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Los desplazados alzan su voz para que los dejen volver a sus tierras

Días después de que Naciones Unidas revelara que el índice de desplazamiento por el conflicto armado volvió a aumentar aparece publicación con 190 historias de vida que reflejan el drama sufrido por 3 millones de colombianos.

25 de junio de 2007

Las cifras oficiales y las de los organismos expertos en el tema nunca coinciden, pero la tragedia del desplazamiento armado en Colombia es inocultable. Naciones Unidas acaba de revelar que, según sus cuentas, en Colombia hay más de 3 millones de personas desplazadas como consecuencia del conflicto armado. Para la ONG Codhes hay más de cuatro millones y según el gobierno se trata de muchas menos, pues algunas ya regresaron a sus hogares.

Más allá de la disparidad de criterios y de instrumentos de medición (para el Ejecutivo es necesario que la persona haga una declaración juramentada de desplazamiento y se inscriba en el listado respectivo) lo cierto es que el caso colombiana es uno de los más alarmantes en el mundo, por encima incluso de naciones africanas que están en guerra..

Por ello la Fundación Dos Mundos, el Observatorio para los Desplazados Internos y el Consejo Noruego para los Refugiados en Colombia se dieron a la tarea de buscar 19 desplazados del país que estuvieran dispuestos a contar su historia.

El resultado es la publicación “Para Que Se Sepa - Hablan las personas desplazadas en Colombia”, experiencia novedosa por cuanto se trata del testimonio directo de las víctimas y no de la interpretación de terceros sobre lo que les ocurrió a los afectados. Como un aporte a la construcción de consensos que permitan la pronta solución de este problema en Colombia, Semana.com revela en exclusiva un capítulo del libro, que será lanzado el 27 de junio, con presentación de Alfredo Molano.


“Llegó esa gente y nos obligó a salir”

*Simón. 16 años, estudiante. Ha sufrido tres desplazamientos junto con su familia.

Yo nací en Ciénaga (Magdalena), pero mis padres decidieron llevarme a Palenque, allá donde nació mi mamá. Allí vivíamos bien. Mi papá trabajaba todos los días, nos llevaba caña y nosotros comíamos. Era muy bacano. Mi hermano mayor nos cuidaba a nosotros los menores. Nos cuidábamos mutuamente allá. Cuando se dio el desplazamiento nos afectaron a todos nosotros.

Digamos que no nos faltaba nada. Íbamos al colegio, mi papá trabajaba bien, estábamos bien, prácticamente vivíamos cómodamente, pero no en la ciudad, sino en un pueblo. Mi papá llegó allá a trabajar y nos sacó adelante. Hasta que llegó esa gente y nos obligó a salir de allí; nos fuimos para Cartagena un tiempo y también vivíamos bien. Y después llegaron otra vez y nos obligaron a salir y nos fuimos para Barranquilla; allá duramos como ocho o nueve años. Vivíamos casi igual que en Palenque. Digo que casi igual por lo que, cuando llegamos, a veces nos acostábamos sin comer; vivíamos en una pieza, pero no tenía techo. El viento nos golpeó bastante fuerte, porque allá sopla bastante brisa y eso nos afectó.

Entonces mi mamá comenzó a hacer envueltos y salíamos a venderlos. Completamos plata para hacer toda la casa, le pusimos techo a la primera pieza que hizo mi papá. Después mi papá y yo conseguimos una alfombra, de esas muy bacanas; la poníamos en el piso y ahí dormíamos. Viendo las cosas, mi tía nos prestó una cama y dormíamos, una parte, en la cama y otra parte, en la alfombra. Mi mamá más nunca quiso botar la alfombra, porque nos ayudó mucho; entonces la pusieron en una de las camas y por allá la tenemos.
Después a mi papá lo desplazaron y mi mamá decidió que nos viniéramos para acá, para Bogotá. Aquí nos ha ido bien por lo que estamos estudiando; mi papá sigue en lo que le gusta y mi mamá sigue apoyándolo como siempre.

La primera vez que tuvimos que salir de Palenque, tenía como unos 5 años. Lo que me dice mi mamá es que la gente nos amontonó en las camas y allí cogieron a mi hermano mayor y lo golpearon todo, le partieron la boca, casi le zafan un bracito; y a mi mamá la trataron mal, la golpearon también. Nos golpearon a todos, pero al que más golpearon fue a mi hermano.

