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Los impuestos de la paz

Semana
15 de abril de 2002

Cobrar impuestos es casi siempre impopular. Mas aún en épocas de crisis. Y todavía mas en una sociedad como la colombiana donde la gente asume que los impuestos se los roban los políticos. Sin embargo, en los últimos años Bogotá se alejo de ese patrón que mantiene a nivel nacional el escepticismo, frente a la capacidad estatal de convertir los impuestos en mejoras sustanciales para el común de los ciudadanos.

En menos de una década, los bogotanos pasamos del fatalismo y la desesperanza frente al futuro de nuestra ciudad, a una nueva y positiva actitud, resultado de los impresionantes cambios culturales y urbanísticos liderados por las ultimas administraciones. De ser un mero apéndice de la política nacional, el gobierno de la capital del país adquirió una autonomía propia, capitalizada por los últimos alcaldes, cuya elección fue el resultado de la sublevación de una parte del electorado contra la politiquería. De ser una caótica metrópolis tercermundista sin rumbo fijo, Bogotá pasó a protagonizar uno de los milagros urbanos mas destacados en América Latina. A la par del aumento de la cobertura en los colegios públicos, el mejoramiento continuo de la calidad se ha convertido en una verdadera obsesión de los dos ultimas administraciones. Para lograrlo, se puso en marcha un sistema permanente de evaluación de calidad y se impulso una revolucionaria colaboración con el sector privado, inimaginable hace unos pocos años. Hoy, en algunos de los barrios más populares de la ciudad, en Usme o en Las Cruces y en colegios construidos por los mejores arquitectos del país, reconocidas instituciones educativas como la Universidad de los Andes y los colegios Nueva Granada, Los Nogales y el San Carlos, trabajan hombro a hombro con el distrito en mejorar la educación pública. En esos mismos sectores, el Bienestar Social del distrito en llave con varias cajas de compensación, atiende a los niños de los sectores más humildes en jardines infantiles cuya arquitectura y modelo pedagógico evidencian la aspiración de administraciones como la del ex alcalde Peñalosa a construir una ciudad más equitativa. Quien recorre la alameda el Porvenir en Kennedy y se encuentra con la hermosa edificación del jardín infantil de Bellavista, de inmediato entiende la revolución no violenta que la ciudad esta impulsando para integrar a los más pobres, a través de una educación y un espacio público de enorme calidad. Y lo mismo ocurre en Usme, donde el jardín infantil enclavado en el parque de Chuniza, sorprende al visitante, quien no imagina que el probable destino de ese lote hubiera sido la construcción de una urbanización pirata.

En esas intervenciones estatales aparece un modelo de ciudad en el que el gasto público se focaliza en los sectores más vulnerables. Así se evidencia con claridad en el canal Alameda de Bosa, una propuesta de espacio público que transformó una zona de desarrollos ilegales, inundable de manera recurrente, en un ámbito urbano de gran calidad. Quienes aún siguen repitiendo el estribillo de que la inversión pública se concentra en el norte, en el paseo de la quince, deberían conocer la transformación que se desarrolla en Bosa a partir de esta alameda y de los proyectos de Metrovivienda. Ya no es el barro que enloda las casas de la gente, sino una escultura del maestro Salcedo ubicada allí, la que simboliza a ese sector.

Son esos audaces cambios los que están en el trasfondo de la discusión de los impuestos presentados por el gobierno Mockus al concejo de la ciudad. Estos impuestos no se requieren para financiar un elevado endeudamiento. Solo el 9 por ciento de los recursos del presupuesto distrital se van en el pago de la deuda. La inversión realizada en la ciudad en los últimos años es tan evidente, que a nadie sensato se le ocurriría decir que acá se roban los impuestos. Transmilenio es un buen ejemplo de cómo se invierten los recursos que los ciudadanos pagan. Cada vez que alguien paga por gasolina, el 50 por ciento de la sobretasa que le cobran va para el sistema Transmilenio. Las troncales, los portales de la Ochenta, Usme y el de la 170, han sido construidos con el aporte ciudadano de la sobretasa.

Los nuevos recursos no se requieren para sacar a la ciudad de la quiebra. La calificación internacional de riesgo, evidencia que Bogotá es la más seria de las entidades territoriales en el manejo de sus finanzas. En moneda extranjera esa calificación es de BB- y en moneda local de BBB. Solo las difíciles condiciones que la guerra le genera al país, impiden que tengamos una calificación mayor.

Los impuestos no son, como lo señalan algunos críticos, para que Mockus imite el ritmo de inversión de Peñalosa. No, los nuevos y permanentes recursos son indispensables para aumentar de manera sostenida la cobertura en educación, salud, servicios públicos esenciales, que es el componente principal en la construcción de una ciudad más equitativa, justa y pacifica. Es la inversión social realizada por la ciudad la que explica uno de los grandes logros bogotanos. La reducción alcanzada en los últimos años de uno de los delitos que más destruye la convivencia social, el homicidio. Angustiados por la guerra y la recesión, los bogotanos no hemos tenido tiempo para valorar que de 80 homicidios por cada 100 mil habitantes a mediados de los noventa, tengamos ahora solo 30 por 100 mil. Chile tiene 3 por 100 mil, lo que evidencia cuanto hemos logrado, pero también cuanto nos falta.

Si en esta época de crisis, Bogotá ha logrado avanzar, ello es debido a la inversión pública, que a pesar del desempleo, ha mejorado el acceso a mejores oportunidades de cientos de miles de bogotanos. Por ejemplo, con recursos de los contribuyentes cerca de 130 mil niños reciben refrigerios en los colegios distritales y casi 30 mil tienen transporte escolar. Y estos son niños de estratos 1 y 2. Si en contra de los vaticinios más pesimistas, los grupos subversivos tienen apenas un impacto marginal en la ciudad, ello es resultado del esfuerzo por construir una sociedad más equitativa e incluyente.

Apostarle a la búsqueda de nuevos recursos para Bogotá es el mejor antídoto contra la guerra y el terrorismo con los que pretenden cercarnos. Los impuestos no los necesita Mockus. Los requiere el futuro de una ciudad que protagoniza hoy un milagro urbano que no solo enorgullece a sus ciudadanos, sino que es también esperanza para el país.

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