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LO BUENO, LO MALO Y LO "NI FU NI FA"

Semana
17 de noviembre de 1986

Parte de la sensación de que el gabinete no encaja se debe a que casi todos los ministros parecerían haber sido nombrados en la cartera equivocada.
El de Agricultura debio haber sido de Hacienda, el de Hacienda de Comunicaciones, el de Comunicaciones de Gobierno, el de Obras el de Desarrollo, y el de Desarrollo no debió haber sido ministro del gabinete. Pero sobre todo, el ministro de Salud habría quedado mucho mejor nombrado como director de los Seguros Sociales de Cundinamarca, a lo que según dicen algunos colaboradores de la campaña liberal -quién sabe si en serio o en broma-, aspiraba fuertemente el titular de la cartera de Salud.
Pero este aparente desfase entre los ministros escogidos y los ministerios asignados no es el único problema del gabinete. El otro es que aunque hay ministros buenos mal colocados, también hay ministros malos bien colocados. Y dos o tres de estos últimos acaban con un gabinete bueno, porque sus deficiencias yo metidas de pata, como que hacen metastasis sobre el resto de sus colegas.
En estricta justicia, eso es lo que ha sucedido con el actual gabinete. Hasta el punto de que ya se pide renovación ministerial desde los editoriales de los periódicos, a menos de tres meses de posesionados, y cuando ni siquiera hablan completado los nombramientos de sus principales colaboradores.
El problema es que los buenos ministros del gabinete han sido discretamente buenos, y los malos, escandalosamente malos. Y no ayudó al panorama la renuncia, a finales de la semana pasada, del ministro de Agricultura, de quien el país tenía las mejores referencias personales y profesionales. Pero es que el doctor José Fernando Botero era uno de los ministros nombrados en la cartera equivocada. Habría tenido que ser el ministro de Hacienda, y la prueba es que con el titular actual de esa cartera, doctor César Gaviria, se produjeron ciertos roces, cuando el primero respondió interrogantes periodísticos sobre manejo de política cafetera que le correspondía contestar al segundo. Eso, unido a que, segun se dice, hubo problemas de incomunicación con el Presidente de la República, precipitó una de las renuncias ministeriales más rápidas de la historia. Nada de lo anterior ha sido obstaculo para que también en el actual gabinete ya se perfilen, si no todavía ministros "estrellas", si por lo menos ministros "luceros".
Aunque fuertemente controvertido, creo que el titular de la cartera de Gobierno Fernando Cepeda, es uno de ellos. ha logrado proyectar un halo de hombre serio, importante y respetable, que muchos intentaron desconocerle en un comienzo acusándolo despectivamente de ser "un simple politólogo". No corre peligro en un eventual replanteamiento ministerial, pues mientras el Presidente sea partidario del esquema gobierno-oposición, también tendría que ser partidario, necesariamente, de que lo maneje el que se lo inventó.
Otro que se queda, pase lo que pase, es Guillermo Perry, el titular de Minas. Parecería ser el único ministro del gabinete a quien su Ministerio le viene como anillo al dedo. Es decir, que lo nombraron donde era. Habla lo estrictamente necesario, dice lo que toca y ha hecho gala de una adecuada dosis de discreción.
Algo parecido podría decirse del ministro de Obras, Luis Fernando Jaramillo, y hasta del ministro de Relaciones Exteriores, Julio Londoño, este último con un solo "handicap": que ha llevado su sentido de la discreción a extremos como el de excusarse a casi todas las reuniones de protocolo, lo que ha producido cierto malestar en el cuerpo diplomatico, y, según dicen las malas lenguas, hasta en el propio Presidente.
Hasta aquí los ministros "lucero" del gabinete.
Luego estaría la categoría de los ministros "ni fu ni fa", que comprende a aquellos que no han dado hasta el momento señales de ser especialmente buenos y competentes, pero tampoco de ser necesariamente malos. Esta categoría incluiría al ministro de Comunicaciones, a la ministra de Educación y al ministro de Defensa, sobre cuya gestión habría que decir... Bueno, que ni fu ni fa.
En seguida vendrían dos ministros que tienen una pata en la categoría de regulares y la otra en la de malos. El de Hacienda y el de Trabajo.
El primero, doctor César Gaviria Trujillo, ha dejado hasta ahora la impresión de que su fama de hombre estructurado y serio era superior a la realidad. Y a pesar de haber sido presidente de la Cámara de Representantes, lo que implica cierta trayectoria parlamentaria, la suya se acomoda más a la personalidad de un técnico que está pagando su novatada en la política. Lo ha salvado, hasta el momento, que la situación económica del país es buena. Pero en el escenario parlamentario no sólo le ha ido mal con los congresistas de la oposición, sino también con los de su propio partido, pues "se rajó" en el debate amistoso que organizó Hernando Agudelo Villa. Tiene a su favor que la principal crítica en su contra podría remediarse con el transcurso del tiempo: la de que según se dice popularmente, "le falta peso en la cola".
El doctor Name es otro cantar. Aunque convincente, hábil y definitivamente con personalidad ministerial en los recintos cerrados, su ministerio había despertado muchas expectativas, pues la política de empleo del gobierno se había anunciado como un proyecto bandera; pero parece que este ha quedado reducido, hasta el momento, a llenar los ascensores de ascensoristas, con ayuda de un impuesto sobre las nóminas de las empresas que sólo convenció en el recinto cerrado en el que lo anunció, pero desconcertó cuando salio a la luz pública.
Y por último están los ministros malos. El doctor Merino Gordillo, de Desarrollo, cuya trayectoria en dicha cartera está llena de salpicaduras; y el ministro de Salud, doctor Esmeral, un funcionario tristemente "bajito de punto", que va a fluorizar la sal del país aunque todavía no esté muy claro qué tan conveniente sea hacerlo desde el punto de vista de la salud de los colombianos.
El anterior resumen indica que el balance del gabinete del presidente Barco es más positivo que negativo. Pero si a veces parece lo contrario, es porque los ministros buenos del gabinete se han resignado a que las noticias las hagan los ministros malos.