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LAS ENCUESTAS

Antonio Caballero
29 de diciembre de 1997


Las encuestas de opinión y los sondeos preelectorales no se hacen sólo aquí, sino en todas partes. Pero aquí con más entusiasmo, con ese entusiasmo que los colombianos sólo sabemos ponerle a una estupidez copiada del extranjero. Desde hace ya varios años, la prensa colombiana se la pasa publicando sin cesar encuestas, y por lo visto la gente las lee con avidez, las analiza, las discute, las desmenuza, hace pronósticos basada en ellas, e incluso pierde apuestas. Sube Bedoya, baja Valdivieso, Noemí se sostiene, Juan Manuel ya superó gracias a Gabo esa puntuación imperceptible que los encuestólogos llaman "margen de error". Serpa sigue punteando. Y, curiosamente, el candidato que encabeza cada encuesta en 'intención de voto', o en 'leguminosidad' (no es esa la palabra técnica exacta, pero no la recuerdo), es siempre el mismo que la ha encargado. Y si no la encabeza, está cerquitica de Serpa. Debe de ser por eso que entre las encuestas de una empresa y las de otra _o entre dos encuestas de la misma empresa pagadas y diseñadas por dos candidatos distintos_ hay diferencias tan asombrosas.
También suele haber diferencias asombrosas entre los resultados de las encuestas electorales y los de las elecciones propiamente dichas.Y cada ocho días, la cosa cambia. Se desploma Bedoya, repunta Valdivieso, desaparece Santos (Gabo está en México), Noemí se mantiene. Carlos Lleras de la Fuente escribe un artículo furioso quejándose de que a él no lo mencionan las encuestas ni siquiera en el renglón de "no sabe, no contesta".
Yo no sé exactamente cómo se hacen las encuestas: su grado de rigor, su espectro electromagnético, etc. Sí sé, y siempre me ha llamado la atención, que a mí no me ha encuestado nunca nadie, y que nunca en mi vida he conocido a nadie que haya sido encuestado, ni en persona ni telefónicamente. Nadie: ni un taxista, ni una señora de la alta sociedad, ni su sirvienta, ni mi oculista, ni un vecino, ni un paramilitar, ni una secretaria ejecutiva, ni un campesino, ni un periodista. Nadie. Y tampoco ha sido encuestado, supongo, ninguno de los candidatos que mandan hacer encuestas. ¿Alguien ha llamado alguna vez a Juan Manuel Santos para preguntarle por quién votaría en caso de que la segunda vuelta se diera entre María Mercedes Cuéllar de Martínez y Juan Camilo Restrepo? No lo sé, pero no lo creo. Y eso, la verdad sea dicha, me mosquea. Si no consultan a nadie ¿de dónde sacan los resultados de las encuestas? Alguna vez les he planteado a los encuestadores profesionales que he conocido (socialmente: jamás en tanto que encuestado) esa pregunta, y me han hablado de parámetros estadísticos y de coordenadas matemáticas. Muy bien, pero ¿y la gente? Ay, no jodás, viejo.
Por otra parte, me parece una pérdida de tiempo hacer encuestas electorales en Colombia con seis meses de anticipación, cuando lo único vaticinable en Colombia a tan largo plazo es que (ojalá no) varios de los candidatos habrán sido asesinados antes del día de las elecciones.
Siendo todo eso así, tan arbitrario, tan cambiante, tan poco de fiar, ¿por qué se empeñan los candidatos en contratar encuestas? ¿Por el simple choque adrenalítico de vanidad halagada que sacan de ver su nombre en letras de molde seguido de un porcentaje _Juan Manuel Santos: 1.03%_? No pueden ser tan tontos (O, sí, sí pueden serlo). Pero no es esta una pregunta retórica, sino una práctica que alguna vez les he planteado a los asesores de los candidatos. Y me han dicho: "Para posicionarse".
Puede ser. Pero entonces me parece que un candidato que se gasta la plata en mandar hacer encuestas (que además son carísimas, eso se me había olvidado) ''para posicionarse'' es un mediocre político. Tan mediocre, que no merece el voto de ninguno de los encuestados.
Porque un político, si aspira a ejercer alguna clase de liderazgo, no debe consultar las encuestas ''para posicionarse'', debe estar ''posicionado'' desde antes: saber qué quiere, y convencer de eso a la gente. Y no al revés: saber qué quiere la gente para convencerse él mismo (o, peor aún, para fingir una convicción tramposa). Para poner un ejemplo grosero de técnica política, el de los gritos de batalla: un político debiera gritar, digamos, "¡El pueblo está con Santos!". Y no: "¡Santos está con el 1.03 por ciento!", porque eso no arrastra la convicción de nadie (y hasta le puede restar un punto entero al candidato en la encuesta siguiente). No se ha visto nunca a un gran líder político ''posicionarse'' a partir de las encuestas: ni Lenin cuando lanzó a los soviets rusos a la calle, ni Roosevelt cuando les repartió las cartas del New Deal a los norteamericanos, ni Hitler cuando llevó a los alemanes a la guerra, ni Churchill cuando galvanizó a los ingleses para la resistencia, ni Mao cuando obligó a los chinos a la revolución. Si De Gaulle hubiera hecho una encuesta entre los franceses para saber si preferían a Petain o a él mismo, no hubiera habido una 'Francia Libre' (o la hubiera encabezado alguien distinto a De Gaulle). O Moisés. ¿Se imagina alguien a Moisés encargándole al señor Napoleón Franco o al señor Carlos Lemoine una encuesta para saber si el pueblo judío lo seguiría al Exodo? No. Lo condujo al Exodo, que hizo que los judíos no sólo salieran de Egipto, sino que entraran en la historia.
Después, según asegura Sigmund Freud, los judíos mataron a Moisés y se lo comieron en un banquete ritual. Pero bueno, ese es el riesgo que corren los verdaderos líderes.
Lo malo es que los que tenemos no quieren que se los coman: sólo quieren comer ellos.
(Si alguien me encuesta para una encuesta, que no lo creo, diré que no pienso votar por ninguno.)

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