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La verdadera relación Uribe-Chávez

¿Se mantendrá la cordialidad entre Colombia y Venezuela, o las tensiones de Hugo Chávez con Washington harán inevitable que Colombia se convierta en el terreno de esa confrontación?, se pregunta Álvaro Forero Tascón.

Semana
16 de septiembre de 2006

Los colombianos creemos que las relaciones de nuestro país con Venezuela son buenas. Que aunque las diferencias ideológicas que separan a Hugo Chávez de Álvaro Uribe son grandes, ambos gobiernos se esfuerzan de buena fe por superarlas. Así parece entenderlo también el gobierno. El presidente Uribe llama estrechas, y hasta fraternas, las relaciones con Venezuela.

Habiendo estado la relación binacional erizada históricamente por el diferendo limítrofe, es paradójico que ésta aparezca mejor hoy, cuando por primera vez existen verdaderos abismos entre los dos países. A los dos gobiernos los separa, y hasta enfrenta, casi todo. Desde la relación con Estados Unidos, hasta la concepción sobre la seguridad regional, pasando por las posturas en materia política, económica y social.

¿Qué explica entonces que tantas tensiones de la relación binacional permanezcan sumergidas? Parte de la explicación son los esfuerzos que viene haciendo Colombia para evitar, a toda costa, que un deterioro de las relaciones políticas afecte negativamente las ventas a Venezuela de más de dos mil millones de dólares anuales. Especialmente desde que Chávez demostró con el incidente Granda, qué tan dispuesto está a utilizar su poder económico.

La otra parte de la explicación es el deseo de Hugo Chávez de mantener tranquilo el crítico frente colombiano, mientras libra encarnizadas batallas políticas en otros flancos. Pero entonces surge otra pregunta, ¿por qué Chávez, el pugilista internacional del momento, el mayor enemigo de Estados Unidos y sus aliados, se abstiene de combatir políticamente a su némesis, Álvaro Uribe, quien no solo representa todo lo que él denuncia públicamente, sino que a través del Plan Colombia puede ser una especie de pie de playa de Estados Unidos? Una posible respuesta es que Hugo Chávez ve a Álvaro Uribe como su tiquete a la legitimidad internacional, y que el presidente venezolano tiene un gran plan para competir con Estados Unidos por la preponderancia política en Colombia. Para arrebatarle a Washington, el país estratégicamente más importante para los norteamericanos en el subcontinente.

Chávez puede estar a la espera de que Álvaro Uribe complete su control sobre la totalidad de las instituciones políticas, económicas, judiciales y de control del Estado, para proclamar al mundo que el mejor amigo de Estados Unidos en el continente, tiene las mismas credenciales democráticas que él, derrumbando como un castillo de naipes, la artillería política de Estados Unidos en su contra. Porque la verdad es que el sustento del bloqueo político internacional que está armando Washington contra Hugo Chávez, luego de superar la idea ilusa de esperar a que el presidente venezolano se desinflara junto con los precios del petróleo, es acusarlo de antidemocrático por controlar, como el presidente colombiano en el futuro próximo, la totalidad de las instancias estatales de su país.

Parte fundamental de la estrategia de Hugo Chávez, puede ser esperar a que maduren ciertas condiciones, antes de terminar abruptamente la cordialidad con el gobierno de Álvaro Uribe, lo que desencadenará seguramente denunciarlo como el mayor y peor “cachorro” de Washington, y el recurso a la presión económica y política para lograr influir en la política interna colombiana. Mientras llega ese día, Chávez hábilmente está utilizando la necesidad política de Uribe de mantener buenas relaciones con él, para armarse hasta los dientes, para deshacer las obligaciones económicas de la CAN con el fin de atender frentes comerciales más importantes para su expansionismo político, para tratar de aislar a Uribe políticamente en Suramérica, y para evitar ser catalogado como impulsor del terrorismo internacional en razón de su relación “especial” con las Farc.

