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Fernando Londoño repite la infamia

Londoño ha mezclado su dolor, su rabia por el atentado atroz, con sus diferencias profundas y legítimas con la manera como se desarrolla el proceso de paz.

León Valencia, León Valencia
6 de junio de 2015

El 7 de mayo de 2014, Fernando Londoño, en una columna, en el diario El Tiempo, describe el proceso de paz como una conspiración urdida por Juan Manuel Santos y su hermano Enrique, que incluye “matar a Álvaro Uribe o acribillarlo en la Comisión de Acusaciones de la Cámara, asesinar a Fernando Londoño para advertir a cualquier imprudente el costo de oponerse, neutralizar a las Fuerzas Militares para desaparecerlas en el momento oportuno”. Ahora, el 8 de junio de 2015, en su columna de Las2orillas, insiste en que su atentado fue ordenado en La Habana y contó con la complicidad de Enrique Santos, quien para ese entonces adelantaba conversaciones exploratorias con las FARC.

Por estas acusaciones temerarias Londoño salió de las páginas de El Tiempo. No ocurrirá lo mismo en las2orillas, un portal que está haciendo un gran esfuerzo para darles cabida a las voces más contradictorias y radicales. Pero dadas las consecuencias que pueden tener este tipo de declaraciones en boca de un personaje influyente como Londoño y el respeto y la admiración que profeso por Enrique Santos quiero hablar del columnista y sus delirios.

No sabe Fernando Londoño el estupor y la angustia que sentí el día en que intentaron matarlo. Me importaba su vida, su salud, su familia. Tenía una gratitud inmensa con él por la manera decorosa como cerró el proceso de reinserción de mi grupo de paz, en los días en que oficiaba como ministro del Interior. Volví a sentir en mi corazón el repudio inmenso que he tenido siempre por el atentado personal, por la vulneración de los seres humanos en estado de indefensión, por el ataque a civiles. Conocía, además, las negociaciones secretas que se adelantaban con las FARC y pensé que podrían malograrse.

Aprendí desde niño con mi padre que ninguna diferencia de ideas debe llevarse al plano personal. Eso me ha salvado de odios. Eso me ha permitido abrazar mil veces a personas con las que tengo grandes diferencias. Fue una de las razones de mi salida de las guerrillas. Metido en la aventura de las armas me di cuenta de la imposibilidad de hacer la guerra atendiendo solamente a las bondades de una causa política, a los dictados de unas convicciones, a los designios de la ilusión revolucionaria. Supe que nuestra confrontación armada descendía con facilidad al rencor, a la reyerta personal, a esa cosa aterradora que me había prohibido mi padre. Supe que la venganza era un alimento inocultable de nuestra tragedia.

Fernando Londoño ha mezclado su dolor, su rabia por el atentado atroz, con sus diferencias profundas y legítimas con la manera como se desarrolla el proceso de paz. Desde ahí, desde ese lugar contaminado, desde ese espíritu extraviado, arremete columna tras columna contra las personas que están a la cabeza de las negociaciones por parte del gobierno. La mayoría de las veces es el presidente Santos el blanco de sus ataques, pero también pasan por su lente Humberto de la Calle, Sergio Jaramillo, el general Naranjo, Frank Pearl, en fin...

Pero lo que está haciendo con Enrique Santos es grave. Acusarlo de planes de asesinato o de la intención de desaparecer las Fuerzas Armadas a sabiendas de la repercusión que esto puede tener en sectores militares, en grupos políticos descontentos con las negociaciones de paz o incluso en fuerzas ilegales que se nutren de la guerra, es alentar venganzas y retaliaciones en un país tan fácil para la acción violenta.

La injusticia es más grande tratándose de Enrique Santos, un hombre que se mantuvo en el alar del periodismo alentando siempre el debate y la deliberación pública con gran sentido de pluralidad y de tolerancia, que fue capaz de dejar el oficio cuando sintió que su voz podía quedar enredada en las disputas políticas que se vendrían con el ascenso de su hermano a la Presidencia.

Que ha estado siempre al lado de la salida negociada al conflicto armado del país desde las primeras conversaciones de paz en los tiempos de Belisario Betancur y por eso y, solo por eso, se prestó para realizar los primeros contactos con la guerrilla cuando nadie apostaba un peso por un nuevo intento de reconciliación nacional. El país tendrá mucho que agradecerle a Enrique Santos si las negociaciones que se adelantan en La Habana terminan en la firma de un acuerdo de paz y también si fructifican los acercamientos con el ELN y Fernando Londoño sabrá entonces que sus hijos y sus nietos tendrán un lugar mejor para vivir, un lugar donde se proscriba por fin el atentado personal y la guerra misma.

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