Como el patio de nosotros era grande, mi papá tuvo que correr hacia el patio de un vecino; allí se escondió, dentro de unos matojos y, no sé si estaba escuchando, pero ahí nos tenían a nosotros. Esa gente, no recuerdo bien, pero mi mamá dice que si no era la guerrilla, eran los paracos. No recuerdo bien... es que me tienen al margen de todo eso, es que no quieren que yo vuelva a pasar por lo que me pasó.

La finca que habíamos dejado

Ya había pasado todo eso y tenía como 13 años. Me mandaron a donde mi abuelita a pasar unas vacaciones, me mandaron a ver cómo estaba la finca que habíamos dejado. Ya estábamos en Barranquilla cuando me mandaron para allá [Palenque]. Nadie quiso ir, excepto yo, que me mandaron.

Encontré la finca. El ‘monte’ había crecido y para que lo que vieran a uno, tenía que alzar las manos. Cuando nos desplazamos, mi papá le dio la finca a un señor amigo de él para que se la cuidara y le dio los animales ‘a mitad’. El señor aceptó que la finca no se la diera a mitad, sino que él cogía la finca, la iba a cuidar y cuando pudiera, la limpiaría. Pero como que nunca la limpió, porque cuando yo llegué: la finca toda desordenada, los gajos de banano todos caídos, todo dañado... ¡y me dolió mucho ver que mi papá..., que nos desplazaran así!

“¡Espere, que me faltó uno!”

Ese día ya eran como las 12 del mediodía, mi abuela me mandó a preparar un tinto y, como allá siempre para uno descalzo, entonces fui descalzo y sin camisa. Cuando de pronto toda la gente vio que llegó un camión con vidrios blindados, vidrios ahumados. Ellos nos veían a nosotros, mas nosotros no los veíamos a ellos. Uno de ellos chifló y se bajaron todos ellos de atrás y un comandante, que iba a la parte delantera. Entonces vi cuando preguntaron por el dueño del billar, cuando el comandante preguntó: “¿dónde está el dueño de este negocio?”. Nadie le contestó y entonces él hizo un tiro hacia arriba, ¡tas!, y partió una de las lámparas. Cuando todos vieron que el señor soltó ese tiro, le prestaron atención. Y formaron a todos en fila.
 
Cuando el man volvió a preguntar “¿dónde está el dueño del billar?”, uno le dijo: “salió a la casa, pero no se demora”. Entonces, cuando pasaron quince minutos, el señor soltó otro tiro y este muchacho otra vez le dijo que el señor ya no se tardaba, que no sabía porqué se había demorado tanto... Entonces el señor se puso rabón, como que cogió rabia y empezó a matar. Cuando los de la parte de atrás vieron que estaban matando a los de la parte de adelante, se volaron por las paredillas y, como ésas tenían vidrios, algunos salieron cortados y se les veía el hueso, otros se cortaron la parte del muslo.

Había uno que estaba sentado en la entrada, en un taburete, pero le temblaba todo. Yo me encontraba al lado, y escuchaba todo. Empezaron a soltar los tiros y cerraron todo, pero quedó una parte que no fue cerrada y se veía una parte de mi cuerpo, del cuello para abajo. Uno [de los hombres armados] lo vio y soltó un tiro para donde yo estaba: le dio a la rejilla y el tiro salió así, ¡pum!… se desvió y le pegó a la nevera: sonó como si explotara en ese momento, y se quemó. Entonces ya cerraron todo por completo.

Después nos dijeron que no fuéramos a decir nada, que si ellos se enteraban de que alguno de nosotros decía lo que había pasado ¡nos matarían! Cuando se metieron otra vez, ya habían matado a siete, y el señor dice: “espere, que me faltó uno!”. Y cuando él saca una metralleta blanca y, ¡tas!, suelta como cuatro tiros. El que le pegó en la cabeza, le voló todos los sesos y el muchacho comenzó a agonizar allí. Y yo, viéndolo allí…

Mucho antes de que todo eso pasara, él me había convidado al río a bañarme. Comenzamos a jugar y, cuando yo le dije que ya me iba porque tenía que hacerle un mandado a mi abuela, me dijo: “me voy a quedar aquí en el billar a tomarme una chicha”. ¡Y llegó esa gente y lo mató!

