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Los cayos de la fantasía

Si Nicaragua quiere ampliar su mapa, que anexe el que se forma en las axilas de Ortega cuando se quita la chompa.

Daniel Samper Ospina
8 de diciembre de 2012

Me levanté pensando que tanto Edward Niño como Álvaro Uribe merecen mejor suerte, y que es triste pertenecer a un país que por debajea a sus mejores hombres bajitos. Y como llegó diciembre, y en diciembre me pongo sentimental, pensé que debíamos reivindicarlos a ambos, en especial a Álvaro Uribe, y aprovecharnos de su vigencia política y su talla de líder máximo para encargarle la misión patriótica de que se mude cuanto antes al meridiano 82 y cuide los cayos en persona.

No se entienda mal: no es que quiera salir de él. Es verdad que el ex presidente no podrá utilizar su Twitter porque en los cayos no entra la señal; que estará incomunicado y no tendrá cómo seguir alborotando el avispero. Pero ser de derechas es igual a ser aislado, de todos modos; y, desde los cayos, Uribe podrá continuar haciendo grandes aportes al país, no sólo apoyando a Millonarios en estas finales, como se lo imploro, sino autodefiendendo el territorio en cuestión como si se trata de su propia finca.

Es cierto que se comprometió a acatar el veredicto del tribunal de la Haya y que no honró su palabra. Pero entiéndanlo: no es que sólo respete las leyes que le gustan. No. Es que, como él mismo lo dijo, no estamos ante un fallo sino ante un despojo. Y si alguien sabe de despojos, ése es el amigo uribista.

En un comienzo no le veía tanto lío al asunto limítrofe, si me dejan ser franco. Esos islotes no tienen casi extensión, pensaba: al menos no si uno los compara con las orejas de Julio Londoño. Si Nicaragua quiere ampliar su mapa, que anexe el que se forma en las axilas de Ortega cuando se quita la chompa, me decía. Y si definitivamente nos obligan a ceder un pedazo de mar, tratemos de que nos reciban el de Bocagrande. Y no hago alusiones al Registrador, que quede claro, sino a ese mar de espumas color marrón que queda frente al hotel Capilla del Mar, y que calificaría de excremental si el adjetivo no me recordara al doctor Gerlein.

Ni siquiera el generalizado delirio patriotero despejaba mi ignorancia. Positivo, como soy, creía que la franja marítima que perdimos al menos quedará libre de ver a Jotamario Valencia en las mañanas y de leer en las revistas los triunfos de aceptación social cosechados por Carlos Mattos en el exterior, entre otras torturas: ¿cómo será para un caballito de mar del meridiano 82 saber que en adelante Uribe nunca lo podrá enlazar, que el Registrador no lo podrá deglutir, que estará a salvo de los tentáculos de Valencia Cossio? Naden, pececitos ahora nicaraguenses, me decía: sean libres, pargos rojos, que ya no podrá cooptarlos el Partido de la U.

Pero después comprendí que el único mar que le queda al país es el mar de lágrimas de la canciller. Y que si no acudimos al colombiano más varón de la historia para que cuide in situ el par de islotes que nos quedan, terminaremos por perderlos.

Porque los cayos, al igual que las orejas del doctor Londoño, son parte fundamental de la patria, y en ellos el expresidente Uribe podría montar una variación uribista de la isla de la fantasía en la que se cumplan los sueños de su doctrina: una isla paradisíaca en la que todo valga; no se respeten las leyes ni las minorías; nadie juzgue a los terratenientes por obtener subsidios agrarios y el gobierno intercepte los teléfonos de sus opositores con confianza. Una isla en que se pueda cambiar la constitución, abunden las materas para que los congresistas negocien leyes a sus anchas, y "la Coneja" Hurtado, "Papá Noel" Restrepo y "el Pincher" Arias lo reciban a uno con una corona de flores mientras contornean el ombligo con una falda de paja. Edward Niño, vestido de esmoquin, toca la campana del faro:

- "El helicóptero, el helicóptero" –anuncia, mientras señala el helicóptero del papá de Uribe que, procedente de Tranquilandia, se acerca con un cargamento de amigos.

Y pienso en Edward Niño porque, como lo advertí al comienzo, también tenemos que reivindicarlo a él. Y más ahora, cuando una empresa quiere elevarlo por el cielo con un globo de helio. Parece un chiste, pero es cierto. (Ver noticia).

Someter a Edward Niño a semejante ignominia parece una vulgar idea del ministro Cárdenas, que está dispuesto a lanzar todo tipo de globos para que nadie critique su penosa reforma tributaria. Pero me niego. Me niego a que hagan de Edward Niño la versión criolla de Félix Baumgartner –el australiano aquel que saltó en paracaídas desde la estratósfera- porque, primero, el lanzamiento no sería patrocinado por Red Bull sino por Pony Malta; segundo, Edward no brincaría desde la estratósfera, impenetrable porque allá viven todos los políticos colombianos, sino, máximo, desde el edificio de Colpatria; y, tercero, si el evento sale bien, los organizadores son capaces de repetirlo el año entrante pero con Luis Alberto Moreno.

Más digno es que Edward se convierta en el Tatoo de Uribe y que, vestidos de punta en blanco, ambos refunden la patria en el islote. ¿Quién dijo que la única isla que merece el uribismo es la de Gorgona? Nada de eso. Queremos ver al doctor Uribe allá, calmado pero atento, sentadito en la playa con una bayoneta en una mano y –dios lo quiera- una bandera de Millos en la otra.

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