerra les ha costado la vida, la libertad o la tranquilidad a quienes se han jugado todo por ellas. Es el caso del cabo del Ejército Carlos Eduardo Mora. 
 
Mora no llega a los 30 años. De niño jugaba con pistolas, cascos y vestidos camuflados. Soñaba con ser soldado, con ir a la guerra. Con muchos sacrificios su familia le costeó el curso para suboficial y fue ubicado en labores de inteligencia. Antes de que tuviera a su cargo cualquier misión como infiltrado, tuvo que ir al campo de batalla y conocer los rigores del combate, en Norte de Santander. 

Luego fue asignado a una unidad de inteligencia en ese mismo departamento. Su misión era investigar a los miembros de las bandas criminales, desarticular sus redes de la mano de la Fiscalía. Según cuenta, hubo muchas capturas. Hasta que en el 2008  todo cambió en su territorio. Altos oficiales que tomaron el mando de las brigadas XIV y XV de la noche a la mañana empezaron a mostrar bajas de las bacrim a granel. No necesitó demasiada suspicacia para entender que algunos miembros de estas bandas se habían aliado con oficiales y suboficiales para tenderles celadas a miembros de esos grupos que consideraban un estorbo. Y que luego las celadas se le tendían a cualquiera que diera papaya. Había un negocio detrás. Una alianza macabra para que algunos militares mostraran “resultados” que redundarían en medallas, ascensos y permisos, y los delincuentes ganaban el permiso para seguir actuando con impunidad.

Mora ha dicho múltiples veces que, no queriendo ser parte de semejante red criminal, denunció ante sus superiores lo que estaba ocurriendo. En lugar de obtener protección y apoyo, recibió calificativos de “sapo”, amenazas, y la asignación de tareas absurdas en las que su vida corría peligro inminente. Tuvo que vivir varias semanas solo, bajo la protección de la Policía en un pueblo remoto de la provincia de Ocaña, y subirse a la fuerza en un helicóptero militar que lo trajo a Bogotá, donde por fin fue escuchado por altos oficiales que comprobaron y creyeron su historia. También la ONU tomó atenta nota de su testimonio. Y, según dice, hasta el presidente Uribe lo recibió y le prometió una comisión fuera del país que nunca se hizo efectiva. 

Gracias a su revelador testimonio estalló el escándalo de los falsos positivos. Pocos en el Ejército  le han reconocido a Mora su papel en el esclarecimiento de semejante atrocidad. Por el contrario, muchos de sus superiores lo consideran un traidor, pues ha sido el testigo clave para la condena de varios oficiales, entre ellos el coronel Gabriel Rico, que acaba de recibir una pena de 35 años de prisión, y contra el coronel Santiago Herrera, exayudante del general Mario Montoya.       

En estos años Mora ha vivido bajo permanente amenaza. Condenado al ostracismo en una institución en la que recibe más repudio que respaldo. El año pasado, en un chequeo de rutina se le diagnosticó una depresión leve, situación que algunos quisieron aprovechar para internarlo en un hospital siquiátrico. Querían, según sospecha Mora, declararlo loco y dejar sin piso su verdad, como ha ocurrido en otros casos. Pero Mora logró escapar. Después de ese episodio la CIDH le otorgó medidas cautelares. Desde entonces vive en una unidad residencial militar, pero con escolta permanente de la Fiscalía.

Mora ha pagado caro el haber contado la verdad. Sin futuro profesional en el Ejército, institución a la que sigue vinculado; bajo custodia permanente; encerrado. Casi todos quienes deberían protegerlo lo han dejado solo. 

Su caso es una parábola sobre lo difícil que será el camino de la verdad. Si es que la decisión de enfrentarse a ella va en serio.

Coletilla: En buena hora el Consejo de Estado hizo justicia con el exalcalde de Medellín Alonso Salazar. Colombia necesita líderes como él en la arena política.