Ese muchacho tenía 18 años… y las siete personas que mataron ya hubieran terminando el bachillerato, si estuvieran vivos.
Ese billar un año atrás lo habían cerrado ellos mismos [los paramilitares]. Cuando llegaron a matar al dueño del billar, ya a él le habían hecho amenazas: si ellos pasaban por ahí y veían abierto, lo mataban a él y al que estuviera dentro. Cuando llegaron a preguntar por el dueño del billar, como él sabía que ellos venían, se fue y la gente quedó ahí adentro. Le dieron a cuidar el billar almuchacho, porque él era uno de los más responsables que había en Palenque: la gente le daba a guardar de todo a él y él les respondía. Él era un niño que no tenía problemas con nadie, no tenía ningún vicio; el único vicio que tenía era el café, el café, porque ni cigarrillo ni nada de eso.

Después de que los tipos se fueron, me quedé ahí, no me podía mover ni nada. Una persona que conocía a mi abuela me llevó cargado y corriendo para la casa y allá comencé a temblar… cogí otro color. Mi abuela comenzó a llamar a la casa en Barranquilla a ver si mandaban plata para que yo me devolviera, porque estaba asustada conmigo así. En las noches me soñaba con todo eso y salía hablando... ¡y pegaba unos gritos...! Todos en la casa no dormían.

No me mandaron por la vía acostumbrada –por la que me vine–, sino con un amigo de mi papá y de mi mamá que apodaban Segundito. Me mandaron con él por la vía del monte. Por allí cogimos un carro de esos que sacaban la yuca y le tuvimos que pagar 20 mil pesos para que nos sacara hasta Barranquilla.

¡No he podido superar eso...!

Allí pasaba como lo mismo: todo lo que veía siempre me recordaba a ellos; no podía ver un soldado porque salía corriendo para la casa. No había podido superar esa vaina. Entonces, me hicieron unas entrevistas y me pusieron unas psicólogas. Siento que he cambiado un poco.

Antes en el colegio no rendía. Siempre que hablaba, hablaba de eso, de lo que me pasó. Antes era excelente estudiante y me destacaba en convivencia y en todas las materias, pero desde eso he cambiado un poco. Ya para mí la vida no era igual, porque ya no me gustaba jugar como antes a las escondidas, a correr, ni nada de eso, sino que me la pasaba en la casa. Yo nunca peleaba, pero después, peleaba con mis hermanas, con todos, contestaba mal. Yo era un niño muy ‘pilas’, me gustaba mucho ayudar a la gente –y todavía me gusta–, pero dice mi mamá que he cambiado un poco.

Todavía me sueño con eso que pasó. A veces llegan y como que de pronto no puedo dormir más. Veo señores de ésos hablando, veo los disparos sonando, veo la gente con las cortadas. Veo al otro en el sueño como agonizando todavía, como que lo veo en el piso todavía. Todo eso.

El papá del que le volaron los sesos vino a Bogotá a hacer unas presentaciones de la gente de Palenque. Y me estuvo comentando que, después de que yo me fui, dos años más, estuvieron pagando los muertos y no le pagaron al hijo –creo que fue el gobierno, por lo que eran bachilleres y el menor de ellos tenía 16 años–. Él no quiere que le paguen el hijo, porque a él no le va a compensar a su hijo con la plata, que la plata no paga a uno ni hace a uno. Él dice que lo ayuden a ponerle una psicóloga a la mamá del muchacho y a él, porque él no ha podido superar eso, ni la mamá. Otra vez se me vinieron esos recuerdos a mí. Me sentí muy mal. Él quiere que desde acá mi papá y nosotros le colaboremos con eso.

A mí me gustaría mucho ayudarle, por lo que el hijo de él era muy mi amigo de nosotros, ¡pa’ qué! Era más amigo de mi hermano, pero el señor sí era amigo mío. La familia toda era amiga de nosotros.

¿Por qué Dios hacía esto?

