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Hablando de madres, padres, hijas e hijos

Solo unas pocas entre las más de 12 millones de mujeres colombianas que son cabeza de familia, lo son a consciencia y por decisión propia; otras muchas tienen un proceso de demanda por alimentos contra el padre de sus hijos.

Ana María Ruiz Perea, Ana María Ruiz Perea
15 de mayo de 2017

En este país de delincuentes avezados, corruptos de cuello blanco, traquetos sin agüero, descuartizadores, secuestradores y raponeros, el de la inasistencia alimentaria es el quinto delito que con mayor frecuencia llega a los juzgados. Hay en este momento 63 mil procesos de alimentos en estudio y diariamente entran 100 nuevos al sistema, pero solamente 1.000 hombres están en la cárcel por no cumplir con la cuota.

Ese número no soporta el argumento de que excarcelar el delito de inasistencia va a descongestionar el infierno del hacinamiento carcelario, como se ha dicho por estos días a raíz del proyecto de ley que van a radicar el Consejo de Política Criminal, la Fiscalía General y el Ministerio de Justicia, que busca acabar con la pena de cárcel para el delito de no asumir la manutención de los hijos.

Hay dos lados desde donde indignarse, cada quien que escoja el suyo. El primero es desde la defensa de la lucha por hacer cumplir la ley, por seguir arañando en los juzgados, sumando migajas de justicia, sacando adelante largos procesos jurídicos para que el hombre (en el 80% de los casos) o la mujer, que no responden emocional y económicamente por su(s) hijo(s), paguen con cárcel su falta. Desde este ángulo, se espera que el “padre abandónico” reciba el castigo más duro, que se convierta en un ejemplo que haga desistir a otros de tal conducta.

La otra postura es hacer muy eficaz el ataque al sujeto en su bolsillo, pero sin internarlo: embargarle el sueldo, las ganancias ocasionales, los créditos; incluso proponen la que, digo yo, sería la condena superlativa, reportarlos de por vida en Datacrédito.

No soy abogada, pero me parece que la última es una justicia más pragmática; mientras la primera es más emocional, cuando no inspirada en la sed de venganza.

Creo que la sociedad, como las personas, tiene la capacidad de autorregularse; que es una aspiración y una responsabilidad del Estado propender por la menor ocurrencia de delitos que ameriten meter en la cárcel a las personas, y que los reos tienen que ser solamente quienes son un verdadero peligro para la sociedad. Y soy una convencida de que la mayor presión a un evasor no se consigue aislándolo de la responsabilidad de la que se está evadiendo, sino en la confrontación inevitable con quien es víctima de su irresponsabilidad.

Por eso pienso que desde la perspectiva de la víctima, el hijo o la hija a quien las personas encargadas de protegerle le han fallado, es deseable que ese papá o mamá respondan, sufran la vergüenza, el reproche, y se vean obligados a contestar por su desfachatez o por sus bolsillos vacíos. Pero que den la cara. ¿De qué le sirve a un hijo que quien falló en asistirle, en cuidarle y protegerle, esté en la cárcel, sin trabajo y jodido sin remedio? ¿De qué sirve que, además de no pagar la manutención del hijo, se le aparte al padre de la obligación de atender fiebres, de dar o no permisos, o de cuidar el columpio en un parque?

Solo unas pocas entre las más de 12 millones de mujeres colombianas que son cabeza de familia, lo son a consciencia y por decisión propia; otras muchas tienen un proceso de demanda por alimentos contra el padre de sus hijos; pero una buena parte no ha demandado ni demandará nunca a quien abandonó esa paternidad. ¿Qué pasaría si todas esas mujeres demandaran por alimentos a esos papás inciertos, inexistentes, cobardes, irresponsables o desvergonzados, y la justicia los castigara por inasistencia?

No habría cárceles que dieran abasto. Por eso creo es sensato pensar en castigos más acertados, que realmente respondan corrigiendo el daño ocasionado. Visto el asunto desde el ejercicio roto de paternidad o maternidad, lo punitivo no es sensato y lo restaurativo no alcanza, porque el problema va más allá de la consignación de una mesada. La asistencia alimentaria es la entrega de dinero, pero también y sobre todo, de presencia, de consejo y de cariño, es la asunción de un rol de vida basado en el amor.

Por último, la escalofriante realidad. Si es escandalosa la cifra de solicitudes de alimentos que alguien, a nombre del niño o niña, demanda ante la justicia, solo cabe la calificación de aberrante para el número de los que se encuentran en total estado de vulnerabilidad por maltrato severo y/o abandono de toda familia, ya sea padre, madre, abuelos, tíos, hermanos o tutor: 92.000 criaturas solo en los últimos 2 años. Frente a ellas, los que están metidos en demandas de alimentos por abandono de uno de sus padres, son casi que unos privilegiados.

Estos son los verdaderos problemas de la familia, Senadora Vivianne. Como le dijo Angélica Lozano en el histórico debate del miércoles 10 de mayo, esta es una tragedia humanitaria que no podemos evadir, así que unamos talentos a ver si le encontramos una salida.

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