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Mamá, no puedo con ella...

La "ayuda" militar sólo ha tenido dos consecuencias: agravar la guerra, y someternos aún más a la voluntad del Imperio

Antonio Caballero
3 de marzo de 2003

La ministra de Defensa, doctora Marta Lucía Ramírez, explica que la participación directa de tropas norteamericanas en nuestra guerra interna no puede ser llamada "intervencionismo", como dicen por ahí. "Porque -dice la doctora- lo que acá ha habido es un trabajo bilateral en el que el gobierno de Colombia le ha pedido, de tiempo atrás, cooperación al gobierno de los Estados Unidos".

Es verdad. Desde hace cuarenta años, exactamente desde el convenio bilateral del 23 de julio de 1962 firmado por el gobierno de Guillermo León Valencia, han venido a Colombia consejeros y asesores de guerra norteamericanos de manera oficial, además de los que desde mucho antes (gobiernos de Urdaneta Arbeláez y de Laureano Gómez) colaboraban de manera encubierta en la represión de las guerrillas liberales de entonces. Ha sido medio siglo largo de "cooperación bilateral" y de ayuda "solidaria", como también la llama la Ministra. ¿Pero, alguien se ha parado a pensar en este gobierno, o en sus predecesores, en cuáles han sido los resultados de esa cooperación y esa ayuda? Comparen ustedes lo que era la guerra en Colombia hace cuarenta años con lo que es ahora. Sumen muertos. Y echen cuentas de plata también, porque no es cierto, diga lo que diga la Ministra, que la ayuda haya sido solidaria y desinteresada. La cooperación en la destrucción y en la matanza la hemos pagado nosotros.

Recuerdo una canción que oía en mi niñez. Trataba de una muchachita que no arriscaba con su múcura de agua ("Mamá, no puedo con ella"), y a quien su mamá (de quien no sé si se llamaba o no Marta Lucía Ramírez) le aconsejaba que pidiera cooperación bilateral: "Muchacha, llámate a Pedro pa que te ayude a cargarla". Luego, quebrada la múcura, la muchacha explicaba: "Fue Pedro que me ayudó, pa qué me hiciste llamarlo". Ahora, de adulto, pienso que la letra de la canción era de doble sentido y se refería a otra grieta y a otra múcura de la muchacha. Pero ya desde entonces aprendí la lección: no hay que llamar a Pedro. Nuestros gobiernos, cuya virginidad lleva decenios más rota que la múcura aquella, no la han aprendido todavía. O es que les quedó gustando.

Mera metáfora, ya lo sé, mera metáfora. Pero el hecho es que el maldito Peter gringo que vino a ayudarle a cargar la mucurita de barro a la doctora Marta Lucía lo único que hizo fue volvérsela cisco. Gracias a su cooperación bilateral, nuestra guerra es peor. Y por añadidura hemos tenido que reemplazar la mucurita de barro que conservaba fresca el agua por unos botellones de plástico de fabricación norteamericana que cuestan diez veces más y la entibian y le dan un sabor repulsivo. Llegan de tres en tres, como los que la semana pasada cayeron en manos de la guerrilla de las Farc, o de cuarenta y nueve en cuarenta y nueve, como los que vinieron para rescatarlos. Es lo que se llama la escalada.

Hace tres o cuatro años, en los tiempos ineptos de Andrés Pastrana, a quienes advertíamos sobre los peligros de la escalada en la "ayuda" militar representada por el Plan Colombia nos llamaban negativistas. No éramos muchos, y hoy somos aún menos, porque hay que descontar a los asesinados y a los obligados al exilio permanente. Pero teníamos razón, y la seguimos teniendo: o, si no, salgan, y miren, y vean. Si los dejan salir, si los dejan mirar, si se atreven a ver, y si después el nuevo Estatuto Antiterrorista les permite contar lo que han visto. Es una ayuda que sólo ha tenido dos consecuencias: agravar la guerra (vayan y vean), porque es una mezquina ayuda insuficiente para ganarla militarmente; y someternos aún más a la voluntad del Imperio (miren y entiendan), porque es de sobra suficiente para hacer dependiente al Ejército colombiano. Pronto llegará el momento, si es que no ha llegado ya, en que las fuerzas del Estado colombiano no podrán emprender ninguna acción, ni buena ni mala, ni para reconstruir un puente ni para rescatar a un secuestrado, colombiano o gringo, ni para torturar ni para hacer desaparecer a un detenido, sin haber recibido previamente la orden expresa de los oficiales norteamericanos del Southern Command.

Y esa intervención, clamorosamente mostrada la semana pasada en el caso de los tres militares norteamericanos capturados por las Farc, les da a éstas como llovida del cielo esa justificación de la "guerra patriótica de liberación" con que llevan soñando cuarenta años. Ya no están combatiendo soldaditos campesinos, socios del club El Nogal, finqueros del banano, vecinos de un barrio popular de Neiva, gente de aquí. Están combatiendo 'rambos' clandestinos del Imperio. Es decir: les mejora su deteriorada imagen.

Supongo -es sólo un suponer- que eso cae bajo las sanciones previstas por el nuevo Estatuto Antiterrorista para quienes ayuden a mejorar la imagen del enemigo. Pero no seré yo quien le lleve cigarrillos durante diez años a la cárcel del Buen Pastor a la doctora Marta Lucía Ramírez, si la condenan por eso. No fui yo quien le mandó dejarse romper la múcura.