En Barranquilla construimos la casa y al frente teníamos de todo sembrado, matas medicinales, frutales y todo eso. Mi cuñado, el de Barranquilla, cuida todo eso. Trabaja en una zorra con un caballo –que allá le dicen “carremula”–, y lo mucho que gana es por ahí 30 mil pesos. Mi hermana dice que eso no le alcanza para pagar y mantener a los niños y a veces ellos se acuestan sin…

Yo siento a veces que están pasando por lo mismo que nosotros vivíamos, pero siento que es diferente. Cuando llegamos a Barranquilla, nos acostábamos sin comer; una vez duramos cuatro días –no, una semana– acostándonos sin comer, y mi papá seguía buscando a ver qué conseguía. Oíamos en la noche que mi mamá le decía que qué era lo que pasaba, que por qué Dios hacía esto; que si era una prueba, ellos la superaban y seguían adelante, pasara lo que pasara.

En Barranquilla lo que más me gustaba era la brisa…y que uno se sentía igual que en Palenque, porque no le decían a uno nada. Pero lo que menos me gustó es que allá le robaban a uno. Por decir, en Palenque si uno dejaba una bicicleta en la calle, ella amanecía allí. Nadie la cogía, estuviera donde estuviera, nadie la cogía. Pero allá en Barranquilla, uno dejaba una camisa y se la cogían.

Mi hermano, que se retiró del colegio por ayudarnos a nosotros, para que siguiéramos estudiando, un 31 [de diciembre] compró dos pantalones y una camisa y unos zapatos, cuando el 1º de enero le cogieron todo, le dejaron sin ropa. Eso sí no me gustó, el resto sí.
Yo sólo jugaba fútbol, porque ellos jugaban a las escondidas y a mí no me gustaba, por lo que tenía miedo que me cogieran. Me da miedo salir, salir y encontrarme con esas mismas personas. O me da miedo que: “vea, que están matando a alguien” o apuñaleándolo o que están robando... ¡Siempre me acuerdo de ellos, siempre me acuerdo de esa gente!

Y con éste, tres desplazamientos

Cuando nos vinimos para acá teníamos dos desplazamientos y, con éste, tres. ¡Tenaz! A mi papá le han hecho varias propuestas para que no sigamos sufriendo, que nos saque del país. Pero no quiere sacarnos de acá. Él dice que si sale de Bogotá, se va para Venezuela o para Barranquilla otra vez, pero que donde estemos y después de que estemos, todos estaremos bien.

Mi hermano Wilmer –el mayor, al que lo golpearon todo– está en la Guajira, trabajando con una tía. Mi hermana Ermelina está en Cúcuta con un niño y el marido. Y mi hermana Meyby sigue en Barranquilla, con el marido y también con dos niños. Aquí estamos los tres menores: mi hermana la mayor, Raquel, aquí está en noveno [grado escolar]; Maryluz está en sexto y yo estoy en séptimo, en el Gimnasio Cervantino, en Ciudad Bolívar.

A una de mis sobrinas yo me la traje, porque ella desde que empezó a caminar se pegó a mí. El primer nombre que mencionó fue el mío. Me decía “Peyo... Eyo”, a toda hora, para todo me llamaba a mí. Cuando yo me venía, se puso a llorar y a mí me dio pesar dejarla y me la traje. Como no cobraban el pasaje de ella, nos la trajimos y cumplió los 2 años aquí en Bogotá. Convencer a la mamá fue difícil. Duré dos días rogándole para que me la dejara traer. La convencí y le embetunó los zapatos y le empacó la ropa. No se quiso ir en el bus con mamá, sino conmigo. Mi mamá se la llevó hace poco, porque nació mi sobrino, el otro que no conozco. Ahora conocí a mi sobrino de Cúcuta. Tenía dos, tres años que no lo conocía. Se parece a mi abuelo, a mi papá, pero siendo que mi sobrino es mono y mi papá es de cabello negro. Pero es igualito. Yo me parezco a mi mamá. Me han dicho que me parezco a ella.

