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Una segunda reelección quitaría toda la apariencia de que Chávez y Uribe son distintos.

Semana
16 de febrero de 2008

La camarilla de lagartos antioqueños (una especie nefasta de dragones que escupen babas y fuego) que rodea al presidente e influye sobre él a fuerza de lambetazos venenosos y peligrosa adulación, está a punto de precipitar al país en la peor aventura antidemocrática de su historia reciente. Si Uribe sigue las presiones de esta gente (unos personajes minúsculos que no serían nada sin él en el poder y que por eso lo quieren de presidente perpetuo), estaría convirtiendo a Colombia en una tiranía disfrazada de democracia.

Una segunda reelección sería una dictadura legalizada. Otra reforma constitucional para perpetuar a Uribe en el poder lo convertiría a él en el tirano que muchos hasta ahora no hemos visto, o no hemos querido ver, y nos obligaría a reconocer que sus opositores a ultranza tenían la razón. Una segunda reelección quitaría toda la apariencia de que Chávez y Uribe son distintos, pues serían dos dictadores enfermos de la misma incontenible lujuria del poder, sin el menor respeto por las normas más simples de la democracia.

Una trielección de Uribe, además, fijaría en el poder a personajes nefastos como un ministro capaz de arrebatarles a los desplazados una tierra que tenían asignada, para entregársela a terratenientes amigos del régimen. Una nueva reelección sería confirmar en su cargo a un dañino zar de la desinformación que a su manera fría y sinuosa intenta asustar a la gente difundiendo la enorme infamia de que la marcha del 6 de marzo (explícitamente convocada contra el terror paramilitar) es una manifestación a favor de las Farc.

Una reforma constitucional de nombre Álvaro y apellido Uribe, sería entronizar en el país por más tiempo a un ministro inepto, incapaz en varios años de licitar un túnel o rehacer un aeropuerto, de mejorar las abandonadas troncales del país, y que en cambio firma licitaciones para construir carreteras perfectamente inútiles (autopistas-portaaviones, les dicen, pues van desde ningún lado hasta ninguna parte), como la doble calzada entre Primavera y Bolombolo, contratada para darles gusto a finqueros ricos, y con permisos y especificaciones que no se podrán dar en el momento oportuno y harán que la Nación pague a los contratistas amigos multas e indemnizaciones exorbitantes.

Una segunda reelección nos condenaría a tener un presidente vitalicio, que no respeta las reglas del juego sino que adapta las leyes y la Constitución a su amaño y a su propia conveniencia. Trielegir a Uribe sería darle a un solo hombre poderes de soberano y capacidad para moldear a su antojo los más altos cargos del Estado, desde las Cortes, pasando por los organismos de control de los altos funcionarios, hasta el Banco de la República. Volver a reformar la Constitución para que reelijan a Uribe por segunda vez sería entregar el Congreso a su dominio dictatorial porque el poder del Ejecutivo quedaría completamente desbalanceado en relación con el Legislativo.

Esa segunda reelección perpetuaría en el poder a la perniciosa camarilla de aduladores y lambones que solamente han aprendido a decirle Sí al príncipe y a reverenciarlo con el único fin de poder aconsejarlo mal. Volver a elegir a Uribe sería tener que aceptar que quienes son obsecuentes con él sigan siendo arrogantes con el resto de ciudadanos a quienes ven como súbditos de "inteligencia inferior". Aceptar la trielección de Uribe será seguir aumentando cada año el presupuesto de la guerra, que sólo en el 2008 alcanzará la cifra record de 18,3 billones de pesos, lo equivalente al 5,6 por ciento del producto interno bruto. Implicaría militarizar la sociedad, crecer el Estado mientras se debilita la ciudadanía, hasta tal punto que por cada cien colombianos haya un soldado que nos vigile, y todos trabajemos y paguemos impuestos para poder consignar el salario de una inconmensurable fuerza pública.

Una segunda reelección sería premiar una mentira, pues el beneficiado con la reforma constitucional repitió varias veces que "in límine" rechazaba siquiera la hipótesis de ser reelegido. Una segunda reelección será despertar la impaciencia y la ira de todos aquellos que no queremos vivir sometidos por siempre a las reiteradas veleidades autocráticas de una peligrosa camarilla de rencorosos, sino que aspiramos a que se ensayen otros métodos y otras fórmulas para desarrollar el país donde nacimos y del cual no queremos que nos despojen quienes se apegan al mando con una concupiscencia dañina y enfermiza. Y una segunda reelección, por último, además del desastre que sería para nuestra ya bien maltrecha democracia, sería también una catástrofe para el mismo Uribe, que perdería la apuesta por la felicidad pues dejaría de tener, incluso, a una mujer dulce y ya asfixiada por los faustos del poder, que tendrá la sensatez de no ser, por tercera vez, primera dama.

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