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Leyendo el Corán

Si yo escribiera que el Corán es terrible en algún país musulmán (con la dudosa excepción de Turquía) podría ser condenado a muerte

Semana
30 de noviembre de 2003

De vez en cuando llegan a la puerta de mi casa predicadores que, con la Biblia en la mano, me demuestran irrevocablemente alguna cosa: que el Día del Juicio es pasado mañana, que la poligamia y el repudio de la mujer están permitidos en el Antiguo Testamento, que las transfusiones de sangre son pecado, que a los homosexuales hay que quemarlos vivos, y cosas así.

Lo que más me asombra (fuera de las locuras que me quieren demostrar) es el plano en el que plantean la discusión: cualquier barbaridad es cierta "porque así está escrito en la Biblia, que es la palabra de Dios", y por lo tanto basta citar el versículo apropiado para descubrir si algo es verdad o mentira. Yo les explico a estos cristianos que para mí la Biblia es un bonito texto literario escrito por muchos autores hace miles de años (con todos los prejuicios, errores y desatinos de los seres humanos), pero que si yo rigiera mi vida y mi moral según las Escrituras me volvería un monstruo: mataría adúlteras a pedradas, tendría esclavos, asesinaría infieles, desterraría leprosos, pasaría a cuchillo a mis enemigos, etc.

Ya para terminar les digo que el Dios del Antiguo Testamento me parece violento (quema ciudades, ahoga a toda la humanidad), vanidoso (quiere que lo veneren), irascible (por todo se pone bravo), rencoroso y, en últimas, moralmente repugnante. Entonces estos predicadores me abren unos ojos del tamaño de esta página y pronuncian la terrible frase: "¡Eso es blasfemo!". Ante lo cual tengo el gusto de recordarles que en un régimen liberal hay libertad de pensamiento y por lo tanto está permitido blasfemar. Si mi conciencia me dice que ciertas enseñanzas de la religión son abominables, y que algunos de sus preceptos son asquerosos, lo puedo decir y no cometo ningún delito.

Pues bien, así como la Santa Biblia me provoca emociones poéticas y repugnancia moral, así mismo el Sagrado Corán, que he estado leyendo, tiene momentos de gran belleza literaria, pero es moralmente primitivo e inaceptable. Incluso más repugnante que algunos pasajes de la Biblia. Ahora bien, viviendo en Colombia, mis frases sobre la Biblia pueden hacer que mucha gente me deteste, pero el gobierno no me va a mandar a los obispos, a los jueces ni a los policías para que me persigan y encarcelen. En cambio, si yo escribiera que el Corán es terrible en algún país musulmán (con la dudosa excepción de Turquía) podría considerarme como mínimo en la cárcel, y mucho más probablemente condenado a muerte.

El Corán está plagado de consejos cargados de crueldad contra infieles y paganos. La idea de guerra y venganza es una constante casi obsesiva en sus páginas, y en muchísimos suras se respira odio contra todos aquellos que piensen de otra forma en materia religiosa. Hay algunos suras, es cierto, que predican cierta idea de tolerancia, y hasta admiten que judíos y cristianos se podrían salvar. Pero los mismos comentaristas del Corán se apresuran a aclarar (en nota a pie de página) que esos suras han sido derogados por otra enseñanza posterior de Mahoma.

Comenta Ibn Warraq, un musulmán renegado, en un libro que les recomiendo (Por qué no soy musulmán, Planeta, 2003) que los suras tolerantes provienen del primer período del profeta, el de La Meca, "mientras que todos aquellos que recomiendan matar, decapitar y mutilar son de Medina. Así, por ejemplo, se dice que el famoso verso del sura 9.5, 'Matad a los idólatras dondequiera que los encontréis' ha anulado 124 versos en que se ordenaba la tolerancia y la paciencia".

Basados en las enseñanzas del Corán y en la Sharia (su desarrollo legal), los países islámicos encuentran inaceptables algunos puntos de la Declaración Universal de los derechos humanos. El cambio de religión, por ejemplo

(artículo 18), según la ley islámica, se castiga con la muerte, y aunque no todos los países practican este mandato, los apóstatas suelen perder sus derechos civiles, son despojados de sus hijos y no pueden heredar.

Y ni qué decir de los agnósticos o los ateos. En el libro de Ibn Warraq se especifica su destino según las enseñanzas del Islam: "Los no creyentes no tienen derecho a la vida en un país musulmán. Sólo pueden esperar la muerte. Los doctores de la ley islámica suelen dividir los pecados en grandes y pequeños. De los 17 grandes pecados, el descreimiento es el peor, más atroz que el asesinato, el robo y el adulterio".

Obviamente todo lo anterior no justifica la invasión, a sangre y fuego, de un país musulmán (Irak), pero conviene conocer más de cerca las enseñanzas de esa religión para no idealizar, como hacen tantos intelectuales en Occidente, lo abiertos y tolerantes que dizque son los países musulmanes. Cuando la Iglesia y el Estado no están separados, cuando no es posible escribir en contra de la religión, cuando la blasfemia se castiga con la muerte, estamos frente a regímenes que merecen su autonomía (porque los redentores suelen sembrar más desastres de los que encuentran), pero a los cuales hay que criticar con energía, pues sus prácticas religiosas fanáticas no merecen el respeto de nadie.

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