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Las bibliotecas del Paraíso

Me da felicidad y esperanza que el gran proyecto nuevo para Medellín sea la creación de cinco grandes Parques Biblioteca en todos los puntos cardinales

Semana
12 de febrero de 2006

Esi los enamorados viven de carantoñas y caricias, los columnistas vivimos de gruñidos y mordiscos. Es una lástima, pero hay que reconocerlo: quienes escribimos artículos de opinión estamos obligados a hablar mal de los desastres que ocurren en la realidad. No siempre, pero casi siempre, tenemos que criticar, indignarnos, denunciar, protestar... No es que nos guste hacerlo; lo que pasa es que ustedes, lectores, incluso sin saberlo, nos lo exigen. Ay de nosotros si no tuviéramos un látigo en la boca y un alfiler en la lengua. Si nos dedicáramos a hablar de las maravillas del país, de la belleza de los dos océanos que nos salan la vida, de la feracidad de nuestras selvas, de la pujanza de la raza, de la honradez intachable de los funcionarios, de la belleza de las nalgas de nuestras reinas, nadie volvería a leernos . "Hombre, ¿por qué siempre tan negativo", nos preguntan de vez en cuando los lectores por la calle. "Hombre -hay que contestar-, porque si no fuera negativo, no me estarías haciendo este reclamo, pues nunca me habrías leído". El que se dedique en los periódicos a exaltar la-cara-positiva de la realidad, quedará, en el mejor de los casos, como un alma muy noble, aunque ilegible y aburrida, y en el peor, como un lagarto o un lambón. Aun a riesgo de quedar como un lagarto o un lambón, quiero hablar bien de algo bueno que está ocurriendo en el país: la proliferación de nuevas bibliotecas. (Y aquí, sospecho, la mitad de los lectores cambiarán de página). Cuando un ministro o un alcalde disponen de una cierta cantidad de recursos públicos, tienen que tomar una decisión fundamental: a qué proyectos les darán prioridad para gastarse la plata. Algunos a veces financian fiestas patronales con aguardiente y ron; otros construyen una plaza de toros; no pocos se echan la plata al bolsillo; otros más se gastan la plata en lo prioritario: acueductos, escuelas, hospitales. Y si esto prioritario está desarrollado, los más sensatos escogen, por ejemplo, hacer nuevas bibliotecas o dotar las que ya existen. Borges se imaginaba el Paraíso bajo la forma de una biblioteca. Son lo mejor de cada ciudad. En Bogotá, de la mano sabia de Jorge Orlando Melo, la Luis Ángel Arango ha llegado a ser una de las más importantes de América, y quizás una de las más visitadas del mundo. En Medellín, la Piloto nos ayudó a educarnos a todos. Después Bogotá dio el ejemplo e hizo maravillosas construcciones en puntos estratégicos de la capital. Se han venido llenando de libros y de lectores (que es lo más importante) y quizá los frutos no los veamos nosotros, pero en cada lector existe la posible semilla de un ciudadano mejor. En ninguna parte me siento tan a gusto como en una biblioteca. La de la Universidad Eafit, en Medellín (una obra de arte del arquitecto Carlos Julio Calle), me concedió un cubículo silencioso donde escribo estas líneas sin que nadie me interrumpa. En la de la Universidad de Antioquia conocí la magia sin parangones de Internet. En la de la casa de mis padres conocí el primer cuadro (Giorgione), las primeras sílabas, el primer planeta, las primeras imágenes de los dinosaurios. Por todo eso me entusiasma tanto el Plan Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura, que ha surtido con libros y películas muy bien escogidas a cientos de pueblos de Colombia. Los más pobres, los más apartados, con obras seleccionadas con un criterio sensato, abierto, universal. Y ahora también me da felicidad, y esperanza, que el gran proyecto nuevo para Medellín, pensado y diseñado por el alcalde Sergio Fajardo y por un empresario jubilado que no cobra, Juan David Viera, sea la creación de cinco grandes Parques Biblioteca. Estarán en todos los puntos cardinales e influirán en todos los barrios. Sólo queda por fuera el sector de los ricos, El Poblado, por ese ingenuo optimismo que hace pensar que ellos compran libros y tienen biblioteca en la casa. Qué va. Es la única falta de cálculo, pero en fin, las otras cinco compensan y si los ricos quieren, hasta en el Metrocable podrán ir a leer. Casi 70.000 millones de pesos costará este magnífico proyecto, que le puede cambiar una parte del rostro a Medellín. Cuando un alcalde tiene unos recursos, al gastárselos, hace una importante decisión cultural. Establece prioridades. Esta vez, creo, y hay que reconocerlo, los dineros públicos se están gastando pulcramente, y bien. Habrá espacios públicos para vivir, para gozar, para aprender. Libros, exposiciones, conferencias, teatro, acceso gratis a Internet. Hay que decirlo: a veces los gobernantes nacionales y regionales lo hacen bien. Hay que decirlo, porque estas bibliotecas ayudarán a desterrar nuestra eterna "cultura de la queja": los que no lean será porque no saben o porque no quieren hacerlo. No habrá disculpa. A veces llega un momento no de criticar, sino también de decir lo que está bien. Aunque le digan a uno lagarto y lambón y aunque dejen de leerlo.

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