Home

Opinión

Artículo

ANTETITULO

¡Oh júbilo inmortal!

El italiano Oreste Sindici encontró la inspiración para componer la música del himno nacional en el caluroso municipio de Nilo, al suroccidente de Cundinamarca. El bien germina allá, pero también ha empezado a hacerlo el turismo, atraído por sus petroglifos y tres mágicas cascadas.

Jorge Humberto Botero, Jorge Humberto Botero
15 de febrero de 2018

El sol de las tres de la tarde rebota en la montaña y baña con su luz dorada al parque principal de Nilo y a la solitaria escultura de Oreste Sindici, el italiano que compuso la melodía de nuestro himno nacional. Ahí está el músico, con chaleco, corbatín, chaqueta y una batuta en la mano, soportando imperturbable los cerca de 30 grados que calientan el aire. A sus espaldas se levanta la iglesia de San José de Nilo, donde hasta hace algunos años reposó el armonio en el que, según cuentan, el compositor interpretó por primera vez las notas del himno patrio, un 24 de julio de 1887.

Ese armonio Dolt Grazziano Tubi, ahora se encuentra en el Museo Oreste Sindici, que funciona en la Casa de la Cultura del municipio, diagonal al templo parroquial. Allí me esperaba Brian Vargas, un joven de 25 años que cursa una licenciatura en Educación Física en la Universidad de Cundinamarca. Él será mi guía y me conducirá hasta el balneario El Manantial, que se encuentra a una hora a pie. Desde ese punto se observan las Tres Cascadas, una caída de agua con cerca de 60 metros de altura de la que los nilenses hablan con orgullo.

La buena noticia es que este municipio del suroccidente de Cundinamarca ya no solo atrae a los lugareños, cada vez más turistas se acercan a conocerlo. Lo digo porque hasta hace pocos años Nilo era una palabra más, perdida en las señales de tránsito de las carreteras que unen al Tolima con tierras cundinamarquesas. Como tantos otros lugares de Colombia, esta población apenas comienza a ser visible para los viajeros curiosos.

“Me he dedicado a conocer mi municipio”, dice Brian, quien se ofrece para enseñarles a los forasteros lo mejor de su región. Él sabe que esta zona tiene potencial para convertirse en un gran destino para el turismo de naturaleza. Las caminatas, los planes de rápel y torrentismo son las especialidades de este joven guía, que ama el aire libre y tiene un gran estado físico. Pero advierte que hay más actividades para realizar aquí, como los recorridos de ciclomontañismo.

Poco tiempo después me encuentro con Mauricio Castillo, otro guía entusiasta, a quien además puedo llamar “colega”. Su otra misión es dar a conocer a la comunidad las noticias del pueblo, en el Boletín Informativo El Nilense, y narrar los últimos acontecimientos como pregonero.

Esto último lo hace caminando con un altavoz. Gracias a él los habitantes se enteran de novedades como la siguiente: “La señora Filomena Gómez descansó en la paz del Señor. Sus familiares y amigos invitan a sus exequias el día de hoy a partir de las tres de la tarde en la iglesia San José de Nilo”.

Esta mañana, sin embargo, Mauricio deja a un lado el megáfono y se pone la indumentaria de guía. Su misión: enseñarles los encantos de su municipio a los turistas. “Fui a pedirle disculpas a la familia de la finada porque vine a acompañarlos a ustedes”, explica al subir a la buseta en la que el conductor Álvaro García comienza el recorrido hacia los petroglifos, otro de los atractivos regionales.

Las tres cascadas

Después de media hora de viaje por una vía curva con partes sin pavimentar llegamos hasta la vereda La Fragua, a los pies del cerro de La Medialuna. Sus laderas están salpicadas de petroglifos, unas rocas de tonos grises sobre las que los indígenas panches dejaron testimonio de su paso por estas tierras antes del arribo de los españoles a América.

El cielo está tan despejado que podemos observar, a lo lejos, el nevado del Tolima. Mientras nuestras miradas se pierden en el horizonte, Brian nos explica de dónde proviene el nombre del municipio. Tiempo atrás el río Pagüey inundaba con frecuencia este territorio, así que los lugareños lo comparaban con los desbordamientos de las aguas del Nilo en África. El Nilo de allá inspiró al Nilo de acá.

Mi acompañante continúa explicando que hace décadas en esta zona existían cercas de piedra levantadas por los panches que la habitaron. Pero estas se convirtieron en cimientos para levantar varias casas. En todo caso, vestigios del patrimonio cultural de esta etnia se pueden apreciar en el Museo Oreste Sindici en forma de vasijas y otros objetos tallados en arcilla.

Llega el momento del ascenso para vislumbrar las Tres Cascadas. Brian lo hace ver fácil, salta de roca en roca sin dificultad al subir por un sendero que en algunas partes se asemeja a una pared. Yo, mientras tanto, uso toda la fuerza de mis manos y pies para aferrarme a las piedras y al cerro.

Finalmente llegamos a la caverna desde donde podemos ver estas caídas de agua en todo su esplendor. Las chicharras forman una sinfonía con el ruido que hace el líquido al caer, también se escuchan los cantos de los loros que vuelan en bandadas frente a la montaña. Tanto Brian como yo, el forastero, sabemos lo privilegiados que somos de estar en un sitio que todavía pocos en Colombia conocen y que entre todos debemos ayudar a conservar.