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¡Láncese al agua, Presidente!

¿Siempre lleva un chingue debajo de los pantalones? ¿Le pide uno a un escolta? ¿Se mete en canzoncillos? Y si es así, ¿qué hace después?

Daniel Samper Ospina
21 de febrero de 2009

No entiendo por qué hay gente que todavía se pregunta si el Presidente se va a lanzar al agua. Para mí es elemental: no sólo se va a lanzar, sino que vive en el agua. Más que un animal político parece un animal acuático: se tira por los toboganes, en vacaciones debe ser de los que se suenan en el mar creyendo que es saludable para las vías respiratorias, y no puede ver una porción de agua sin lanzarse de barriga.

La escena generalmente sucede en un río de aguas carmelitas y espumas ocres, en cuyos bordes flotan oxidadas latas de cerveza, y ante cuyos nulos encantos el Presidente sucumbe de manera inexplicable. En instantes acaba zambulléndose mientras los camarógrafos lo siguen, un montón de nativos se lanzan tras él para acompañarlo a nado de perro y algunos ministros blanquean los ojos con los últimos restos de paciencia porque generalmente lo acompañan a regañadientes, sólo para hacer puntos. Ven un río desde el avión y se dicen entre ellos:

—Ojo, hay río.

—Maldita sea: ¿de verdad?

—Sí, sí: y se ve hediondo.

Y empiezan a sufrir.

Contrario a lo que deben sentir todos ellos, yo quisiera ser ministro del presidente Uribe solo para eso: para patanear con él en el agua. Lo deseo con tanta fuerza que a veces creo que me pasa, que soy uno de ellos; que salimos de un consejo agotador en tierra caliente, el Presidente detecta un río parecido al Guatapurí y nos terminamos metiendo todos. Amable, como soy, me ofrezco a inflar los flotadores de brazos de los miembros más chiquitos del gobierno, como Pachito Santos. (Del 'Pincher' Arias no, porque ya no es ministro sino candidato presidencial y ahora, según dijo, duerme en los barrios pobres, como si los pobres no tuvieran suficiente con todo lo que les pasa; sin embargo, si ya está en esas, le sugiero que empiece por visitar a los desplazados de Carimagua, que lo recuerdan con cariño).

El hecho es que inflo los flotadores y nos lanzamos al agua. En concordancia con su perfil, Juan Lozano se mete con una tanga narizona. El filósofo del régimen, José Obdulio Gaviria, lejos de parecer un Heráclito en el río, se asea sin pudor con una totuma y contamina las corrientes. César Mauricio Velásquez, a quien se le nota una extraña cicatriz que le abraza el muslo, chapotea con el doctor Edmundo del Castillo, que a veces exige la atención de Alicia Arango mientras hace graciosos saltos al agua:

—Madrina, madrina: ¡mire cómo me tiro!

Después empezamos a nadar sin meter la cabeza. El ministro de Transporte es el que más nada: más de 6 años y nada de nada. Y estando en esas sucede que Fabio Valencia ve a un chigüiro y, lo que es peor, el chigüiro ve a Fabio, y casi se muere del susto. Y es delicado porque es un animalito que, por feo y sucio que a uno le parezca, está en vías de extinción. Y el chigüiro también.

Después nos salimos, saltamos en una pata y nos damos golpes en la oreja opuesta para evitar no una otitis, sino una laberintitis, que es esa súbita pérdida del equilibrio que nos ataca a quienes hacemos parte de este gobierno.

Ahora bien: siempre me he preguntado cómo es la logística para que el Presidente cumpla con sus caprichos acuáticos: ¿siempre lleva un chingue debajo de los pantalones? ¿Le pide uno a un escolta? ¿Se mete en calzoncillos? Y si se mete en calzoncillos, ¿cómo hace después? Siempre me lo he preguntado, digo, pero tiendo a pensar que lleva una pequeña maleta con una muda, porque cuando no exhibe ese pecho blanco y lampiño que ya es famoso, entonces se mete con la misma camiseta vieja de Ron Medellín añejo, percudida y con rotos atrás, que debe usar también para lavar los carros de la caravana presidencial el domingo, y que en situaciones de recreación a la intemperie resulta fundamental para no arderse los hombros. Cuando la doctora Martha Lucía era ministra esas prendas adquirieron un valor adicional: en esa época toda muda era un valioso contrapeso a la distinguida senadora.

No entiendo por qué le siguen el juego al Presidente cada vez que dice, con humildad, que no quiere perpetuarse en el poder pero que tampoco puede ser tan irresponsable de abandonarnos a la miserable suerte que nos espera si su luz de Mesías no nos guía. De alguna manera es como Chávez, de quien es opuesto pero con quien es simétrico. Por eso no se saldrá del agua sino hasta que tenga las manos arrugadas, como los niños. Son las cosas que pasan cuando uno cree, ya no que es el que mejor nada, sino que el río existe gracias a uno.

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