A veces peleo con mis hermanas, por lo que discuten con mi mamá y a mí no me gusta que la griten. Más que todo a mi hermana la mayor le gusta contestarle mucho. Le digo que le voy a pegar si se sigue metiendo con ella. Y de maldad, le sigue contestando, y a veces me toca pegarle, pero no le doy tan duro. Ella se pone a pelear conmigo también, a veces me rasguña. Mi mamá no se da cuenta, sino que le gusta que hablemos con ella, y yo le cuento mis problemas. No me gusta que se metan con ella ni tampoco que me digan hijueputa... Pareciera que me pegaran en la cara. Por eso he tenido bastantes problemas en el colegio.

Ya siento un poquito menos miedo, ya puedo salir a cualquier lado solo, pero ¡siempre voy con ese miedo! Pero voy con un miedo... y a la vez siento –¡qué Dios no lo quiera!– que si me matan, voy a morir alegre, porque hice lo que soñé: conocer Bogotá, conocer bastante Colombia, estar con mi familia siempre y que en ningún momento nos separáramos. Y que hice lo que más me gustaba, jugar fútbol. Siempre he soñado eso.

Ahora toca buscar la comida más duro, por lo que a veces no tenemos la plata. Nunca les ha gustado sacar nada fiado, pero a veces toca, toca conseguir fiado. También la parte del estudio es un poquito duro.
Hay unos vecinos que son como bravos y otros no. Hace tres días, se le perdió una plata a mi hermana, 17 mil pesos, que para nosotros es bastante plata. Y un vecino, no más anoche se los encontró y los devolvió. Por ese lado, bien, y ese señor, ¡para qué!, conmigo es un bacano: a veces me da a cuidar la moto y a mi hermano también. Por ese lado, siempre nos han tenido la buena, por lo que nosotros somos buenos y no pensamos hacerle daño a nadie. Y por eso yo siento que él devolvió esa plata.

En cambio, a nosotros en ese barrio sí nos han hecho males, bastantes. A mi mamá, el año pasado, una vecina le estaba echando brujería, magia negra, como comúnmente le dicen. Y a mí también me tocó, porque este brazo no lo podía mover, y es la parte con la que escribo. No la podía mover en el colegio, me daban unas picadas en el corazón y nunca, nunca me había dado eso. El caso es que llegó una vecina a ofrecerle a mi mamá una caja de comida ¡y desde ahí empezó...! Yo también comí, entonces nos empezamos a sentir mal. No sé si es muy común eso acá, pero nos sentíamos mal.

A veces peleo con mis hermanas, por lo que discuten con mi mamá y a mí no me gusta que la griten. Más que todo a mi hermana la mayor le gusta contestarle mucho. Le digo que le voy a pegar si se sigue metiendo con ella. Y de maldad, le sigue contestando, y a veces me toca pegarle, pero no le doy tan duro. Ella se pone a pelear conmigo también, a veces me rasguña.

Mi mamá no se da cuenta, sino que le gusta que hablemos con ella y yo le cuento mis problemas. No me gusta que se metan con ella ni tampoco que me digan hijueputa... Pareciera que me pegaran en la cara. Por eso he tenido bastantes problemas en el colegio.
Como que uno lleva una marca

Nunca me he sentido discriminado porque nunca en los colegios, nunca digo que soy desplazado. Porque cuando llegué al colegio y comenzaron a hablar sobre el desplazamiento, dijeron que nosotros los desplazados éramos unos ladrones y como salíamos en las noticias, decían eso de nosotros. Desde ese día dije que nunca iba a decir que yo era desplazado.

Cuando empiezan a hablar de las casas, yo digo que tengo casa en Barranquilla, que aquí vivo arrendado, pero no vivo mal, les digo así. Pero me dicen: “Simón, tú eres desplazado” y yo contesto que no y me salgo a jugar. Cuando hay ese tema, siempre he salido a jugar y evado la conversación.

No me tratarían con la misma confianza que me tienen. Como que uno lleva una marca… Es que donde uno va y conocen que uno es desplazado, ya no le tratan con ese mismo cariño que tratan a los demás… No, no importa que uno sea desplazado, negro, blanco: siempre lo tienen que tratar a uno igual, pero siempre hay unos que tratan mejor a otros que a uno. Por el color de piel no me he sentido discriminado aquí en Bogotá. No, por ese lado no.

