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Los miedos de la paz

El proceso de paz implica transformar las condiciones psicosociales que legitiman el uso de la violencia como recurso incluso para alcanzar la paz.

Wilson López-López
1 de abril de 2013

Las sociedades que han vivido conflictos violentos prolongados requieren cambios sostenidos que incorporen nuevos repertorios en las formas de gestionar el poder, la justicia, la riqueza, las relaciones intragrupales e intergrupales y, por supuesto, personales. Bar-Tal ha señalado, luego de estudiar múltiples conflictos, que las principales dificultades para transformarlos en medio de la violencia radican en que en estas sociedades el conflicto se vive en medio de las heridas, el dolor, la desconfianza, recuerdos cargados por el sufrimiento, sentimientos de confusión, preguntas por la justicia, por la necesidad de encontrar formas de entender, de narrar, de darle alguna razón o sentido a la sin-razón de la violencia. En últimas, los actores están permanentemente tratando de legitimar las acciones propias de violencia, deslegitimar a los ofensores o las acciones de resistencia no violenta, de forma que se pueda justificar la posición del grupo.

En resumen, los grupos que viven en medio de situaciones de violencia prolongada asumen repertorios psico-socio-emocionales que en general están cargados de miedo, odio e ira. Bajo estas condiciones, es fácil entender que los actores busquen comunicar y recrear su versión del conflicto en libros, telenovelas, películas, prensa (noticias, opinión), en todos los medios que permitan influir en la cultura, además, de construir ceremonias y rituales que conmemoren sus víctimas, sus héroes, sus triunfos y exaltar el daño injustificado del adversario, las mentiras e inhumanidad del mismo y la amenaza que representa, de manera que cualquier acción en contra del “enemigo” queda plenamente justificada. En este sentido la combinación de todas las forma de lucha es validada por todos los actores pues es una respuesta legitimada psico-socio-emocionalmente.

Parece evidente que nuestro proceso de paz en medio de la guerra sigue dentro de este marco cultural y está cubierto, por tanto, por emociones como el miedo, la ira y la desconfianza. 

Si, a todos los actores, directa e indirectamente implicados, nos cubre el miedo. 

¿Cómo confiar en un enemigo que ha dañado mi vida y la de mi grupo? ¿Cómo creer en quien me ha quitado la tierra... me ha engañado, me ha tratado como criminal, me ha torturado,… ha desaparecido a mis seres queridos, ha secuestrado?, …¿cómo no sentir miedo -incluso sino me ha hecho daño en forma directa- pero llevo años escuchando relatos de estos enemigos y sus amenazas? 

Es tan difícil que no sabemos bien qué hacer. Todos los actores con poder de usar la violencia socioeconómica y sociopolítica tampoco saben bien qué es vivir sin el enemigo. ¿Qué sería vivir con él? Nos da miedo saber cómo convivir con él, nos da miedo pensar que podremos ser capaces de vivir con ese otro, que ahora no sabemos qué es un amigo o un enemigo. 

Entonces, qué hacer si hemos construido parte de nuestra identidad grupal en función de eliminar a un enemigo, de vivir en un país violento por naturaleza, y ahora, cómo vivir sin él y qué hacer. 

Hemos construido cohesión e identidad social a partir de: por un lado, la intimidación, el asistencialismo, el clientelismo de las mayorías pobres y excluidas; por otro lado, en las clases medias a través de la manipulación de los medios de comunicación en favor de la guerra y las amenazas de inseguridad y; tercero, las amenazas de perder los privilegios de nuestras élites. En todos los casos se ha condicionado la cohesión social a la legitimación de la violencia.

Los actores de la guerra han hecho bien su trabajo, han construido el miedo por medio del horror de la violencia en todas sus formas, han destruido el tejido de confianza y han logrado polarizar la sociedad para continuar la guerra y ahora tienen miedo a la paz, como todos lo tenemos, no sabemos bien cómo será vivir en un país en proceso de paz en todo el sentido de la palabra (social, económica, política, jurídica, psicológica).

Vencer el miedo nos tomará años y hoy seguramente instaurar el cuidado por la vida como principio sobre el cual se construya toda la dinámica social, parece imposible. La meta principal de nuestra sociedad, así parezca utópica ha de ser el cuidado de la vida, todas las otras acciones deberán estar en función de lograr cumplir esta meta. Cada vida pérdida es una vida que perdemos todos, no hay muertos buenos o malos, sólo muertos y víctimas. 

Como afirman Galtung, Fisas, Bar-tal, Kelman, Sabucedo y cols. y las Naciones Unidas, entre otros, debemos potenciar en forma sostenida los esfuerzos de los medios de comunicación en la información de los logros de vivir en la no violencia y la construcción de prácticas y opiniones pacíficas. No más héroes violentos, (en el pasado están los héroes legitimados), no más lenguaje excluyente, polarizante y legitimador de la violencia. Debemos, también, fortalecer la intervención social tanto de entidades gubernamentales como no gubernamentales en vigilar los éxitos de la paz y en desarrollar proyectos sobre pedagogía para la paz; en tercer lugar, comprometer y empoderar a las comunidades, sus líderes y a la sociedad en su conjunto en todos los sectores en ejemplificar el cuidado y el valor por la vida y el rechazo a la violencia; en cuarto lugar, desarrollar y visibilizar las comisiones de la verdad, la memoria y la reconciliación y que estas se aseguren de tratar con dignidad la historia de las víctimas y hagan visible también los ejemplos de aceptación de responsabilidad y la solicitud sincera de perdón, como los compromisos con la no repetición, la restitución, la búsqueda de compensación y reparación sincera de los responsables de las acciones violentas. 

El proceso de paz implica por tanto transformar también las condiciones psicosociales que mantienen y fomentan el miedo, el odio, la ira y la agresión, emociones que legitiman el uso de la violencia como recurso incluso para alcanzar la paz entre quienes convivimos bajo estas fronteras que llamamos Colombia. Sólo cambiando estas condiciones podemos esperar vivir una cultura de paz. 

*Grupo Lazos sociales y Culturas de Paz. Profesor asociado Pontificia Universidad Javeriana. Editor Universitas Psychologica. Correo electrónico: lopezw@javeriana.edu.co. Twitter @wilsonLpez9

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