El tiempo de maduración tiene dos propósitos fundamentales. Primero, esperar a que Uribe avance en debilitar política y militarmente a las Farc, hasta el punto en que éstas se vean obligadas a recurrir definitivamente a Chávez en busca de apoyo territorial y político. Y segundo, esperar a que termine de desmontarse la tradición política colombiana, a manos de una coalición uribista dedicada a desvencijar el bipartidismo y a consumirse en el clientelismo, de manera que la izquierda democrática se convierta en una alternativa verdaderamente viable.

Es posible que Chávez considere que una vez se den estas condiciones, podría incidir con cierta facilidad en los asuntos internos de Colombia, apoyando una candidatura presidencial del Polo Democrático que se beneficiaría de su garrote - la amenaza de cortar el comercio binacional, y de su zanahoria - el ofrecimiento de buenos oficios para lograr la paz con las Farc. Así como en el pasado los colombianos eligieron presidente a quien tuviera mayor capacidad de negociar con las Farc, no es imposible que un país agotado de una seguridad democrática incapaz de obtener la paz, escoja a un candidato de la izquierda democrática, que por medio de su conexión chavista ofrezca cierta credibilidad en materia de paz. Porque el día en que las Farc tengan que negociar, no se plegarán de cualquiera manera. Buscarán mecanismos que les ofrezcan ciertas garantías. Ninguno mejor que coadyuvar al triunfo de un gobierno amigo de la “revolución bolivariana”, para tener como garante a Hugo Chávez, el poderoso enemigo de sus enemigos.

Nada de lo que logre Chávez internacionalmente, tiene para él mayor trascendencia política que reemplazar la influencia de Estados Unidos en Colombia. Obtenerla implica, además, tomar el timón de uno de los asuntos más críticos en las relaciones entre los países del tercer mundo y los desarrollados, la política mundial antidrogas. Sin embargo, a pesar de los grandes atractivos para Chávez de intervenir en Colombia, y de nuestras vulnerabilidades, los colombianos lo subestimamos. Desdeñamos su condición de líder del antinorteamericanismo en el mundo, lo que le otorga mucha audiencia e influencia en una época de gran sentimiento en contra de Estados Unidos y de la globalización. La derrota de Chávez en Perú no doblegó su ánimo intervencionista, sino que lo obligó a sofisticar sus tácticas.

La pregunta que debemos hacernos en Colombia, es si el apaciguamiento que viene practicando el gobierno Uribe frente a Chávez, logrará evitar una confrontación política desfavorable, o simplemente está sirviendo para que Chávez se aproveche de él. No esta claro si esa política se debe a una debilidad estructural de nuestra posición, o si como Chávez, el presidente Uribe tiene un gran plan, que incluiría ganar tiempo para reemplazar el mercado venezolano por medio del TLC con Estados Unidos, y mantener la amenaza norteamericana para impedir que Chávez interfiera en la política colombiana a través de las Farc. Es posible que una estrategia de esa naturaleza solo resulte parcialmente exitosa, porque no será fácil reemplazar el total de exportaciones a Venezuela con el TLC, y porque Washington se ha equivocado tanto en su política internacional reciente, que perdió la capacidad para atacar, y hasta para detener a Chávez.

La guerra fría demostró el mérito del apaciguamiento. Pero también hay ejemplos de lo peligrosa que puede ser esa política. Porque cuando al final, el apaciguamiento no logra evitar el conflicto, implica un doble fracaso, pues no solo permite sino que estimula la confrontación que pretendía evitar. Es el caso del gobierno inglés frente a la amenaza de Hitler en épocas de Chamberlain.

Aunque pareciera que la trama de las relaciones colombo-venezolanas está en manos del presidente venezolano, nuestra política exterior debe buscar salidas a ese destino manifiesto. La incidencia de Hugo Chávez solo será inevitable, si seguimos negando la posibilidad de matizar las relaciones “carnales” que tenemos con los Estados Unidos, como denominó el canciller argentino las relaciones del gobierno Menem con ese país, pues son éstas las que nos convierten en el premio mayor de la confrontación entre Hugo Chávez y Washington, esa sí inevitable.

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