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Maleantes y melodramas

Tendremos que saber si a Chávez las farc le hicieron este favorcito a cambio de nada, o si la guerrilla se deja seducir también por los petrodólares.

Semana
12 de enero de 2008

Dos cosas produce de sobra este país: maleantes y melodramas. La apoteosis del maleante se da cuando su vida termina mal: muerto en su ley, padeciendo la misma violencia que prodigó en vida. Al clímax de los melodramas -aunque aquí por lo general terminen mal- contribuye más el final feliz, que es el que acaba de ocurrir con el
hallazgo de Emmanuel y la liberación de su madre. Fue tan feliz el final que hasta quedó en un empate político: uno de los resucitados puede anotarse como triunfo de Uribe y del Estado colombiano (el niño indigente y enfermo salvado por una institución pública), y la otra (su madre) como triunfo del poder económico y mediático de Chávez. Todos contentos: un round para cada uno y tres secuestrados menos en las selvas colombianas.

Mejor empezar el año con la felicidad y los buenos augurios de una buena noticia en vez de aguar la fiesta señalando todo lo que nos falta y las negras premoniciones para los demás secuestrados. Las lágrimas saladas saben dulces cuando el público y las víctimas las derraman de alegría, y eso es lo que acaba de pasar aquí, en este país donde ocurren tantas cosas en una semana que el 10 de enero a uno ya le parece que acaba de pasar un año entero.

Señalo dos supersticiones en las que casi creo. Así como hay personas de mal agüero, de esas que uno las ve y toca madera, y que da miedo hasta decir su nombre porque parecen portadoras de desgracias, así mismo hay gente que desde que nace parece tener ángel y se aferra a la vida contra todo pronóstico: Emmanuel ha esquivado la muerte varias veces (cesárea en la selva, brazo roto, desnutrición, paludismo, leishmaniasis) y de alguna manera podría decirse que nació también con la salvación de su madre debajo del brazo. El nombre del Elegido nunca había quedado tan bien puesto como en el caso de este niño prodigioso.

Pero vengamos a los maleantes y a esta guerra de las Farc que pretende tener la duración (eterna) del infierno. Lo que más me impresionó de las imágenes de la entrega de las dos secuestradas fue que éstas se despidieran de beso de sus captores. ¿Lo secuestran a uno seis años, lo amarran con cadenas, lo alejan de la vida, lo separan de los seres queridos, lo exponen a la muerte y después nos despedimos de pico? Y no sé cuál de los besos es más raro, si el de las secuestradas o el recíproco de las guerrilleras. ¿No eran pues prisioneras que debían podrirse en la selva por ser integrantes del Establecimiento? Y los otros, ¿no eran salvajes secuestradores? No creo que ni las unas ni las otras nieguen lo anterior, pero este país no es serio. Es de maleantes, de melodramas, y sobre todo carece de toda seriedad. Ni los horrores nos parecen serios y creemos esquivarlos con amabilidad, simpatía y buenas maneras. Mejor sería tener una fachada más hosca y acuchillarnos menos. La zalamería esconde una traición.

Esto hasta hoy. Pasarán los días y sabremos más cosas. Nos vamos a enterar (aquí todo es posible) de si la cesárea la hicieron con un cuchillo de cocina en medio de una trinchera, bajo el fuego cruzado de la guerrilla con los helicópteros, y de si después a Clara Rojas le cosieron el vientre con pita, como contó en su reportaje Jorge Enrique Botero, o si hay en la selva hospitales de campo donde pueden hacerse cirugías. Tendremos que saber, también, si a Chávez le hicieron este favorcito por pura buena voluntad y a cambio de nada, o si la guerrilla -tan inclinada a los narcodólares- se deja seducir también por los petrodólares, la bulla mediática y las santuarios sin riesgo en una retaguardia más allá de las fronteras.

No quiero pecar de desconfiado, pero tampoco de ingenuo y en esta vida no hay almuerzo gratis. También Francia, quién lo duda, estaría dispuesta a pagar lo que fuera por un rescate de Íngrid, pero la pobre Íngrid vale más que plata: de ella depende que la guerrilla exista mediática e internacionalmente, o desaparezca de la atención del mundo. Así como Al-Qaeda vive de los atentados terroristas, la guerrilla vive de los secuestrados. Esa es la tragedia de una rehén como Íngrid: sin ella, a la guerrilla se la traga la selva; los condenados al secuestro perpetuo son la condición para que se hable de su lucha, o mejor dicho, de su eterno infierno.

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