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Las destempladas voces de la derrota (Por Leonor Fernández Riva)

Semana
6 de junio de 2006

Nadie está libre de decir sandeces: lo único malo es decirlas enfáticamente.
Montaigne


Tal parece que en forma por demás ilusa, los dos más próximos competidores de Álvaro Uribe llegaron a pensar que efectivamente lograrían derrotarle en las urnas. No otra cosa se deduce de los destemplados discursos tanto de Horacio Serpa como de Carlos Gaviria luego de comprobarse su ostensible fracaso electoral. Fue patético observar como cada uno a su manera, trató de continuar desprestigiando desde el estrado del fracaso, al hombre que no pudieron vencer en buena lid. En ningún momento le felicitaron, antes bien trataron de justificar su derrota enturbiando su nítida y apabullante reelección.

En tono dramático, Serpa pidió al presidente Uribe que “respetara al partido liberal” y “que enderezara el rumbo” Qué insolencia tan grande pedirle enderezar el rumbo a un presidente que fue reelegido en primera vuelta por cerca de ocho millones de colombianos precisamente por su forma de conducir al país en estos primeros cuatro años. “Venció, pero no convenció”, expresó finalmente Serpa, en un discurso tan falto de altura que muchos de sus seguidores debieron enrojecer de vergüenza. No tuvo el suficiente sentido común como para entender que fue él quien ni venció ni convenció a un pueblo que “insistió” en votar de nuevo por un magnífico gobernante. Obtusamente, olvidó la promesa que hizo hace cuatro años de no volver a terciar en una campaña presidencial, pero el pueblo colombiano que sí tiene buena memoria, se la recordó fehacientemente en las urnas.

Carlos Gaviria no se quedó atrás. En su cuartel general convertido en bastión de la olocracia, rodeado de la plana mayor de su partido entre la que brillaba curiosamente por su ausencia el alcalde de Bogotá, y en medio de la vocinglería de una turba variopinta que voceaba con despecho el clásico y manoseado estribillo: “el pueblo unido jamás será vencido” y exabruptos acuñados en la campaña electoral como “Uribe fascista”, que el candidato presidencial escuchaba entre complaciente y satisfecho, sin el menor intento de acallar, tomó éste la palabra para explicar -con ese tono de aparente tranquilidad y mesura con el que tuvo la habilidad de convencer a decenas de electores de otros tendencias políticas- porqué le había “ganado” a Uribe a pesar de su evidente derrota.

En ningún momento tuvo la altura necesaria para pedir respeto hacia el presidente elegido por abrumadora mayoría o para explicarle a sus exaltados seguidores que la campaña ya había terminado y era el momento de reconocer el triunfo del adversario y abrir un compás de espera. Les permitió en cambio desfogarse a gusto y alentó a los estudiantes de la Nacional allí presentes a entonar sus viscerales arengas y a continuar “apoyando” desde los predios universitarios a su partido.

Haciendo alusión a una dignidad que no se vio por ninguna parte en ese acto tan reñido con la nobleza y el buen gusto, Gaviria sentenció con voz pastosa: “la derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no conoce”. Seguramente, no fui la única en pensar que tal como ocurría en la fábula de Esopo: “Las uvas estaban verdes”. El resquemor de la derrota dejó caer la máscara de afabilidad y bonhomia que se colocó el candidato para conquistar adeptos y nos permitió contemplar un alma dominada por el resentimiento y el deseo de revancha.

La más mínima clase, el menor sentimiento democrático imponían en ese momento, respetar la voluntad popular expresada en las urnas. El señor Gaviria, pasó por alto que efectivamente y tal como pregonaba en su campaña política:”somos mucho más que dos” porque somos casi ocho millones de colombianos los que reeligimos al presidente Uribe y merecemos el mismo respeto que el partido del Polo reclama para sus dos y medio millones de electores.

Aunque al señor Gaviria parece no importarle, sería bueno que recuerde también que esos ocho millones de colombianos, y muchos más que no pudieron acercarse a las urnas por el acoso de la guerrilla, son buenos colombianos, gente que cree en Dios, en Colombia, en todo un pasado de historia y tradiciones; gente que cree en el orden, en la fraternidad, que no fomenta la lucha de clases, que trabaja diariamente para construir una patria grande; que ya está cansada del acoso inhumano de la guerrilla; que solo pide poder vivir en paz como lo hacen casi todos nuestros hermanos suramericanos y que reconoce sin ambages, con gratitud y nobleza el valor de un hombre tan excepcional como lo es Uribe.

Estas escenas post electorales, son lugares comunes de la política que siempre tendrá su lado oscuro, pero no por eso resultan menos ruines e innobles. Aunque la miopía partidista no les permita a algunos reconocer los méritos del presidente Uribe, lo cierto es que nos ha tocado el privilegio de ser contemporáneos de un gran hombre. El hombre que necesita Colombia en esta hora tan difícil de la patria. Cuando después de unos años el filtro de la historia haya probablemente borrado hasta el recuerdo de quienes terciaron junto a él en esta contienda electoral, el nombre de Álvaro Uribe brillará con la luz que sólo irradian los espíritus grandes y escogidos y me atrevo a asegurar también que tal como pronosticó el inca Choquehuanca a Simón Bolívar en el Cuzco, “su memoria crecerá con el tiempo como crecen las sombras cuando el sol declina”.

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