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Lección mal aprendida (Rafael Rodríguez Jaraba)

Semana
3 de abril de 2006

Si a los niños se les enseñara, qué es la ventaja comparativa, no seria necesario explicársela tardíamente a los adultos.

Al respecto, Paul Samuelson, Premio Nóbel de Economía dijo: “La Ventaja Comparativa, es cierta e indiscutible, no necesita ser demostrada ante un matemático. Aunque no es banal, son miles los hombres importantes e inteligentes que nunca han podido llegar a deducirla por sí mismos, ni comprenderla cuando se la explican."

El aprovechamiento de la ventaja comparativa y la liberalización del comercio generan: arribo de nuevas inversiones: disminución de precios; mejoramiento de la oferta; crecimiento de la demanda; freno a la inflación; expansión económica; y principalmente, nivelación gradual de ingresos, y progreso social. Así lo demuestran la teoría, las matemáticas y las estadísticas. Hace casi dos siglos sus bondades fueron probadas por Adam Smith y David Ricardo, pero esta lección, solo fue entendida y atendida a partir de 1.940.

Pocas actividades humanas han sido tan calumniadas y distorsionadas, como el comercio mundial, al punto, que la pobreza que creo el proteccionismo, se la quieren endilgar a la globalización. En contrario a esta apreciación errática, fue la globalización la que develo la pobreza, el aislamiento, y la marginación, que hoy avergüenzan al mundo.

Las personas que aun siguen marchando por calles y avenidas en protesta por el TLC, no solo ignoran las bondades ciertas y promisorias del intercambio mundial, sino que además no se percatan que sus manifestaciones, son diametralmente opuestas a sus aspiraciones.

Los manifestantes, que son alentados por agitadores profesionales, tampoco saben que sus protestas, en el fondo, constituyen una inmerecida expresión de apoyo a los sectores que tradicionalmente han estado blindados por subsidios mimetizados y subvenciones encubierta, y que ahora con las negociaciones del TLC, han obtenido mas protección, como consecuencia de la pasmosa debilidad del gobierno frente a la vociferante presión de algunos sectores.

El presidente John F. Kennedy dijo: “Todos somos consumidores y muy pocos productores”. Hubiera sido deseable una mayor participación de consumidores e investigadores en el decurso de las negociaciones del TLC. Los consumidores por momentos fueron convidados de piedra y sus intereses solamente fueron representados por el gobierno, quien a pesar de que logró una excelente negociación, por momentos se vio intimidado y vapuleado, no por los negociadores norteamericanos, sino por algunos productores nacionales.

Si bien el TLC abre anchurosos espacios para la canasta exportable del país, la promesa medular del TLC debió ser, el logro de un aumento significativo de la capacidad adquisitiva de los consumidores, como consecuencia de la disminución apreciable de los precios de aquellos productos que ingresarán al país exentos de tributos arancelarios, en especial, de aquellos productos básicos que requieren los sectores mas pobres.

A pesar de que el TLC, no es el instrumento ideal para lograr una verdadera integración económica regional, si resulta útil y promisorio, ante el aplazamiento indefinido del ALCA, como consecuencia de la inestabilidad política de la región, tácitamente reconocida por el tratado de la ALADI, que ante su incapacidad de integrar el mercado de América Latina, terminó atomizando la creación de un área libre comercio regional.

Para tranquilidad nacional, el TLC es inocuo e inofensivo a los intereses nacionales. La simetría contractual del TLC, o sea las grandes diferencias de los mercados de los dos países, es amplia, generosa y benévola con Colombia. El TLC, abre un mercado norteamericano lleno de oportunidades, conformado por más de 200 millones de compradores con buena capacidad económica, a cambio de ofrecer un mercado nacional conformado con 42 millones de colombianos, la mayoría de ellos con exigua capacidad de compra.

El TLC, no compromete nuestra soberanía y autodeterminación. Solo exige reformas menores y necesarias de la legislación domestica, y sin lugar a dudas, dinamiza la inserción de Colombia a la economía mundial.

Definitivamente, la competitividad y no el libre comercio, debería ser el tema medular de discusión económica. De nada sirve suscribir convenios, acuerdos y tratados, si las naciones no compiten con productos diferenciados y si los gobiernos no dan testimonio de estabilidad legal, fiscal, monetaria y cambiaria para atraer inversiones.
*Consultor Jurídico & Corporativo. Catedrático Universitario.

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