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Lección debida

Muchos colombianos quieren seguir creyendo que es bueno para colombia que el presidente controle todos los poderes

Daniel Coronell
18 de agosto de 2007

En un país donde la indignidad paga, donde muchos se imaginan que cada quien tiene su precio y donde se remunera bien la sumisión, ver un ejemplo como el de estas mujeres no sólo es admirable, sino casi milagroso. No importa que esas virtudes escasas brillen en dos personas con la que -en otros temas- casi nunca se pueda estar de acuerdo.

Ilva Miryam Hoyos, católica recalcitrante y también brillante jurista, se levantó esta semana y dijo que su dignidad no podía ser pisoteada por el poder.

El presidente Uribe la había puesto en una terna para elegir magistrado de la Corte Constitucional. Una distinción que le llegaba por segunda vez en su carrera. Hace siete años, el Consejo de Estado la había candidatizado para la misma posición. Entonces sus compañeros de terna eran dos juristas de amplia trayectoria. Esta vez, las cosas resultaron un poco distintas.

En la terna, estaba con ella otra persona de amplios merecimientos. Cristina Pardo, una de las mejores alumnas que ha tenido, reconocida constitucionalista y la magistrada auxiliar con mayor experiencia en la Corte. El tercero en discordia, Mauricio González, tenía un bagaje académico y jurídico ostensiblemente menor, pero era el secretario jurídico de la Presidencia.

Saltaba a la vista que cualquiera de ellas estaba mejor calificada para el cargo. Sin embargo, el concurso no era por méritos. Muy pronto Ilva y Cristina se dieron cuenta de que las habían llamado solamente para cumplir una formalidad.

Pocos querían perder el tiempo oyéndolas. Menos aun, revisando sus hojas de vida, construidas en décadas de esfuerzo. El elegido iba a ser el beneficiario del dedazo presidencial.

El papel de ellas era puramente instrumental, pero además debían quedar profundamente agradecidas por el "honor" que les dispensaban al nominarlas. Como si hubiera honor en legitimar una elección cuyo resultado está claro y cantado desde el comienzo.

La disyuntiva de ellas no era fácil. Ilva y Cristina podían haberse quedado sirviendo "patrióticamente" de comodines para la elección del menos preparado del grupo. Muchos habrían entendido su decisión. Muy pronto habrían llegado los halagos, los contratos con las entidades estatales y habrían tenido de su lado al nuevo magistrado. Ese es el pragmatismo que cubre de recompensas a quienes prestan sus hojas de vida para esas maniobras.

Muy pocos se esperaban que ellas se atrevieran a renunciar a la nominación. Menos aún que le dijeran en la cara al Presidente -a quien estaban conociendo el mismo día de la renuncia- que sabían que la elección estaba arreglada. Que no existió transparencia y que de un futuro juez constitucional lo menos que el país debe esperar es independencia e imparcialidad.

Nadie se tomó la molestia de responder la carta de ellas. Nadie se atrevió a escribir una letra para desmentirlas.

La única reacción fue la presentación de una nueva terna que, como la anterior, es terna de uno. El secretario jurídico vuelve y juega como el único posible ganador.

Muchos ciudadanos quieren seguir creyendo que es bueno para Colombia que el Presidente controle todos los poderes. El 'Doctor Salsa' será el tercer magistrado designado por Uribe. El año entrante, bajo su influencia, el Congreso escogerá los seis restantes. Pocos quieren entender las consecuencias que esto traerá en el futuro. Casi nadie quiere comprender la advertencia que están haciendo Ilva Miryam Hoyos y Cristina Pardo.

Lo único cierto es que estas señoras abogadas, vestidas como monjas, y de pensamiento férreamente conservador, nos han dado a todos la más elocuente clase de derecho, de dignidad y de vida, que ha recibido este pobre país en muchos años.

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