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LAS RUMBAS DE LA PAZ

Antonio Caballero
8 de febrero de 1999

Se quedó con los crespos hechos el presidente Andrés Pastrana porque su parejo de
baile, el comandante 'Tirofijo', en fin de cuentas no asistió a la rumba programada en San Vicente
del Caguán. Pero en fin, poco importa: la rumba prometía ser extraordinaria. Nada menos que
dos mil invitados llamados 'especiales' y transportados en avión, sin contar cinco mil campesinos de
la zona venidos en flota o en canoa. El cuerpo diplomático en pleno, incluido el embajador de Estados
Unidos. Dos premios Nobel, de literatura el uno y de la paz el otro. Varios ex jefes de Estado
nacionales y extranjeros. Las madres de los soldados retenidos por la guerrilla. Empresarios,
negritudes, arzobispos, Iván y sus Bam Band, guerrilleros armados de fusiles, artistas y teatreros,
francotiradores en el campanario de la iglesia del pueblo, los Aterciopelados, el doctor Valencia Cossio,
policías, quinientos periodistas, la mitad del Congreso, un centenar de alcaldes, varios payasos
andando en zancos. Y había de todo: veinte lechonas a la brasa, ternera a la llanera, sombreros
blancos con cinta tricolor, himno nacional con más estrofas de las habituales, banderas de
Colombia, cuatro mil rollos de papel higiénico enviados en un Hércules de la FAC, misa campal, trago
a rodos (a pesar de la ley seca), discursos. La rumba se pagaba a medias, pero entre todos: mitad
con los impuestos del gobierno, mitad con la extorsión de la guerrilla. Prometía ser, ya digo, un
rumbonón.
No era seria, claro está. Pero ¿por qué iba a serlo? Era 'muy nuestra'. Como el discurso mismo del
presidente Andrés Pastrana, repleto hasta los topes de 'lo nuestro': frases de García Márquez, elogios
a la tradición civilista de nuestras Fuerzas Armadas, referencias al narcotráfico, al Pibe Valderrama,
al doctor Patarroyo, a Botero, a Shakira y a la bandera, y _ya con la voz quebrada de sentimiento_
a "la sublime emoción de esta mañana llanera y el profundo orgullo de ser colombianos". Y, claro esta,
un centenar de menciones de la palabra 'paz'. Y, sobre todo _y de todo ese todo eso era sin duda lo
más 'nuestro'_ diez minutos completos de salutaciones a toda suerte de autoridades, desde ministros,
obispos, procuradores, y alcaldes hasta los "señores miembros de la insurgencia". Sólo faltó ese
grito que se oye siempre en los discos de música 'nuestra' lanzando un viva al patrocinador, que suele
ser un narco.
La rumba de la paz de San Vicente del Caguán no era seria porque era muy nuestra. Y lo nuestro
es la rumba y la falta de seriedad.
Tal vez algún lector memorioso recuerde todavía, si la niebla de las rumbas de fin de año no se la ha
borrado de la mente, aquella rumba con que despedimos el año 98 antes de saludar el 99 con esta
de San Vicente, y que fue menos multitudinaria pero igualmente 'nuestra'. Aquella en que, por pura
casualidad, fueron detenidos dos congresistas presos por enriquecimiento ilícito que se habían
escapado de la cárcel para irse a rumbear con un secuestrador buscado por la policía, un alcalde
hermano del secuestrador, unos paramilitares, unos esmeralderos, un sobrino del célebre
narcotraficante 'El Mexicano' y unas delegadas de la Fiscalía. Y los músicos, claro. Creo recordar
que en esa no estaba el obispo de turno. Pero también _según dijeron los parlamentarios
fugados_ era una rumba por la paz.
Es que los colombianos somos rumberos. Si nos invitan a una rumba, vamos, estemos donde
estemos: en la cama ya acostados, o presos en un pabellón de alta seguridad. Sea en donde sea: en
la cárcel de Palmira o en la casa cural de San Vicente del Caguán. Sea con quien sea: con unos
congresistas, con unas actrices de la televisión, con unos guerrilleros. Y siempre nos disculpamos
_ante la señora, ante la justicia, ante el electorado_ diciendo que era una rumba por la paz.
Yo recuerdo una a la que me invitaron una vez _y fui_ en el zancuderío de un billar sobre el río
Guayabero, allá lejos. La concurrencia, como siempre, era variada y 'muy nuestra'. Funcionarios del
PNR, colonos cocaleros de la selva, guerrilleros de un frente de las Farc que bailaban con el
cañón del FAL golpeándoles las corvas, dos mujeres narcas y sus guardaespaldas que habían
subido por el río en una 'voladora' para pagar el gramaje (y la más joven, muy linda, se quejaba de que
para acudir a la rumba había tenido que dárselo a un mayor del ejército en San José del Guaviare),
putas traídas de Granada, Meta, miembros de ONG, lancheros, pescadores, un alcalde. Y el infaltable
periodista, que era yo. Recuerdo que rumbeamos por la paz.De los de aquella noche, no sé cuántos
estén ya muertos.

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