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El mayor golpe que ha recibido Uribe fue estropearle su plan para controlar la Fiscalía con el propósito de proteger a los suyos y perseguir a sus detractores.

Daniel Coronell
26 de noviembre de 2011

Odio decir que se lo dije. Si en lugar de cubrirme de insultos me hubieran hecho caso, quizás hoy los recalcitrantes señores del uribismo antisantista (que son muchos pero son minoría) no tendrían razones para quejarse. La primera vez que hice la advertencia –en público– fue en marzo de 2009.

El agudo periodista Antonio Morales me entrevistó para El Radar, del Canal Caracol. Faltaba más de un año para la elección presidencial y el tramposo referendo reeleccionista, comandado por Luis Guillermo Giraldo, seguía vivito, coleando y buscando un tercer periodo para Uribe.

Casi nadie podía imaginarse que el engendro iba a fracasar. Juan Manuel Santos era el ministro de Defensa y tenía menos de 60 días para renunciar antes de inhabilitarse. Muchos se preguntaban, con razón: ¿Para qué se va Santos si Uribe va a ser candidato otra vez?

En ese contexto, y en medio de esa conversación sobre política y periodismo, le conté a Antonio que para mí el mejor candidato era Juan Manuel Santos. Vi pasar una nube de desconcierto por los ojos del entrevistador, hasta cuando le expliqué: “Conozco a Santos hace muchos años y dada su trayectoria de lealtad, creo que es el único que me garantiza que lo de Uribe no quede en la impunidad”.

Antonio estalló en una contagiosa carcajada y la historia se volvió chiste en algunos círculos políticos.

Santos renunció al Ministerio para no inhabilitarse y se despidió con una inteligente carta a Uribe: “Pasaré de ser ministro de Defensa a un simple, pero decidido, promotor de su causa”. Inmediatamente –y sin esperar a que sus adversarios fueran quienes lo interpretaran– complementó ante los micrófonos: “Yo no salgo como candidato (...) Si el presidente decide lanzarse, cuenta con mi total apoyo, y ese compromiso que he hecho con él y con el país lo voy a honrar. Si decide no lanzarse, yo seré candidato”.

La declaración era una expresión de gran ingenio político. Santos se mostraba fiel a Uribe y al mismo tiempo se lanzaba como candidato. Presentaba su compromiso unilateral como si fuera mutuo y se vendía como el sucesor lógico del popular mandatario.

Lo obvio para muchos estaba muy lejos del pensamiento de Uribe. Buena parte de su discurso se cimentó en el ataque a la oligarquía bogotana que Santos encarnaba de cuerpo entero. Era un miembro de la misma clase a la que Uribe acusaba de “hipocresía histórica”, de manejar el país entre “cuatro paredes frías de espaldas al pueblo” y de haber tolerado el crecimiento de la guerrilla cobijando a “la social-bacanería”.

Lo curioso es que el hombre más poderoso de Colombia estaba preso en su propia ambición. Tirarle la puerta a Santos podría crear una disidencia. Muchas cosas aguantó en silencio, por ejemplo, los off the record del candidato del por si acaso que empezó a contar en reuniones que Uribe decía que en realidad no quería otra reelección.

Cuando la Corte Constitucional tumbó el adefesio reeleccionista, Santos se declaró compungido, pero la satisfacción se le notaba a kilómetros. Mientras tanto, Uribe, embriagado con su popularidad, se casaba con lo imposible pensando que podía convertir en presidente a Andrés Felipe Arias, que era el Óscar Iván Zuluaga de esa época. Así, todo quedó servido para Santos.

El mayor golpe que ha recibido Uribe en el gobierno de su involuntariamente patrocinado no es –como dicen algunos– los nombramientos de Vargas Lleras, de Juan Camilo Restrepo y de Rafael Pardo. Esas son caricias. La lesión más seria fue estropearle su plan para controlar la Fiscalía con el propósito de proteger a los suyos y perseguir a sus detractores.

Hoy Uribe tiene claro que su mayor enemigo es Juan Manuel Santos. Y Santos sabe de sobra que Uribe hará lo que esté a su alcance para hacerle daño.

El más reciente de esos coléricos pataleos se conoció esta semana. El expresidente fue sorprendido, con miembros de la oposición venezolana, armando un plan contra su sucesor. Por discrepar de su gobierno frente a líderes extranjeros, Uribe calificó como “traidores a la patria” a Piedad Córdoba, a Gustavo Petro y a Jorge Enrique Robledo, entre otros.

Algunos ingenuos se alegran con el giro que han tomado los acontecimientos. Es posible que mañana sean ellos los que prueben la amarga cucharada de la traición.