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Le doy en la cara

¿De verdad le extraña a alguien que a menudo los Estados incumplan los tratados o violen las leyes? Da la impresión de que para eso están ahí.

Antonio Caballero
1 de diciembre de 2012

El gobierno decide, ya con la leche derramada, que Colombia se sale del Pacto de Bogotá. Y supongo que tendrá que salirse de unos cuantos pactos más, porque son innumerables los que en las últimas décadas ha parido la burocracia internacional: acuerdos locales, regionales, mundiales, universales, entre municipios, entre ciudades gemelas, entre organismos internacionales en contubernio los unos con los otros, entre organizaciones no gubernamentales, que son legión, y fundaciones privadas, de las que hay miríadas. Pero ¿y qué? No pasa nada si alguien viola esos convenios o los declara insubsistentes o los simplemente 'desfirma', como hicieron los Estados Unidos con el solemnísimo Protocolo de Kioto sobre el cambio climático. O se retira de ellos, como acaba de hacer Colombia con el Pacto de Bogotá de 1948 sobre soluciones pacíficas. Tan no pasa nada, que el retiro ni siquiera tiene efectos hasta transcurrido un año. El fallo de la Corte de Justicia de La Haya sobre las islas colombianas y las aguas nicaragüenses es inapelable, de modo que la única posible segunda instancia es la guerra. Pero ¿de verdad le extraña a alguien que a menudo los Estados incumplan los tratados o violen las leyes? Da la impresión de que para eso están ahí.

A los Estados, o a quienes manejan los Estados: presidentes, reyes, ayatolas, comandantes, o cuerpos colegiados, sí les conviene. Acabamos de ver una desvergonzada violación del derecho por parte del Senado colombiano en la reelección del procurador Alejandro Ordóñez, encargado de prevenir y sancionar las violaciones del derecho. Y con la misma desfachatez se violó el derecho con la compra de su reelección por el entonces presidente Álvaro Uribe, rompiéndole "un articulito" a la Constitución con el voto de Yidis y la abstención de Teodolindo, en un delito de cohecho que, inverosímilmente, no tuvo copartícipes del otro lado, el del gobierno. Y ahora Uribe, otra vez él, se viene de agitador populista con arengas que claman por el rechazo del fallo de La Haya (inapelable, como harto se ha explicado) para alborotar a la población isleña. Y la alborota con gran facilidad, como pongamos por caso Adolfo Hitler alborotó a la población alemana contra el Tratado de Versalles, con las consecuencias conocidas: la guerra. Sí, era un tratado de esos que se ha dado en llamar leoninos: de león y burro amarrado, impuesto insensata e implacablemente por los vencedores de la guerra anterior. Era un mal tratado. Pero era un tratado. Y pacta sunt servanda, los tratados se cumplen, se decía en otros tiempos, cuando no se habían generalizado (¿no?) los modales de matón de barrio. Y a Uribe le siguen su grito de guerra (¡le doy en la cara, marica!) no solo las muchedumbres ignorantes y exaltadas, como a Hitler, sino igualmente personas reposadas que se pretenden versadas en derecho, como, también, a Hitler. Desde el lado de Nicaragua Daniel Ortega es igual: el que más grita, más manda.

Pues no hay que echarle toda el agua sucia al pobre Uribe, personajillo de los llamados despectivamente "tropicales". Ni tampoco al pobre Hitler, a quien se le vienen echando las culpas propias y ajenas desde hace más de medio siglo. Es cierto que uno y otro se pasaron las normas del derecho por la faja, pero también lo han hecho muchos más: casi todos los que han podido, de José Stalin a George Bush junior ( y senior), para hablar solo de tiempos recientes; o, a escala más local, los gobernantes de Israel desde su fundación o el presidente serbio Slobodan Milosevic, o el actual presidente de Colombia Juan Manuel Santos. El cual, cuando bombardeó territorio ecuatoriano siendo ministro de Uribe, se atrevió a decir que la violación de fronteras es un recurso cada vez más aceptado por la comunidad internacional.

Es al revés: se trata de un recurso cada vez menos aceptado. Y precisamente para eso han brotado como hongos todos los organismos y pactos multinacionales que mencioné más arriba. Pero en cambio se trata, sí, de un recurso cada vez más practicado.

De manera que es perfectamente posible que, dentro de la sinuosa retórica del presidente Santos (acatar pero no cumplir, mano de hierro pero guante de seda, etcétera), acabe Colombia declarándole la guerra a Nicaragua, o, más exactamente, haciéndosela sin declararla. Preventivamente. Acaba de explicar el general Alejandro Navas, comandante de las Fuerzas Militares, que la compra de misiles para fragatas hecha a Corea del Sur "se hizo por previsión". Previendo situaciones estratégicas como las que se ha dado por el fallo del Tribunal de La Haya.

No recuerdo si fue Hitler -pobre: otra vez-, o tal vez Napoleón, o Tamerlán, o algún antiguo faraón egipcio, el que dijo primero -pero ellos se repiten los unos a los otros- que los tratados no son sino pedazos de papel.

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