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Los mejores ‘lobbistas’

Los mayores contratistas de Irak son tan republicanos como demócratas. Ganan todas las guerras y nunca pierden las elecciones

Daniel Coronell
11 de noviembre de 2006

La nueva mayoría política en el Congreso de Estados Unidos necesariamente revisará el Plan Colombia. No importa que el programa se haya iniciado en la administración demócrata de Bill Clinton, las metas que los gobiernos de Colombia y Estados Unidos se pusieron al comienzo del plan no se han cumplido. La mayor ayuda exterior de Estados Unidos, después del Oriente Medio, no está dando resultados.

En el año 2000, Pastrana y Clinton prometieron que el plan reduciría al 50 por ciento el tráfico de drogas de Colombia hacia Estados Unidos. Para evaluarlo acordaron que este año, 2006, la extensión de los cultivos de coca en Colombia tendría que haberse reducido a la mitad. También dijeron que transcurridos cinco años, es decir ahora, la cocaína en las calles de Estados Unidos sería tan escasa que el precio del gramo se habría duplicado.

Sin embargo, nada de eso ha pasado. El área total cultivada con coca tiene un tamaño muy similar al que tenía antes del Plan Colombia. A pesar de que el gobierno colombiano ha fumigado 100.000 hectáreas -siguiendo estrictamente la cartilla norteamericana-, la coca no se ha acabado. Simplemente se movió.

Los cultivos de coca, curiosamente, se vienen desplazando de las áreas con influencia guerrillera a las zonas con predominio paramilitar, o de bandas emergentes, como quieren llamarlas ahora. La coca acerca a los puertos y a los centros urbanos. El período de mayor crecimiento de los cultivos ilícitos coincide con la desmovilización de los supuestos 30.000 paramilitares.

El precio de la cocaína en las calles de Estados Unidos tampoco se ha reducido como lo vaticinaba el Plan. Un gramo que costaba 135 dólares en 1999, cuatro años más tarde había bajado a 106.

Estos resultados ya hacen bien difícil la defensa del Plan Colombia. Sobre todo ante un Congreso que se prepara para escrutar con lupa toda las gestiones de la administración Bush. Pero hay algo más grave.

Después de los ataques del 11 de septiembre, las prioridades del gobierno estadounidense cambiaron de la guerra contra las drogas a la guerra contra el terror. El presidente Pastrana y su embajador Luis Alberto Moreno entendieron que era el momento de moverse rápido para conservar la ayuda. Decidieron, entonces, presentar el Plan Colombia como la expresión local de la guerra de Bush contra el terrorismo.

Justamente esa guerra global -a la que voluntariamente nos amarramos- fue la causante de la derrota electoral republicana.

Por eso, no serán los argumentos colombianos los que puedan salvar al Plan Colombia. El único lobby efectivo será el de sus beneficiarios norteamericanos.

El 87 por ciento de la plata del Plan se ha quedado en empresas de Estados Unidos. DynCorp, que contrata pilotos para fumigar; Sikorsky, que fabrica los helicópteros Black Hawk; Monsanto, que vende los herbicidas; Lockheed Martin, que monta los radares, y otros más. Varios de estos conglomerados son al mismo tiempo los mayores contratistas en la guerra de Irak.

Estas empresas son tan republicanas, como demócratas. Tienen amigos en todas partes. Su lobby es infalible. Ganan todas las guerras. Se quedan con la plata de los contribuyentes de aquí y de allá, y nunca pierden las elecciones.

LOS SORPRENDIDOS. Ahora resulta que nadie conocía al senador Álvaro García Romero. Ni el primer primo, Mario Uribe, quien cariñosamente acogió la votación del gordo en su partido. Ni el presidente Uribe a quien jamás le ha molestado el apoyo de Eric Morris o de García Romero, ahora prófugo de la justicia y antiguo coordinador en Sucre del referendo "contra la corrupción y la politiquería".

Nada ha dicho el ministro de Defensa Juan Manuel Santos sobre Jairo Merlano, a quien él incluyó en las listas del partido de La U. Ni dirá nada el ministro del Interior Carlos Holguín que no se dejó sacar a Muriel Benito de sus toldas.

A ellos los toma por sorpresa lo que empieza a pasar. En cambio, pocos colombianos se asombran de que todos los políticos relacionados con el paramilitarismo (es decir con el narcotráfico) sean uribistas.

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