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El mamertazo de Álvaro Uribe

La paradoja es que mientras las FARC consiguieron del gobierno de Santos cambiar el orden jurídico y entrar a jugar dentro de él, sean ahora los extremistas de derecha los que pretendan levantar la bandera de la subversión.

Rafael Guarín, Rafael Guarín
29 de marzo de 2017

Álvaro Uribe señaló que el Centro Democrático no iba a “revocar” el Acuerdo de La Habana, sino “ajustarlo”, “corregirlo”, “modificarlo” y enfrentar la amenaza castro-chavista. Inmediatamente cayó en desgracia frente a las facciones de extrema derecha que participaron a su manera en el NO del 2 de octubre.

Al final del comunicado, que desató la furia de trastornados extremistas, el senador Uribe afirma que la razón debe primar sobre la pasión. Lo dice, intuyo, porque sabe que dentro del NO hay facciones peligrosamente antidemocráticas que con discursos de consigna, cual estalinistas, pretenden que cualquier diálogo con el Gobierno sobre la paz es una vil traición.

Se trata de recalcitrantes que hacen mucho bochinche en redes sociales pero que no representan nada significativo ni en la opinión nacional ni en el Centro Democrático, a juzgar por las encuestas. Si es cierto que Uribe entregó el NO y fue blandito en su defensa, ¿por qué la encuesta de Ecoanalítica registra que el Centro Democrático tiene casi el 27 % de preferencia para la elección presidencial, mientras el Partido Conservador solo el 2,7 %, menos que la UP? Hasta la revista SEMANA reconoció que “Álvaro Uribe sigue siendo uno de los líderes con mayor capacidad de movilización política” (Vea La encuesta que sorprendió a todos los políticos). ¿Si fueran ciertos los desafueros que salen de la extrema, los ciudadanos no castigarían a ese partido?

¿Qué querían estas ilustres damas y rancios caballeros? ¿Que el Centro Democrático se negara a la búsqueda de buena fe y con responsabilidad patriótica de un nuevo Acuerdo que recogiera las críticas hechas desde el NO y que recibieron el apoyo mayoritario en el plebiscito? Como miembro de la Comisión de Voceros del NO puedo testimoniar que todos, sin excepción, incluidos Martha Lucía Ramírez y Alejandro Ordóñez, aprobaron buscar ese nuevo Acuerdo, inclusive, todos reconocieron que había cuestiones del Acuerdo derrotado en las urnas que podían ser aceptadas, otras mejoradas y otras simplemente imposibles de avalar. ¡Que aquí nadie venga a dárselas de puritano!

El uribismo nunca ha sido de extrema derecha, al punto de que Uribe siempre ha rechazado que se le identifique siquiera con la derecha. El talante de autoridad, la firmeza en el liderazgo, la fortaleza frente a los problemas, la obsesión por la defensa del imperio de la ley y el reclamo de una sociedad ordenada se suelen utilizar, aprovechando la ignorancia, para confundir con la derecha atributos que son los mínimos de cualquier demócrata.

A los extremistas les fastidia el origen liberal de Uribe, les mortifica, lo ven sospechoso, casi camuflaje comunista. Están convencidos de que los puros son ellos, mientras Uribe es un aparecido que usurpa un lugar en el pueblo colombiano que les pertenece a ellos. En eso, piensan de la misma forma que Santos.

Los extremistas están convencidos de que es mejor devolver al terrorismo 7.000 miembros de las FARC que están hoy en zonas veredales de normalización, que buscar su reincorporación a la vida civil. ¡Bastante racionales! Mientras a otros nos parece que se debe garantizar que entreguen las armas, se reintegren a la sociedad, no vuelvan a delinquir, se garantice la no repetición y que la exigencia de justicia y no impunidad se debe mantener con firmeza frente a la cúpula fariana, al igual que la prohibición de participar en política hasta que cumplan penas de reclusión proporcionales a la gravedad de los crímenes perpetrados.

Ese trastornado extremismo considera que la prioridad de Colombia es revocar el Acuerdo de La Habana, sea como sea. Comparto la indignación frente a la imposición brutal del pacto Santos/Timochenko, ese no es el problema. La cuestión es de métodos. Mientras algunos, empezando por Uribe, consideran que lo sensato es ratificar el NO en las elecciones, dando paso a corregir el acuerdo e impedir que se utilice con el fin de instalar el peligroso populismo de izquierda que encarna el proyecto farchavista, otros pretenden desconocer todo, comenzando por la Constitución y las sentencias de la Corte Constitucional.

Los extremistas de derecha repiten el mismo discurso con el cual los extremistas de izquierda justificaron décadas de terrorismo, crímenes de lesa humanidad y una colección infinita de atrocidades. Repudian todas las instituciones y pretenden salidas por vías de hecho, es decir, al margen del ordenamiento jurídico. La verdad es que el funcionamiento actual de las ramas del poder público es repudiable, pero la acción política se hace dentro de la Constitución o al margen de ella. La paradoja es que mientras las FARC consiguieron del gobierno de Santos cambiar el orden jurídico y entrar a jugar dentro de él, sean ahora los extremistas de derecha los que pretendan levantar la bandera de la subversión.

Nos guste o no, la Constitución es lo que dice la Corte Constitucional que es. ¡Punto! Lección de primer año de derecho. A quienes estamos inconformes con el asalto a las instituciones con la excusa de la paz, nos queda ganar la elecciones, elegir un nuevo presidente, conquistar las mayorías del Congreso y propugnar porque la Corte Constitucional cumpla con el control riguroso que tiene que llevar a cabo en tanto es la guardiana de la Constitución, no del Acuerdo de La Habana. Nuestros instrumentos están en la Constitución, en el derecho a la protesta, en la libertad de expresión, en la carta de derechos de 1991, en las calles.

Atacar a Uribe porque antepone la razón a la pasión, el bien común al odio que mueve a los sectarios, es simple insensatez. Que lo hagan desocupados y libelistas de oficio, vaya y venga, pero que puedan participar en tamaño despropósito individuos que han ocupado altas responsabilidades públicas, resulta peligroso.

Los extremistas son iguales. Nada más parecido a un fariano que un extremista de derecha, aunque, hay que reconocerlo, hay algunos que hacen ver hasta moderado y flojo al camarada Santrich. ¡Increíble! Uribe graduado de mamerto por la extrema, mientras la izquierda lo califica de extrema derecha.

Frente a los extremistas procede el aislamiento. Un extremista no entiende argumentos, la racionalidad no tiene espacio, sólo el exceso y el dogma que creen le ha sido revelado. A esos individuos hay que dejarlos al margen, que ladren y se muerdan entre sí, pero lejos. Los colombianos repudiamos a los extremos. Nadie quiere votar por un Timochenko o un Márquez de izquierda, tampoco por uno de extrema derecha.

Nota: nos vemos en la marcha del primero de abril.

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