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Los conocimos mejor

El referendo vegeta. Hay que desconectarlo

Semana
3 de julio de 2000

Las crisis dan cuenta de la entereza de los hombres (hoy se usa agregar: y de las mujeres). Es en las crisis donde se crecen o achican, donde lucen ‘un bello carácter’ o muestran el temple de su voluntad.

Lo que pasó en Colombia por estos días nos ha dejado ver bastante más de quienes fueron protagonistas de los hechos. Si no se pudo aclarar quién tenía razón, en el tema constitucional de las revocatorias, no nos perdimos del espectáculo humano de los actores.

El presidente Andrés Pastrana decepcionó a los que, más que creer en él, siempre han visto con admiración que hubiera desenmascarado al narcotráfico, oculto en maletas y cajas de cartón, en la campaña del 94 y que hubiera afrontado las consecuencias de semejante atrevimiento.

Hoy Pastrana, a dos años de gobierno y animado a revocar el mandato del Congreso, por considerarlo infiltrado de corrupción, debió ceder a los requisitos de la gobernabilidad, que equivalen, algo así, como a tener apaciguado al sectarismo liberal; a tener a los ex presidentes, incluido al cínico, comiendo en casa de Lemos (runchos al ajillo), a tener a la OEA, al teléfono; al periódico El Tiempo en apacible conformidad y a Noemí, sin decidirse, en Boston.

No le era dado al gobierno devolverse. Su compromiso con la opinión pública había sido mayúsculo y tan humillado se ve hoy al mandatario como cuando lloró en el 94 la derrota de sus primeras presidenciales, o cuando lo burló Marulanda, en la fiesta del Caguán. El viernes de su discurso televisado el Presidente convirtió en amigos a sus enemigos y en enemigos a sus amigos y partidarios. Fue la crisis del carácter.

Qué tal que Laureano Gómez se hubiera retractado el 13 de junio de 1953, y en aras de la gobernabilidad y de no provocar el rompimiento constitucional, hubiera restituido al general Rojas en el comando de las fuerzas, luego de haberlo removido del cargo. No lo imagino conciliando con el agripado Urdaneta y en medio de tan lacrimoso ambiente, abrazado a quienes lo traicionaron, dejando a don Vicente Casas colgado de su propio paraguas, en el aeropuerto de Techo.

Los hombres a esa altura no vacilan, porque entonces no se les abre el paracaídas. Hay puntos de no retorno. El referendo de Andrés Pastrana, y el primero que aplica Cepedín, quedó frenado, con la nariz sobre una avenida popular, para ser removido —sin haber tomado vuelo— por medio de pesadas grúas y mulas de arrastre. No hay para qué hacerlo vivir artificialmente, y menos en el Congreso, sin el meollo de la cuestión, como un vino sin cuerpo, como un cuerpo sin alma. El referendo vegeta, hay que desconectarlo.

Horacio Serpa temblaba de ira en Palmira, revocando al Presidente y hablando en nombre de los congresistas ofendidos —al fin de cuentas su país político— cuando se tropezó, de buenas a primeras, con que había que conciliar, porque así lo ordenaban los ancianos de la tribu. Temblando nuevamente de voz y de cuerpo, en fingida perorata veintejuliera, como si las cosas no hubieran cambiado de la noche a la mañana, vuelve Serpa a la plaza pública en Bucaramanga, para retirarle el cerebelo a su propio referendo, que llamó social. Había que mantener el tono de lucha, cuando la verdad era que la pelea había terminado.

El episodio nos mostró a un Serpa en condición de líder y cómo lo sería en calidad de gobernante. Sectario y pasional, simulando el enfrentamiento político, cuando ya había pactado. Vaya grandes hombres de hoy, tan prestos a doblarse y a amorcillarse al primer puyazo. Algo bueno que podría derivarse de este conocimiento mejor del jefe liberal es que, a la hora de la verdad, no es tan fiero como lo pintan y su pose oratoria es sólo un toque del pasado —como su mostacho bella época—, para embolatar calentanos. Tal y como lo hace Barón en sus multitudinarias concentraciones, al sol del trópico, pidiendo agüita para mi gente y vociferando sin sangre en las venas: “¡ Entusiasmooo ! ”.

Conocimos mejor al inalterable doctor De la Calle Lombana, más vacilante que Noemí, con su arqueado de cejas, que parecen reforzar cada palabra y aparentan tomas de posición que hoy son y mañana no parecen. No deja uno de pensar que, elegido a la vicepresidencia popularmente, se dejó destituir por su presidente, como si hubiera sido un funcionario de libre nombramiento y remoción. Estaba cantado, De la Calle entregaría las banderas, que inoportunamente enarboló Pastrana, quien las sacó del desván para sacudirlas, sin ser aún 20 de julio.

Hoy sabemos un poco más de los políticos, de su variable firmeza, de su fragilidad y del derecho que creen les asiste a permanecer, así sea en medio de un fandango de contradicciones .

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