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Los americanos

Colombia, golpeada militarmente y como era previsible, comienza a ser rescatada por los americanos.

Semana
9 de octubre de 2000

Muchos comentarios se hacen en favor o en contra de la intervención americana en nuestro territorio. Digo americana por norteamericana, apelando a un uso antiguo, como si fueran ellos la América, con olvido de la española y portuguesa.

No es preciso definirse en uno u otro sentido, sobre todo si los hechos se nos imponen y son elocuentes. Basta con referirlos. Por lo demás, en la disyuntiva de selección, se encontraría Lorenzo entre la rubia y la morena, toda vez que no acepta la imposición guerrillera, con su barbarie, ni de buena gana, tampoco, la intromisión americana. Pero tal vez sus lectores, que algunos ha de tener, sí quieran leerle un comentario. Por si no lo saben, estamos siendo ocupados.

Todo el año nos han estado visitando, sin que falte una sola semana, funcionarios del Departamento de Estado, bien de narcóticos, ya de asuntos latinoamericanos, o congresistas o, acaso, la importante secretaria de Estado, señora Albright, hasta llegarse a la figura ‘encantadora’, a decir de ciertas damas, del presidente Clinton. Este nos dedicó una tarde que quiso perder en la soleada Cartagena de Indias, consintiendo, más que todo, seres irracionales, y no sólo a la perrita adicta de mi general Gilibert, sino también a una niña de nombre Valentina, aún sin uso de razón, como se decía en tiempos del malquerido beato Pío Nono (en tres frases se resume un pontificado de 32 años, con términos denigratorios, que pasan de boca en boca, de corresponsales a columnistas).

Era yo niño cuando los americanos significaron la salvación del mundo occidental con su ingreso a la guerra mundial, habiéndolo rescatado del maldadoso de Hitler (el cual, yo creo, debió morir arando la tierra en las campiñas españolas, después de hacer suicidar a Eva Braun), igualmente lo salvaron de Mussolini, de Claretta y del conde Ciano y del pequeño y amarillo general Hideki Tojo y sus ejércitos, que para entonces eran considerados terribles.

Tan aliada fue Colombia de los americanos que al presidente Eduardo Santos le correspondió declararle la guerra al Eje y concentrar en campos de Fusagasugá (claro que sin cámaras de gas) a cuanto alemán sospechoso de nazi apareciera.

No olvida este comentarista el alborozo de aquel mayo florido de 1945, cuando se rindió Alemania. Era tal la gritería que el pequeño Lorenzo, dejando de lado los juguetes, corrió a la ventana de su Medellín, una alegre mañana de sol. Aunque, la verdad, aquí no se sintió la guerra y sólo interrumpió, me imagino, la llegada de algunos productos gringos y, por supuesto, la fabricación de nuevos modelos de automóviles, entre 1942 y 1946, así como la de repuestos.

Todos mirábamos al Polo, es decir, al Norte, norte, como ya lo había predicado el presidente Suárez (Respice polum). Para esos años, ya Roosevelt nos había visitado, siendo atendido por el presidente Olaya, en la Costa Caribe y, por cierto, era tan alto y rubio nuestro mandatario que muchos creían que el gringo era él. Santos, como ya dije, aunque existen textos suyos en contra del imperialismo, una vez presidente entró en forzada guerra contra el Eje, mientras figuraba en la oposición a su gobierno quien habría de ser el mayor amigo de Norteamérica entre nosotros, el dos veces presidente del país y fundador de la Unión Americana, Alberto Lleras Camargo.

Se evidencia hoy en día que muchas personas en Colombia sienten inmenso alivio con la llegada de Clinton y sus marines, o los comandos especiales que ahora tengan los americanos, los cuales entrarían a ‘reconquistar’ la soberanía nacional, en el sur del país.

La guerra no cesará, el territorio es muy grande y el terrorismo incontrolable, lo mismo que el atentado a las personas, que ocurre en todas las latitudes donde haya criminales. No es lo mejor lo que está pasando y lo que seguirá, pero si alguien lo ha propiciado es la misma subversión con sus métodos inhumanos y su desafío al pueblo.

Fácil es decir que Estados Unidos resulta responsable de inventarse aquí otro Vietnam, pero la verdad es que el Vietnam se hizo en Vietnam y los americanos se involucraron para frenar el avance comunista, en lo que les resultó una guerra de mantenimiento. Al parecer y para algunos, lo que ha debido hacer el poderoso país era dejar prosperar esa corriente totalitaria e invasora y eso mismo quisieran para esta Colombia derrotada, que está siendo destruida, pueblo a pueblo.

“Amigos, ha dicho el presidente Clinton, ya es suficiente”, refiriéndose a las penalidades que viene padeciendo la Nación, con su territorio cercado por la guerra misma o por el temor al secuestro, modalidad ésta la más canalla de la revolución. Lo cual fue suficientemente claro, a buenos entendedores. No necesita el comentarista tomar una opción determinada, hallándose enfrentado, como todo el mundo, a una tozuda realidad: Colombia, muy golpeada militarmente, si no vencida, ha venido a ser rescatada, como era inevitable, por los americanos.