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Los fariseos (Por Homero Herrera)

Semana
16 de mayo de 2006

Sorprende el cinismo con que algunos políticos se refieren a la situación por la que está atravesando el país. Observar los debates del congreso en la televisión, produce una fuerte sensación de desasosiego y desesperanza, pero nos permite un conocimiento mucho más objetivo sobre quienes son realmente nuestros congresistas.

Las acusaciones de es objeto el gobierno de Uribe por los casos de corrupción que presuntamente se han presentado en su seno, han perdido toda su contundencia y seriedad, gracias al deprimente espectáculo de los debates congresionales de la oposición, por su falta de peso, de argumentos y sobre todo porque es evidente el deseo de los congresistas liberales y del Polo de sacar un beneficio electoral, de enlodar la imagen del candidato-presidente, sin tomarse el trabajo de enfocar sus discusiones hacia el esclarecimiento político de todo aquello oscuro que se está dando en los altos cargos del Estado. Esto es ante todo una falta de respeto hacia los televidentes y en general, a todo el pueblo colombiano y también es una muestra de la viudez de poder que están experimentando los liberales oficialistas y la izquierda legal.

Uno de los principales fundamentos de los debates, que no de las acusaciones, es la falta de participación del Partido Liberal Colombiano y Polo Democrático Alternativo, en la repartición de la torta presupuestal del Estado, pues entre los argumentos más utilizados es la voracidad del gobierno del presidente Uribe, que ha acaparado el control de la nómina y capacidad de contratación estatal – argumento utilizado recurrentemente por Jaime Dusán, Petro, Navarro, Piedad Córdoba y otros por el estilo – es decir, la inquina de la oposición colombiana no es por los brotes de corrupción que se han dado con algunas instituciones del gobierno – eso al parecer les importa un pepino – sino porque el presidente Uribe no quiso compartir prebendas burocráticas en Colombia y el exterior, así como los billonarios contratos estatales, con sus detractores políticos, costumbre que es tradicional en todo el mundo, pues cada gobernante lógicamente gobierna con sus amigos; sería sencillamente idiota hacerlo con los enemigos.

El mensaje que estamos percibiendo los ciudadanos es claro: si el presidente no le dio participación a la oposición, pues esta le saca los trapos al sol y los lava ante la opinión pública. Se infiere que en el evento de que el liberalismo oficialista y la izquierda hubieran tenido participación en los beneficios mencionados, los casos como el del DAS, FINAGRO, FINDETER y otros similares, se hubieran quedado en la más recóndita impunidad pues ningún político se habría atrevido a dilucidarlos públicamente por temor a perder los beneficios gubernamentales. Pero como no fue así, entonces hay que darle palo al gobierno.

Molesta también a los ciudadanos comunes, las críticas contra Uribe por parte de algunos candidatos y sus jefes de partido, todos ellos participantes de gobiernos anteriores o de entes estatales, por hechos y decisiones que a pesar de que ellos – los otros candidatos – no tomaron cuando hacían parte tanto del gobierno como del Estado, ahora las utilizan como arma de contienda político – electorera contra el candidato-presidente.

Las críticas y actitudes malintencionadas de Serpa y Gaviria – el ex presidente – así como del otro Gaviria, Leyva y Parejo – se exceptúa Mockus pues a pesar de la ingenuidad y romanticismo de sus propuestas de gobierno, ha conservado la decencia y honestidad en sus planteamientos y con ello ha evitado los ataques arteros contra el actual gobierno – producen sencillamente asco y están provocando un sentimiento de rechazo hacia los políticos de muchos colombianos.

