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Las apariencias engañan

Las estatuas de El Amparo son tan informes que podrían representar a cualquiera. Los pescadores se equivocaron de buena fe, pero el gobierno colombiano sí estaba empeñado en que fueran los jefes de las Farc.

Antonio Caballero
24 de abril de 2010

Pues ahora resulta que las estatuas levantada en El Amparo, sobre la orilla venezolana del río Arauca, no eran de 'Tirofijo' y del 'Mono Jojoy', como les habían parecido miradas desde lejos a unos pescadores del lado colombiano. Representaban a Simón Bolívar, al Che Guevara, a Fidel Castro y a Hugo Chávez. Pero la equivocación de los pescadores es perfectamente comprensible: tan informes son, que podrían representar a cualquiera.

Digo "a cualquiera" en sentido literal: a quien quiera el que quiera. Los pescadores se equivocaban de buena fe, pero el gobierno colombiano sí estaba empeñado de mala fe en que representaran a los jefes guerrilleros de las Farc. Por eso el canciller Jaime Bermúdez salió a acusar a las autoridades venezolanas:

—¡Es una afrenta al pueblo colombiano!

Y por eso el presidente Álvaro Uribe amenazó:

—¡Ese busto…!

(Nota: No es ningún busto: son cuatro estatuas de cuerpo entero. Pero hoy todo vale en Colombia, donde una candidata presidencial llama "dádivas" a los nombramientos).

—¡Ese busto se entiende como una señal de que el país tiene que superar totalmente el crimen, el terrorismo, el narcotráfico!

(Nota: Repito que hoy todo vale en Colombia en términos de sinonimia).

Y siguió Uribe diciendo:

—¡El que trate de hacerle un homenaje al terrorismo lo que nos está dando a los colombianos es la posibilidad de recordar que tenemos que derrotar a los terroristas donde estén!

Y metió la cucharada el entrometido embajador de los Estados Unidos dando lecciones de buena conducta:

—En mi país no hacemos estatuas en conmemoración de organizaciones terroristas.

¿Y por qué se empeñaron el presidente y su canciller en creer que las estatuas eran un homenaje a las Farc? Pues porque quieren, como ellos dicen, mantener "viva la culebra". Mantener vivo el miedo a la amenaza de las Farc y caliente el enfrentamiento con Hugo Chávez. Enfrentamiento que también Chávez, por sus propios motivos, quiere mantener vivo. En cuanto al embajador norteamericano, su intromisión tiene el objeto de echarle leña al fuego de la discordia. Ese es su oficio.

Pero tal vez no sobre recordarles al canciller y al presidente que muchas veces las apariencias engañan: y unos que fueron llamados delincuentes son después reconocidos como héroes. Esos cuatro de las estatuas del río Arauca cumplen esa condición. Hugo Chávez cuando intentó su golpe fallido contra Carlos Andrés Pérez, Fidel Castro cuando fracasó en su asalto al cuartel Moncada de Fulgencio Batista, el Che Guevara cuando trató de organizar "otros Vietnams" en el Congo y en Bolivia, Simón Bolívar cuando se alzó en armas contra la Corona española, fueron considerados terroristas. Y a todos ellos -para usar la famosa frase de la defensa de Fidel- "los ha absuelto la historia". No es la anchura del río la que causa la distorsión óptica, sino el paso del tiempo, con el cual cambia el punto de vista.

Lo mismo se le puede decir al entrometido embajador que pretende dar lecciones de ética en nombre de su país, ignorando también él las enseñanzas de la historia. Dice que su país no les hace estatuas a organizaciones terroristas, olvidando todas las que ha erigido en honor de George Washington: aquel cultivador de tabaco de Virginia (algo así como un cocalero del Guaviare) que comandó una insurrección armada contra las autoridades legítimamente constituidas, y no se arredró ni siquiera ante el recurso extremo de la toma de rehenes, autorizando -aunque sin éxito- el secuestro de un príncipe que prestaba servicio en la Armada británica: el futuro rey de Inglaterra William IV.

El embajador, cuyo oficio es estar bien informado, conocía sin duda esta historia.