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Lo lograron

Si tuvieron la perfidia de atacar a mujeres sin protagonismo político en Bogotá, no veo por qué se van a privar de ir tras las huellas de líderes con ascendencia en el proceso de paz.

León Valencia, León Valencia
24 de junio de 2017

Le he dado muchas vueltas al atentado en el Centro Andino y todos los datos que han aparecido en la prensa, todas las descripciones del brutal acontecimiento, me dicen que fue un hecho municiosamente preparado, con una consideración precisa sobre la coyuntura del país y con un objetivo tan claro como perverso.

Colombia está en un momento extraordinario. Una guerrilla de 53 años de existencia está dejando las armas y el Estado está a las puertas de recuperar el monopolio de la fuerza. Cuando nadie creía se llegó a este punto mediante un acuerdo. Las partes reconocieron que no había vencedores ni vencidos. Las partes decidieron que había llegado la hora de las concesiones, la hora de cambiar el rumbo del país mediante el diálogo y la concertación. La carga simbólica es enorme.

Los que hicieron el atentado han querido envenenar este momento. Ya porque tienen una profunda diferencia con lo pactado o porque les favorece la continuación de la violencia, de la ilegalidad y del caos. Han querido darles argumentos o pretextos a quienes de manera pública han manifestado su inconformidad con el acuerdo de paz. Han buscado arañar la conciencia de la gente de buena voluntad que tiene dudas sobre lo convenido.

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Lo lograron. Opacaron la entrega de armas de las Farc, el acto cumbre de la paz, el momento en el que la guerrilla cambia de naturaleza y se convierte en una fuerza política. Le tendieron una alfombra a los opositores para que se pararan a gritar a voz en cuello que el terrorismo seguía vivo, que el atentado era una consecuencia directa de los acuerdos de La Habana, que las concesiones a la guerrilla eran incentivos para nuevas violencias. Alguien del coro se atrevió a decir que había llegado la hora de tumbar a Santos.

Si fueron astutos para escoger el momento, lo fueron aún más para escoger el lugar y el blanco del ataque. En el Andino y su entorno se congregan formadores de opinión, empresarios, tomadores de decisiones, en buena medida desconfiados de la paz, acérrrimos críticos de las guerrillas, apasionados detractores del actual gobierno. El impacto social y político estaba garantizado, con mayor razón si las víctimas fueran mujeres o niños.

He oído que algunos analistas atribuyen el hecho a un grupo marginal, a gente quizás sin mayor preparación. Era una pequeña carga de amonal, dicen; escogieron el baño de mujeres para dejar tirado el explosivo, dicen. Pero la realidad es que estaban en uno de los lugares públicos más vigilados del país. Ningún espontáneo, ningún novato, ninguna persona sin contactos, sin apoyos, sin conocimiento de los aparatos y los esquemas de vigilancia se mete a realizar un crimen tan grave y sale sin dejar mayores huellas, tan campante, tan a cubierto.

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Si fuera cierta la hipótesis de que se trata de un grupo de extrema izquierda o quizás una disidencia de las guerrillas en el proceso de paz, estaríamos ante gente experimentada que viene del corazón de esas fuerzas, una promesa de continuidad de violencias que las guerrillas mismas, en tránsito a la vida civil, tendrían que ayudar a conjurar. La acción tendría que ser rápida, envolvente, antes de que cojan vuelo, antes de que se consoliden y se extiendan.
Ahora bien, si se trata de un grupo de derecha con algún nexo con agentes del Estado, afrontamos el peligro de que escalen las acciones y vayan hacia atentados similares a los que ocurrieron en otros procesos de paz, atentados contra la vida de personas directamente vinculadas a los acuerdos, como ocurrió en los años ochenta con la Unión Patriótica o después con el M-19 o luego con la CRS, muertes tan impactantes como la de Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo o Carlos Pizarro Leongómez.

En este caso el reto de la institucionalidad es mayor porque resulta siempre más difícil mirar hacia las propias filas, desentrañar lo que ocurre detrás de los bastidores de encumbrados enemigos de la paz, se corre el riesgo de que estos acontecimientos se cubran con el manto aleve de la impunidad.

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Dirán que exagero. Pero si tuvieron la audacia, la sangre fría y la perfidia para atacar a mujeres sin protagonismo político en pleno corazón de Bogotá, no veo por qué se van a privar de ir tras las huellas de líderes con ascendencia en el proceso de paz, no veo por qué van a desistir de impactos mayores en la contienda electoral que se avecina.
Los anuncios que se han hecho hasta ahora, las medidas que se han tomado hasta ahora, tienen la traza de la rutina, no se salen del canon con el que se afrontaron acciones recientes en la ciudad. Nada extraordinario. Ninguna comisión especial de investigación con lentes para ver en la oscuridad de estas conspiraciones. Tengo el temor de que llegaremos a resultados parecidos. Palos de ciego.

Señalamientos sin verdadero sustento. Detenciones que no resisten el paso del tiempo. O el simple olvido, dejar que pasen los días y que la gente deje de mencionar el tema. Ojalá me equivoque.

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