Con los cambios de colegio me siento mal, -Por lo que el año antepasado tuve que salirme ya faltando cuatro meses para terminar y aquí duré lo mismo –cuatro meses– buscando colegio, buscando colegio... O sea que fueron ocho meses perdidos.

Mi colegio no me gusta: el espacio es muy pequeño y no hay ventilación. A veces hacen unos calores... y todo mundo sofocado. Algunos profesores son bacanos, como la de biología, la de español y el de educación física, son muy bacanos. Y la de contabilidad es chévere con uno. Pero los otros no. La coordinadora no me gusta, porque lo trata mal a uno. Si uno se equivoca en una clase, ven un tachoncito en un cuaderno... ¡y ya, al observador! Como la vez pasada que me hicieron una observación, porque los niños estaban jugando con la bicicleta del profesor Chocontá y eso no me gustó; entonces yo cogí la bicicleta y la puse en un rincón. Me vio la coordinadora, y la señora me dijo que me hicieran observación, por lo que yo había cogido la bicicleta, que la había sacado del patio y que me había montado en ella, siendo que nada más la cogí y la llevé allí. No me dieron la oportunidad de decir nada. Siempre que iba a hablar, me mandaban a callar y por eso no me gusta ese colegio.

A mi papá le quedó gustando eso

A mi papá una vez lo cogieron unos motorizados y le dijeron que desocupara Barranquilla, que si lo volvían a ver en la sede... –una casa grandotota que ellos tenían y donde entraban y salían desplazados–. Mi papá era el vicepresidente en esa época y entonces lo amenazaron, que desocupáramos Barranquilla, que si lo volvían a ver lo mataban ahí mismo. Donde fuera y con quien estuviera, lo mataban a él con quien estuviera.

A él le gusta eso, desde los 22 años. Él me cuenta. Vive leyendo libros de desplazamientos y de todo eso, de política, y como que le quedó gustando eso. Para mí que no se salga de eso; a pesar de todo que lo siga haciendo, que por ahí va bien. Él trabaja con los desplazados, los orienta. Busca apoyo para que les den vivienda a los desplazados, y que los que quieran retornar, que los ayuden a retornar con un plan de seguridad. Siempre ha hecho eso. Pero a nosotros nos tiene al margen de eso. Él nos cuenta lo que pasa, pero no nos dice más. Por decir, hoy nos dice lo que hizo, pero si pasa una cosa grave, él no nos dice, se queda callado. Ya uno lo conoce cuando le pasa algo malo.
 
Cuando mi hermana, la que está en Cúcuta, se salió con el marido, no decía nada; duró como dos meses que no decía nada y llorando. ¡Le dio como que más duro! Porque mi hermana era la luz de los ojos de él, porque Ermelina trabajaba; si no había comida, sacaba fiado –a pesar de que a mi papá no le gustaba– para no acostarnos sin comer.
A veces cojo rabia con mi papá, pero yo no le digo nada... ¡la dejo ahí quieta! Porque yo sé que, así como a él le gusta ayudar a la gente, eso es lo que Dios lo mandó a hacer, y por esa parte no lo molesto. A veces, cuando pasamos mucha dificultad, a mi mamá como que se le ‘vuela la piedra’ y comienza a regañarlo... y él sale riéndose conmigo.

Él ha ido a verme jugar fútbol aquí en Bogotá solo una vez. Me emocioné bastante, pues era la primera vez que él me veía jugar. Fue un domingo, cuando me dijeron que me iban a llevar para el Capital Juniors a jugar en Bogotá. Ese día me lucí. Ese día fue él solo.
Mi papá es muy tolerante con todos. Y también, el respeto: mi papá nos respeta mucho. Yo me hablo con él como dos amigos. Nunca me han castigado. Llamado de atención, sí, pero no me han castigado. A veces me dicen que no lo vuelva a hacer y que me quede quieto. La mayoría de las veces me dicen que me quede quieto. Cuando mi papá está escribiendo y yo paso por ahí y lo molesto, me dice que me quede quieto.

Por lo que yo sé, tienen pensando regresarse a Barranquilla. Si me sale lo de Capital Juniors, que espero sea este año, quiero quedarme y si no, quedarme insistiendo. Mi sueño es jugar en el Barcelona, con Ronaldhino. Siempre ha sido mi sueño.


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