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LOS ELEGIDOS DE SEMANA

Antonio Caballero
7 de julio de 1997

En su número especial de los 15 años, esta revista hace el recuento de los 15 principales personajes de estos tres lustros, las 15 mejores fotos, los 15 mejores negocios, las 15 etcéteras. Y también de las 15 grandes fiestas que "ocuparon un lugar importante dentro del acontecer nacional". Está muy bien hacer la lista, claro: no todo ha de ser en Colombia luto y tragedia, y además no lo es: este es el país más fiestero del mundo. Son 15 bodas. O bueno, no: hay un par de cumpleaños, y una fiesta que dio Carlos Ardila, 'el millonario bueno', que se hizo famosa por la foto del baile del trenecito, y aquella despedida que le dieron al presidente Gaviria con vallenatos traídos en el avión presidencial. Pero hablando en números redondos son 15 bodas de jóvenes de la alta sociedad bogotana, y que debieron ser, como son todas las bodas _salvo quizás las de Caná, con Jesucristo como mago de salón_, aburridísimas, con el almuerzo servido tardísimo y los señores ya borrachos y las señoras intentando en vano llevárselos para sus casas. Bodas en la Sabana, todas iguales las unas a las otras. SEMANA las resume en una frase que entresaco al azar de la descripción de una de ellas: "Lo mejor fue el momento en que el abuelo de la novia, con sacoleva y todo, se lanzó al ruedo a bailar el bunde tolimense". En las bodas sabaneras siempre es ese el mejor momento. De modo que cómo serán las bodas. No es que haya que condenar la frivolidad, claro está. Lo que pongo aquí en tela de juicio, actuando en calidad de 'defensor del lector', es el criterio periodístico de la revista SEMANA. Porque no puede ser cierto que esas 15 bodas intercambiables hayan sido las mejores fiestas de Colombia en estos últimos 15 años. Tiene que haber habido otras. Fiestas que, aunque no hayan sido bodas, han sido de verdad fiestas. Yo qué sé: un delirio multitudinario como es un Carnaval de Barranquilla, o un Festival Vallenato con 50 parrandas simultáneas y el temblor sísmico de las cajas y los acordeones estremeciendo la ciudad, o una Feria de Cali repleta de casetas de salsa y de corridas de toros, o incluso un Reinado de Cartagena, lleno de reinas. O fiestas espontáneas, no previstas, como la que se armó en todo el país, de arriba abajo, cuando la selección de fútbol de Colombia derrotó por cinco goles a cero a la de la Argentina en Buenos Aires. O como aquella enorme fiesta cívica _un poco ñoña, es cierto_ con palomitas blancas que saludó el anuncio de la paz de Betancur. O como aquella recepción triunfal que le hizo Bogotá a César Rincón después de sus cuatro salidas consecutivas por la Puerta Grande de la plaza de toros de Madrid, con el torero montado en un camión de bomberos como un emperador romano. Todas esas han sido grandes fiestas. O bien, si en opinión de SEMANA sólo son verdaderas fiestas las privadas, y no los carnavales callejeros, ni los grandes conciertos en estadios de fútbol, ni tampoco las festividades religiosas _una Semana Santa en Popayán, digamos_, estoy seguro de que los narcos, por ejemplo, han organizado en sus casas y en sus fincas fiestas extraordinarias: de esas en que, según cuentan, los invitados recibían de regalo mujeres y caballos de paso fino, relojes de oro y, si eran políticos, un cheque o dos. Recuerdo haber oído hablar de una fiesta _tal vez para celebrar la adquisición de su primer millón de hectáreas_ en que los narcos trajeron a cantar a los Rolling Stones. No me consta que sea cierto, pero, si lo es, se trata de una atracción mucho más espectacular que la de un abuelo de la novia bailando el bunde tolimense vestido de sacoleva. Y una observación sociológica. Nunca se ha considerado en Colombia, por lo menos desde la época de la Conquista, que sea buena de verdad una fiesta sin muertos. "Hubieron muertos", comentan extasiados los invitados sobrevivientes. No sólo hubo músicos, y baile, y mujeres hermosas, y muchas cosas de comer, sino que además "hubieron muertos". Y en estas fiestas que SEMANA reseña como los grandes hitos sociales de una época no hubo ni uno. Todo esto, resumiendo, es sólo para decir que el número especial de los 15 años de SEMANA no refleja con exactitud la realidad del país. Parece apenas un capítulo arrancado a la novela Los elegidos, de la cual es autor el doctor Alfonso López Michelsen. No puede ser cierto que esas 15 bodas intercambiables hayan sido las mejores fiestas de Colombia en 15 años. Tiene que haber habido otras.

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