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LOS ANTIPOLITIQUEROS

Antonio Caballero
30 de marzo de 1998

Estaba empezando a escribir una columna favorable a los llamados antipolíticos, o por lo menos favorable a algunos de ellos, movido por la idea elemental de que son mejores que los politiqueros que actualmente dominan el Congreso y el gobierno. Un ejemplo: María Mercedes Cuéllar es mejor que José Name Terán. Pero luego lo pensé mejor. Y aunque mi simpatía se inclina más por los antipolitiqueros que por los politiqueros, me parece que el problema no está ahí. Claro está que me gustaría más que las leyes las hiciera (o mejor aún, que las vetara) María Mercedes Cuéllar que Name Terán, por preparada y por honesta. (Otros candidatos de la renovación me convencen menos: la Negra Grande, digamos. ¿Qué demonios va a hacer en el Congreso por bien que cante, por grande y negra que sea?). Me gustaría más, pero el problema no es ese.
Pues la existencia de los politiqueros no es una causa, sino una consecuencia. El Congreso, y en general el Estado, no es malo porque esté en manos de los politiqueros corruptos, sino que está en manos de los politiqueros corruptos porque es malo. Y, porque es malo, ellos suplen sus carencias, cosa de la cual serían incapaces los antipolitiqueros que ahora se lanzan a la política con dos únicas posibilidades: volverse politiqueros o ahogarse _que son las mismas posibilidades que tiene el que se tira al agua: o nada, o se ahoga_.
Los politiqueros no engañan a nadie. Sus electores _sus clientes: "Esta es mi clientela", se jactó Name Terán hace unos años mostrando con ademán majestuoso una manifestación popular en Barranquilla_ saben perfectamente quiénes son, qué hacen, y por qué votan por ellos. Son corruptos, y se enriquecen con el dinero del Estado: pero a ellos les dan lo que ese Estado no les da: protección y seguridad social. O sea, recomendaciones, puestos, obras locales. El famoso puente de un solo carril de Heine Mogollón en la carretera de Lorica tendrá un solo carril, pero es de Heine. Sin él, el Estado jamás lo hubiera hecho.En cambio los que se presentan como antipolitiqueros sí engañan, aunque tengan las mejores intenciones, a sus eventuales electores. Estos no saben quiénes son los candidatos: sólo saben qué eran antes: directores de cine, cantantes, periodistas, codirectores del Banco de la República; pero no qué van a ser en cuanto se conviertan en politiqueros: si van a nadar, o si se van a ahogar. Los antipolitiqueros no prometen becas ni puestos ni centros de salud, ni van a darlos, porque les parece que hacerlo es una corrupción y un engaño. Prometen en cambio cosas más serias sin duda, pero que no están en capacidad de dar: verdadera democracia, justicia social, progreso. Y no están en capacidad de darlas porque el problema está en la estructura del sistema político (empezando por su aspecto electoral: las elecciones se compran con dinero), estructura de la cual la existencia del politiquero corrupto es una simple consecuencia parasitaria. La carencia del Estado la suple el politiquero, pero no la provoca. Así, no es por la proliferación de montallantas que son malas las carreteras en Colombia, sino al revés: es porque las carreteras son malas que proliferan los montallantas. Estos son malos, venden llantas de segunda, ponen parches de pésima calidad. Pero el problema de las malas carreteras no se arregla suprimiendo los montallantas por antihigiénicos, ni sustituyéndolos por antimontallantistas a quienes les parezca vergonzoso y corrupto ofrecer malas llantas y malos parches y en su lugar vendan flores. Los montallantas no arreglan las carreteras, sino que viven de que estén destruidas: pero dan parches.
Los politiqueros no dan verdadera democracia, sino que medran de su corrupción: pero dan becas. De nada sirve, y hasta puede ser peor, cambiarlos por antipolitiqueros impotentes y que ni siquiera becas dan.Para combatir una mala política, o para reemplazarla, lo que se necesita es una buena política; no una cosa que se llama 'antipolítica' y en realidad no es más que ausencia de política. Una alternativa política: no ecológica, ni teatral, ni periodística, ni cinematográfica. Aquí no la hay, porque cuando ha intentado formarse alguna ha sido de inmediato descabezada por la violencia: desde el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán hace ya 50 años, hasta el exterminio de la Unión Patriótica, que cesó hace dos o tres por sustracción de materia. Eso es lo que los antipolíticos debieran hacer: crear una alternativa política. Aprender a nadar, y enseñar a nadar. Para eso decidieron echarse al agua.