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Los impuestos de la élite

El investigador César Rodríguez opina que los ricos no pagan suficientes impuestos en Colombia y dice por qué está de acuerdo con el reciente informe de la CIP que dice que los estadounidenses no deben costear la guerra que no quiere financiar la élite criolla.

Semana
12 de septiembre de 2004

El reciente anuncio de la cuarta reforma tributaria del gobierno Uribe coincidió con la publicación de un excelente informe del prestigioso Centro de Política Internacional (CIP) que plantea una pregunta sencilla: ¿los colombianos ricos pagan suficientes impuestos? Tuvo que ser el CIP el que desde Washington hiciera la pregunta, porque los colombianos somos expertos en evadirla, al igual que los impuestos.

Pero el tema se ha vuelto inevitable. No sólo por el saludable debate público entre el gobierno, el Congreso, los gremios, los sindicatos y las entidades financieras sobre quién debe pagar los nuevos impuestos, y cómo se deben gastar. También porque son cada vez más los congresistas en Estados Unidos que preguntan, con razón, si la plata para la guerra en Colombia la debería poner la élite criolla y no los ciudadanos norteamericanos a través del Plan Colombia. El informe del CIP está lleno de perlas sobre este debate. "Si los colombianos no toman en serio su guerra civil, nosotros tampoco deberíamos hacerlo," afirmó un congresista estadounidense después de reunirse con líderes empresariales de Neiva que le confirmaron que no pagaban impuestos. "Pero es que ser de la élite en Colombia no es fácil, no es que sea muy divertido," replicó candorosamente uno de artífices norteamericanos del Plan Colombia que seguramente no ha visitado la Zona Rosa en sus viajes a Bogotá.

Pero vamos por partes. ¿Quiénes son la élite en Colombia? ¿Y qué impuestos pagan? Las cifras recientes de la Contraloría responden la primera pregunta: la élite es el 10% más rico de la población, que recibe un asombroso 47% de los ingresos de todo el país. Por razones obvias de equidad, uno esperaría que la mayor parte de las rentas del Estado vinieran de impuestos a los ingresos de esta fracción privilegiada de la población. Al fin y al cabo, son cuatro millones de potenciales contribuyentes con poder de pago, entre los que podríamos estar usted y yo por tener con qué acceder a Internet y leer esta revista. Pero la realidad es muy diferente: sólo 800.000 colombianos declaran renta. ¿Y los otros 3.200.000 ricos? Aquí es donde las cuentas comienzan a descuadrarse. Los demás no declaramos renta porque evadimos impuestos impunemente o porque ganamos menos de $60 millones al año, que es el irrisorio mínimo fijado por la ley. Tampoco pagan, o pagan muy poco, el millón y medio de terratenientes que son dueños de más del 60% de la tierra en Colombia.

Si a esto se suma la evasión de todos -la de los pobres que trabajan en la economía informal, la de los ricos que tienen la plata en Miami, la de los hábiles asesores tributarios de las empresas-, se entiende por qué somos uno de los países con más baja tasa de recolección de impuestos en el mundo. Y se entiende también por qué el gobierno busca la salida fácil e inequitativa de aumentar el IVA y cobrarlo a los productos de la canasta familiar, que golpea especialmente a los pobres. Para los más de 25 millones de pobres que sobreviven con menos de 5.600 pesos al día y gastan casi todo su ingreso en comida, vivienda y transporte, el nuevo IVA del 2% significaría comer aún menos o resignarse a andar a pie.

Y ni hablar de acceder a otros productos de la canasta a los que se les quiere subir el IVA del 7% al 16%, como el café o el chocolate. Pero como la plata de los pobres hace rato no alcanza para estas cosas, se podría pensar que el gobierno concluyó que ya se puede decretar que salieron de la canasta familiar y que, como artículos de lujo, deben ser gravados con el 16% de IVA. Pero no. El presidente Uribe, siempre patriótico, ofreció otra justificación en su alocución ante el Congreso: "el IVA general crea disciplina impositiva, ayuda a controlar evasión y quien paga impuestos eleva su sentido de pertenencia a la Nación." Tiene razón Uribe en esto último. El pago puntual de impuestos es parte de lo que significa ser ciudadano en cualquier país civilizado. No hay verdadera cultura ciudadana sin cultura de pago de impuestos. Lo que olvidó decir el Presidente es que, por lo menos desde los escritos de T.S. Marshall sobre ciudadanía social en la Inglaterra de la posguerra, la otra cara de la "pertenencia a la Nación" consiste en beneficiarse de los servicios sociales financiados con los impuestos. Aumentar los impuestos a los pobres cuando se ha reducido el gasto social sería una forma irónica de convertirlos en ciudadanos, si no fuera cruel.

A lo que apuntan el estudio del CIP y el debate nacional sobre la reforma tributaria es a la necesidad de crear una cultura equitativa de pago de impuestos. Será equitativa en la medida en que aumente la contribución de los más ricos, a través de la ampliación de la base de los impuestos a la renta y al patrimonio, para que cobije por lo menos a toda la élite del 10%. Y será una cultura en la medida en que se vuelva un hábito colectivo, como celebrar el año nuevo o los festivos. Para eso hay que crear un sistema en el que por lo menos los miembros de las clases media y alta deban presentar una declaración tributaria anual, incluso si no están obligados a pagar impuesto a la renta, si no deben ningún saldo o si el Estado les sale a deber, como se hace en tantos otros países. Si se hace una buena campaña publicitaria y se establece una fecha fija al año, la cultura de los impuestos puede coger vuelo.

Ya hay signos alentadores. Aunque sigue siendo bajo en términos internacionales, el recaudo de impuestos ha aumentado en los últimos cinco años. Se han hecho mayores esfuerzos por "reducir la corrupción a sus justas proporciones", como lo habría dicho un ex-presidente de ingrata recordación. Gracias a la presión del Congreso y de organizaciones de la sociedad civil, el gobierno dio su brazo a torcer y parece estar dispuesto a finalmente obligar a más ricos a declarar renta y pagar impuestos sobre el patrimonio. También son positivas las propuestas de eliminar exenciones temporales y gravar las pensiones más altas. Pero al mismo tiempo la reforma tributaria insiste en aumentos inequitativos del IVA, y sigue sin resolver el problema de los impuestos a los terratenientes.

Cuando paguemos impuestos en serio, nos importará saber si la plata va para más armas, más pan o más corbatas. Mientras tanto, la guerra y la paz serán decididas, como hasta ahora, por quienes sí ponen la plata en Washington.

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