Es sencillamente sorprendente que Serpa, por ejemplo, critique por actos de corrupción al gobierno de Uribe, no porque no se hayan dado, sino porque cuando el candidato liberal fue parte del gobierno de Samper, se dio el caso de corrupción gubernamental más sonoro y vergonzoso que haya sufrido nuestro país y en el que estuvieron involucrados varios de los altos cargos del régimen recién instalado para la época. Los pocos que se salvaron, lo hicieron sencillamente porque en Colombia todavía impera una ley mucho más poderosa que la Constitución Nacional, como es la del compadrazgo o amiguismo político. Y también porque algunos fueron tan vivos que le sacaron el cuerpo al problema y se lo endosaron a los más ingenuos….o más pendejos. Pero el cuento no para allí, Serpa, quien atacó en términos barriobajeros al actual presidente en la campaña del 2002, rindió sus naves ideológicas y políticas, para poder acceder a una embajada y luego de un buen lapso en Washington, renunciar y venir a Colombia a continuar la oposición utilizando las armas tradicionales por las que se ha hecho tristemente célebre.

Y ni hablar de Álvaro Leyva, quien luego de trasegar por la burocracia estatal – la que ahora combate furiosamente – se dedicó a la no muy clara actividad de servirle de interlocutor e intermediario a las FARC, principal grupo narcoterrorista colombiano. Todavía están claras en la volátil memoria de los colombianos, su participación en la parodia que ayudó a estructurar para embolatar tanto al gobierno de Pastrana como a la Nación con la ayuda de sus amigos terroristas, sumiendo durante casi cuatro años al país en una de las etapas más oscuras por los atropellos a la población civil, ataques a la Fuerza Pública, rearme y reforzamiento de las FARC y especialmente su entronizamiento como el principal cartel de narcotraficantes del mundo. Todo a espaldas y en contra del constituyente primario, quien en última instancia fue la víctima propiciatoria de las componendas entre los altos funcionarios del gobierno mencionado y los cabecillas de la organización.

Carlos Gaviria, quien inicialmente apareció con la imagen del académico y cacao jurídico, mostró por fin su verdadera piel: la del oportunista y marrullero que luego de pasar agachado por todos los filtros que el pueblo coloca a sus dirigentes, destapó sus intenciones de organizar otra República Bolivariana al estilo de Venezuela, pero acá con mayor ingerencia del Partido Comunista Colombiano y obviamente las FARC como brazo armado del mismo.

Al igual que los anteriores, Gaviria ha destapado su imagen de fariseo – en todo el sentido bíblico que tiene esta palabra – o si nó, analicemos su desprecio por las instituciones colombianas, pero al mismo tiempo su apego a la suculenta pensión que percibe de una de ellas.

Otros casos de fariseísmo, como el de la senadora electa Piedad Córdoba, quien no desaprovecha la oportunidad para catalogar de corrupta a cuanta persona o entidad se le atraviese, sin recordar que a ella le fue retirada la credencial de congresista por un presunto fraude electoral en las elecciones del 2002 y el fraude electoral es corrupción….o nó?.

Y para cerrar, el colmo del descaro de Petro, quien desató desde que está en el Congreso, una verdadera guerra en contra no del gobierno sino del Estado, actitud que mantiene un eco permanente en el régimen del calenturiento Hugo Chávez. Es curioso que el mandatario venezolano disponga de información tan precisa y contundente de asuntos íntimos colombianos, especialmente algunos que son de manejo estrictamente interno del Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Será por su cercanía personal con Navarro, Petro, Piedad Córdoba, Serpa y otros de la misma laya? No estaría incursa en el código penal colombiano la actitud traicionera de algunos dirigentes políticos nacionales, respecto a estados vecinos beligerantes como Venezuela?

Sin embargo, no todo es malo, por lo menos los colombianos estamos adquiriendo cultura política, por cuenta de la mediocridad, ambigüedad y oportunismo de algunos de nuestros dirigentes. Lo malo es que somos peligrosamente olvidadizos y a falta de dirigentes probos – que los hay – podríamos caer en la ahora quebradiza coalición izquierdista latinoamericana, para perpetuar nuestros padecimientos sociales.

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