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L’Armata uribelezca

De Uribe no digo nada pues casi no lo conozco. Pero eso que describo es su ‘Armata Brancaleone’, que destruyó lo que pretendía salvar

Antonio Caballero
15 de abril de 2002

Hace 30 años hizo Mario Monicelli, uno de esos geniales cineastas italianos de la segunda fila, una comedia que se llamaba L’Armata Brancaleone. A las órdenes de un estentóreo Vittorio Gassman, un grupito —el ejército o armata, del título— de truhanes y de payasos se iba a las Cruzadas para salvar a la cristiandad, y la destruía en el proceso. Viendo el grupito heteróclito que ahora acompaña al candidato mesiánico de la salvación nacional, Alvaro Uribe Vélez, me temo que en Colombia nos va a pasar lo mismo. Con la diferencia de que lo que en el cine es divertido, en la vida real suele ser trágico. Para allá vamos a paso marcial.

Y ni siquiera tenemos el consuelo de que el solemne y envarado Uribe sea, como Gassman, un actor prodigioso.

Pero es mucho peor el grupito de sus secuaces. L’Armata propiamente dicha. Los payasos y los truhanes. (No cuento a los lambones).

Pachito Santos, su vicepresidente designado. Lo habrán visto en las fotos, con su peinado de paje medieval o de señora gorda. Un loquito (el propio Uribe empieza ya a darse cuenta) que pega locos mandobles para todos lados y acabará, como el Brancaleone de Monicelli, segando hasta las raíces un trigal entero sin haber conseguido hacerle el menor rasguño a ninguno de sus adversarios.

Enrique Gómez Hurtado, su puntal ideológico. Lo habrán visto en las fotos, con sus rizos de plata y su ojo quieto de piraña en un acuario. Hijo del Monstruo, hermano de la Fiera. Cuenta el caudillo paramilitar Carlos Castaño que, cuando fue a visitarlo en su guarida y preguntó cómo debía llamarlo —Carlos, Comandante, doctor Castaño—, le dijeron sus guardaespaldas: “Doctor Gómez, dígale copartidario”.

Su ministro del Interior, in pectore, Pedro Juan Moreno, que fue su secretario de gobierno en la gobernación de Antioquia cuando se organizaron todas las ‘Conmorir’. No lo habrán visto en las fotos, porque no sale casi. Es un señor aficionado a los caballos que carga siempre dos granadas de mano en la guantera del carro y para relajarse del estrés pone en el tocadiscos marchas militares.

Su asesor en materias de política internacional, Plinio Apuleyo Mendoza. Un ex embajador en Roma que quiere ser embajador en París, o en Madrid, o en donde lo nombren, con tal de que lo nombren. ¿Lo han visto en las fotos? Esas orejas retráctiles y prensiles de murciélago, o de mago Merlín. Pero no el mago ‘bueno’ del ciclo artúrico o de la película de Disney, sino el hechicero siniestro de que habla Cervantes en el episodio de la cueva de Montesinos de El Quijote:

“Yo soy Merlín: aquel que las leyendas dicen que por su padre tuvo al diablo…”.

Y, ya que hablamos de la cueva, Montesinos mismo: ese turbio asesor del dictador peruano Fujimori, que tampoco salía en las fotos. En el caso de Uribe Vélez el consejero secreto, que nunca sale en las fotos, se llama Carlos Nader Simmonds, y es a la vez, como en la película de Monicelli, un payaso y un truhán. Ex senador de la República, ex presidiario en la Florida (por —falso— tráfico de drogas), terrateniente de zonas paramilitares, amigo de los hermanos Ochoa y de Pablo Escobar (“qué lindo potro, Pablo…”), bufón de varias cortes, amigo de todos los ex presidentes de este país de presidentes pícaros. Mal amigo, y peor enemigo. Yo lo conocí mucho en su juventud, cuando robaba formularios de exámenes finales en la Universidad del Rosario en Bogotá y pasaportes en blanco en la embajada de Colombia en París, cuando les pegaba a sus novias y salía de las casas de sus conocidos con los bolsillos llenos de cucharitas de plata. Lo he perdido de vista después, pero sé de sus andanzas. Nader, que la última vez que me lo encontré en un aeropuerto me explicó con detalle la manera de defraudar a las compañías aéreas utilizando un niño, es el confesor espiritual del candidato Uribe.

De Uribe no digo nada, pues casi no lo conozco, y cuando lo conocí me pareció un tipo serio. Pero ese que describo es su pequeño grupo de colaboradores: su Armata Brancaleone, que destruyó lo que pretendía salvar. Es por eso que temo lo peor.

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