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Los secuestros de los Vélez

Hay que condenar a las Farc por haberse convertido en un aparato armado amoral en sus propósitos e inmoral en sus métodos

Antonio Caballero
11 de diciembre de 1980

La semana pasada los médicos forenses identificaron los restos de un secuestrado asesinado por las Farc. Uno de tantos. Si salió en las noticias es porque era hermano de la ministra de Educación, Cecilia María Vélez. Uno de varios. Ya son tres los miembros de la familia Vélez secuestrados y luego asesinados por las Farc: la madre y dos hermanos. Tengo entendido que por los tres las Farc habían cobrado rescate antes de asesinarlos, y que además exigían un pago extra por la devolución de los cadáveres. En el caso de los hermanos el secuestro había sido repetido dos veces, porque en la primera ambos se habían escapado al cabo de algún tiempo; de modo que a la segunda los "ejecutaron" de entrada, antes de pedir de nuevo el rescate, para que no se volvieran a escapar.

Los secuestros de los Vélez pueden servir de resumen de lo que ha sido la degeneración de la guerrilla política en Colombia en los últimos veinte años. No quiero entrar aquí en la tragedia de esa familia, capaz de aguantar lo que las Farc le han obligado a aguantar sin convertirse por ello en gente como ellas: con sus mismos fines, con sus mismos medios, con sus mismos principios. Es decir, en gente como la que, contra las Farc, ha producido las autodefensas paramilitares. Recuerdo unos versos de Milosz, el gran poeta lituano, referidos a los años del estalinismo en su tierra:
"Todo eso era insoportable.
Pero fue soportado".

Tal vez no estoy citando a Milosz con estricta exactitud, pero es porque lo estoy citando de memoria. Y ya no tenemos memoria de lo que fue el horror del estalinismo, metidos en otros horrores como hoy estamos. Las Farc, con su comportamiento, vienen a diario a recordárnoslo de un modo caricaturesco. Decía Marx que la historia repite, en forma de farsa, lo que antes ha mostrado en forma de tragedia. Lo que hacen las Farc en los campos de Colombia es el remedo grotesco de la farsa macabra que hicieron en Camboya, hace veinte años, los 'jemeres rojos', que imitaron allá la tragedia del estalinismo.

El estalinismo soviético fue la corrupción de un sueño. Fue la degeneración de un ansia de justicia en apetito de poder y sed de sangre. La aspiración justiciera que había animado los ideales del socialismo desde Proudhon hasta Marx se volvió, con Lenin, ambición de poder absoluto: para el Partido, en nombre de las ficciones abstractas del proletariado y del pueblo. Y después, con Stalin, se redujo a la sed de sangre de un tirano paranoico, en nombre del Partido. Pero después vendría algo aún peor: lo de los 'jemeres rojos' en Camboya. Y ahora, caricatura de una caricatura, remedo de un remedo, lo de las Farc en Colombia.

No hay que censurar a las Farc por los motivos que alegan sus críticos hipócritas del "Establecimiento" colombiano. ¿Que trafican con droga? Claro: esa es la economía de este país. ¿Qué les mienten a los gobiernos? Por supuesto: como les mienten a ellas los gobiernos. En eso consiste, en buena parte, el juego de la política, y no sólo en este país sino en cualquiera. Hay que criticar a las Farc por haber traicionado la esperanza de justicia -o, al menos, la esperanza de lucha contra la injusticia- que las hizo nacer. Y que en buena parte -todavía, y a pesar de ellas mismas- las sigue haciendo crecer. Hay que condenarlas por haberse convertido en un aparato armado amoral en sus propósitos e inmoral en sus métodos, sin otra ambición política que la de acrecentar su poder de amedrentamiento mediante la extorsión y bajo pena de muerte. Las Farc no sólo quieren secuestrar a los colombianos, o reclutarlos: en eso consiste cualquier dictadura de partido único. Quieren además cobrarles por el secuestro. Y, si tratan de volarse del secuestro, quieren asesinarlos.

Y sin embargo hay gente en Colombia que les planta cara y es capaz de aguantar. Repito que no me refiero a los paramilitares, que son iguales a ellas. Estoy pensando en personas como Cecilia María Vélez. A quien en nombre de la justicia, y de nuestro futuro, le quiero dar las gracias.