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Lo malo y lo bueno de Oslo

"Hoy venimos a sentar al capitalismo en el banquillo de los acusados". Se nota que Márquez quiere parlamento, y no seguir echando tiros en la selva.

Antonio Caballero
20 de octubre de 2012

En los primeros días, gran entusiasmo. La paz, la paz. Tanto, que empezaron a colarse en el asunto toda clase de lagartos para volverlo un circo. Las mujeres, los niños, los parlamentarios, los victimarios (Salvatore Mancuso pide pista), Álvaro Uribe propuesto por Álvaro Leyva, Álvaro Leyva propuesto por él mismo, el vicepresidente Angelino Garzón, las inútiles comisiones de paz del Congreso, docenas de autodesignados representantes de la sociedad civil. Y desde el lado de las Farc también se amplió el abanico: los presos, los extraditados, las holandesas...?

Pero ya es suficiente con que estén ahí los noruegos y los cubanos, como garantes, y los venezolanos y los chilenos, como acompañantes. La mesa de diálogo no se puede volver “un circo con muchos payasos”, como llamó el general Bedoya en sus tiempos a lo que todavía ni siquiera era el circo de tres carpas del Cagúan. Las conversaciones son entre el gobierno y la subversión, que son las Farc, a las que solo puede sumarse el ELN, la otra guerrilla veterana. A todos los demás nos corresponde opinar, sin duda
–empezando por la prensa ansiosa de chivas y de resultados inmediatos–, pero no participar.

El negociador en jefe por parte del gobierno, Humberto de la Calle, dijo en Oslo más o menos brevemente, que las conversaciones no se adelantarán “a través de los micrófonos”, y que en La Habana no se estará discutiendo lo que vendrá después de la dejación de las armas, sino que se trata “de convenir una agenda para la terminación del conflicto que permita a las Farc exponer sus ideas sin el acompañamiento de las armas”. Pero en cambio por parte de las Farc Iván Márquez (o Marques, con ese, como estaba escrito en el cartón de la mesa) tomó el micrófono para hablar largo y tendido. No solo de la “larga lucha histórica por la paz” que según él han librado las Farc, sino de las necesarias “transformaciones de la estructura del Estado” y del cambio “en las formas políticas, económicas y militares” del país. Un largo discurso que se notaba escrito a varias manos por las diferencias de tono y de lenguaje en su enumeración caótica y casi exhaustiva de asuntos, que sin cesar pasaba de lo lírico a lo econométrico: la Noruega septentrional y Chile y el indómito Arauco y “ese asesino metafísico que es el mercado”; “la explotación minero-energética” y “la bancarización de la tierra”, y “la agroecología, interacción amigable con la naturaleza”, “las cadenas agroindustriales” y “las semillas transgénicas”, y “los morichales, el vuelo de las garzas, los llaneros de pie descalzos”. Y Bolívar, mucho Bolívar, pero también los Sarmiento Angulo, los Eder y los Santo Domingo y los hijos del expresidente Álvaro Uribe, y las fuentes hídricas y el latir de la patria y las dieciséis horas diarias de los 12.600 trabajadores de Pacific Rubiales, y José Antonio Galán, el Comunero, y el régimen jurídico, y el romancero español y la comunidad LGBT, y los TIC y las transnacionales y Marco Tulio Cicerón y Jorge Eliecer Gaitán y la aurora boreal de la paz y el pueblo fiel que nutre y acompaña nuestra lucha...?

Todo eso cupo en el discurso de Iván Márquez. Y aunque tiene razón De la Calle –es decir, el gobierno– en exigir que las Farc no se salgan de los temas de la agenda prevista, también es comprensible que Iván Márquez haya querido aprovechar la exposición mediática de Oslo para plantear el problema entero, con todo y sus exageraciones retóricas: “Hoy venimos a sentar al capitalismo en el banquillo de los acusados”. Se nota que quiere parlamento, y no seguir echando tiros en la selva.

Y eso indica dos cosas a la vez. Que la negociación va a ser difícil, y que hay esperanza.