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Los costos de la reelección

Semana
24 de septiembre de 2004

El 7 de mayo de 2002 el entonces candidato presidencial Álvaro Uribe declaró: "Si yo como Presidente propongo que se amplíe el periodo presidencial a cinco años, deben ser para el siguiente y no para mí. Porque si yo gano la Presidencia, el pueblo va a votar para darme un mandato por cuatro años (.) La reelección inmediata no me convence, porque entonces se puede poner el gobierno a buscarla. En Colombia hemos visto que hay alcaldes que han logrado la reelección dejando un período de por medio. Si eso ha funcionado, ¿para qué se necesita la reelección inmediata? No estoy de acuerdo con ella". Dos años largos después, esa misma sentencia parece cumplirse en él. hoy Presidente de la República.

Cierto es que quienes trabajaron al lado de la campaña presidencial tienen derecho a gobernar, como lo reclama el senador Carlos Holguín para su partido cuando dice que si le dan todos los puestos, él y los suyos tienen derecho. Pero lo que hemos visto en el Congreso es algo diferente. La participación que se ganaron la exigen a cambio de un voto; o visto desde otra óptica, el acompañamiento al proyecto político que defendieron se condiciona al puesto que se ofrece o se entrega.

Qué coincidencia que las participaciones que se ganaron se definieron dos años después, justo en el momento en que se votaba el proyecto de reelección.

Parece cierta la expresión de un amigo del gobierno a quien le escuché decir que la aprobación en primera vuelta de la reelección fue pospago, pero la de la segunda sería prepago.

Esto no sólo es vulgar clientelismo sino que además linda con la actividad delictiva. Por circunstancias menos evidentes que las relatadas en estos días por la prensa, en las direcciones del ISS, Inco, Findeter e Invias, entre otras, fueron procesados por cohecho 110 congresistas que absolvieron a Samper en 1996. Y es que está bien que Yidis Medina haya pedido mayor inversión social para su región, lo que está mal es que la inversión social dependa de cómo vota un congresista y no de las necesidades de una región.

Pero muchos otros elementos hacen pensar que hoy tenemos mucho más candidato que presidente: la digna renuncia del director del Dane, por no querer evitar la divulgación de datos respecto a seguridad ciudadana que afectarían el sugestivo activo de seguridad que embarga el imaginario colectivo de las grandes ciudades, donde por cierto no se vive con intensidad el conflicto armado, es más una muestra de preocupación por la imagen del candidato que por las realidades del país. Y como si esto fuera poco, el episodio fue capitalizado como una cuota política de Cambio Radical. ¿Dónde quedó la meritocracia que ofreció el Presidente a los colombianos?

A estas señales inequívocas de que las preocupaciones de Uribe son más las del candidato, se suma la presentación de un proyecto de presupuesto desfinanciado que con recursos inexistentes ofrece inversión social y, adicional a esto, la baja intensidad con que el gobierno ha manejado su agenda legislativa en temas antipáticos como la reforma tributaria y pensional que amenazan con hundirse. En especial, la ausencia de presentación del proyecto de reforma a la justicia que pretende restringir las competencias de la Corte Constitucional y la autonomía de la Rama Judicial. Es claro que ahora el gobierno calcula con precisión la idea de cazar pelea con una Corte que declaró inexequible el Estatuto Antiterrorista y apartes importantes de la Ley de Convocatoria a Referendo, cuidando la maltrecha salud del proyecto de reelección, que aprobado por el Congreso llegará a revisión de esa corporación.

Cabe agregar, citando el libro de María Jimena Dussán Así gobierna Uribe, otro hecho que muestra la preocupación del gobierno por proyectar un candidato de realidades virtuales: la selección previa de los líderes y los temas sobre los que pueden preguntar al Presidente en consejos comunales. Una manipulación de este tamaño es un enorme fraude a la opinión nacional, con un escenario montado para la galería, con precarias realizaciones, como quiera que sólo el 12 por ciento de los compromisos que en ellos se han adquirido se han cumplido.

Tuve la oportunidad de acompañar al Presidente al consejo comunitario de Nabusimake, capital indígena de la Sierra Nevada de Santa Marta. Después del excéntrico y holliwoodense desplazamiento en helicópteros oficiales presencié tres claros episodios de un candidato: 1. El Presidente llegó a bautizar un niño y hacer alarde de su comadre y ahijado durante el evento; 2. Con transmisión de TV para todo el país recibió serenata de un conjunto vallenato que en rítmicos versos hacía alegoría de su reelección, y 3. Ante la negativa del alcalde de poder cofinanciar nuevos cupos en el régimen subsidiado de salud, oferta que en igualdad de condiciones el gobierno nacional ha hecho a todos los municipios, decidió exceptuar por un tiempo de la cofinanciación esos cupos. Me pareció bien, pero me pregunté por qué no tienen esa misma oportunidad los pobladores de Titibirí, Mocoa, San Zenón o muchos otros lugares más pobres y necesitados que Nabusimake. Tal vez porque no han tenido la oportunidad de un 'reality comunal' con transmisión de TV.

Ese día comprendí que Colombia había perdido un presidente que sembró esperanzas, y se había ganado un candidato que, parodiando una conocida expresión, hoy está más preocupado por las próximas elecciones que por las próximas generaciones.

*Presidente del Partido Liberal

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